Santiago Cruz: Huellas, caminos y rastros de luz

La huella de carbono es la cantidad total de gases de efecto invernadero que una persona genera por sus actividades diarias. Es el rastro tóxico que vamos dejando sobre el planeta. Hoy, tal vez más que nunca, Santiago Cruz anda cuidando su “huella energética”. Esa idea resulta un poquito intimidante cuando uno siente la tentación de preguntarle a Santiago por sus opiniones frente a una industria musical tan complicada. Llena de mezquindades y mentiras, la industria de la música sería el detonante perfecto para una buena catarsis en una conversación de desahogo visceral. Pero no. Hoy la cosa no va por ahí, o eso vamos a intentar.

El cuidado de esa “huella energética” implica escoger cada palabra con serenidad, honestidad e inteligencia, sin perder la fluidez ni la confianza que se ha construido en tantas horas de dialogo que hemos tenido previamente. Ese cuidado nos lleva a cuidar qué decimos, y cómo lo decimos, porque es probable que la empatía sea mucho más necesaria que la espontaneidad. Además, el ibaguereño ya nos ha dicho que cree “que todo se devuelve”, como canta en ‘Credo’, la composición que abre Cruce de caminos, el disco que le cambió la vida, y es la misma canción que abre Quince de caminos, el álbum en vivo que ha grabado para conmemorar ese parteaguas.

“Una celebración muy ‘digna’, creo que esa es ahora mi palabra favorita”, dice cuando se refiere a su lanzamiento más reciente. “Lograr hacer un disco en vivo en estos tiempos, con tanta dosis de verdad y honestidad en todo, porque al final fueron dos tomas y ya; sin overdubs [grabaciones hechas sobre una pista capturada en concierto previamente], sin volver al estudio a nada, con todas las imperfecciones que eso conlleva”.


“La dignidad viene de un proceso de aceptación en el que uno ya sabe quién es, en el que no pretende ser nadie distinto…”


Esas imperfecciones dan forma a una verdad que se fortalece en un lugar distinto al de la música ultra procesada, meticulosamente metida en tempos y afinaciones que se obsesionan con la perfección o las tendencias. “Yo me crie tocando, no grabándome en el celular, escogiendo la toma y el ángulo perfecto, me crie tocando en vivo”, recuerda.

Él sabe que hay gente que todavía quiere escuchar cosas así, “también hay lugar para esto”, asegura.

Esa dignidad a la que se refiere Santiago, resulta siendo una especie de alternativa a la espectacularidad que demandan estos tiempos grandilocuentes, algo que él describe como “pirotecnia”. “La pirotecnia debe acompañar a la sustancia, no convertirse en la protagonista”, dice antes de asegurar que quienes siguen fielmente su trabajo están allí porque han conectado con una canción. “No me siguen por el pelo, no me siguen por las abdominales… siguen lo que hago porque conectan con esta manera de hacer una canción, de contar una historia, con esta manera de tratar mucho lo que se dice y cómo se dice”.

Para Santiago, la dignidad viene de un proceso de aceptación en el que “uno ya sabe quién es, no pretende ser nadie distinto”. Ese trabajo lo desarrolla sin pensar que sus canciones deban conectar exclusivamente con una audiencia específica, pero -llegando a los 50 años- sabe que no quiere, ni puede hacer música como si tuviera 20 años.

“Me acepto como soy, entendiendo que estoy en constante transformación”, y esa aceptación abre espacio para sus neurosis, para las trampas del ego, para el mal genio, y para sus eventuales incoherencias. La gestión emocional que le permiten las canciones facilita todo el proceso. Eso se refleja muy bien en ‘Intento permanente’, una nueva canción que le muestra explorando la cadencia del rap y se convirtió en el sencillo de Quince de caminos.

El hijo de Germán y de Fabiola,
No pintaba para nada, pero me encontré una ola,
Fui borracho y periquero, y hasta tomé Coca-Cola,
Y hoy en día, desayuno yogur griego con granola

Esa letra, como tantas otras cosas, muestra la honestidad de Cruz, que resulta siendo un bicho raro en medio de tantas apariencias. “Soy una persona que está muy cómoda con el fracaso y con su parte más oscura, porque me entiendo como un todo, eso es parte de mí también; y ese momento me ha traído adonde estoy. Si me lo hubiera podido ahorrar, me lo habría ahorrado, pero es que ese ‘hubiera’ no existe en la vida real. Nosotros no tenemos Photoshop ni ‘Undo’ en la vida real; nada de esas vainas, entonces, no me lo puedo ahorrar”, decía en una entrevista que sostuvimos a comienzos de la pandemia. “Tampoco me parece motivo de vergüenza el haber pasado de un punto B a un punto C en mi vida, donde C es menos positivo que B; me parece, al contrario, motivo de orgullo. En general, vivo muy en paz con ese lado oscuro y con ese lado de perdedor que todos tenemos; y mucho más ahora, cuando en Instagram todos somos campeones, a todos nos va increíble”.

‘Un intento permanente’ define su búsqueda constante, su esfuerzo por ser un mejor tipo cada día:

Pero soy yo, y no quiero ser nadie más,
Soy un intento permanente,
Contradictorio y cada vez más consciente,
Soy yo, y no quiero ser nadie más

“Vivo muy en paz con el fracaso, porque lo entiendo como una parte fundamental del recorrido”, aseguraba entonces. “Más que el fracaso, es el intento; y uno termina siendo eso, un intento permanente… con momentos de gloria; pero, después de esos momentos, tiene que seguir intentando”.

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Cruce de caminos le confirmó que estaba en el camino correcto, “Ah, marica, tenía razón… tenía razón en esa idea de canción”, recuerda.

“Cuando a uno no le va bien, hay una cantidad de gente alrededor que tiene perfectamente claro qué es lo que usted debería hacer… ‘Usted debería’, creo que es de las frases que yo más odio”. Antes de lanzar Cruce de caminos, la industria musical en su infinita sabiduría (¡!) le decía a Santiago que necesitaba montar un personaje, tener un nombre artístico, usar acordeón y mucha percusión latina en onda tropipop, además de involucrarse con los sonidos urbanos. Pero no les hizo caso, y tuvo razón, porque al final supo encontrar un nicho y sostenerlo a lo largo de una carrera que ya supera las dos décadas.

Cruce de caminos le dio permiso para seguir siendo terco; “¿Cuál es la diferencia entre terquedad y constancia? El resultado”, asegura. “Si a usted no le sale bien, usted fue terco; si le sale bien, se convirtió en un tipo constante”.


“Creo que es su responsabilidad que ese paisaje que ofrece tenga la mayor cantidad posible de matices para que sea un viaje entretenido, propositivo…”


Sin embargo, detrás de eso también llegó el síndrome del impostor, y eso sigue estando presente. Cada vez que termina un proyecto pone en duda su capacidad para hacer un nuevo disco o una nueva gira. “Siempre llega un momento en el que digo, ‘Ya fue, se acabó la veta, se secó el charquito’, eso aparece siempre, y aparecen los retos del ego”.

Esos retos del ego tienen que ver con las distorsiones que generan la fama y la visibilidad, así como con las creencias que el artista se genera en relación con las expectativas del público. ¿Qué espera la gente?

La gran mayoría de artistas llegan a esa encrucijada cada cierto tiempo: “¿Ahora qué hago? ¿Sigo haciendo esto, que es lo que ‘funciona’, o me voy por acá, que es lo que realmente quiero hacer?”, se cuestiona Cruz. De todos modos, él sabe que siempre habrá una porción del público que le castigará si da continuidad a algo previo, si sigue “haciendo lo mismo”, y también encontrará el castigo que traen los riesgos creativos o los nuevos rumbos; “Usted al final decide con qué castigo va a estar cómodo”.

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Todos estos años de experiencia le han llevado a entender su oficio como el de alguien que propone un viaje, y por alguna razón que desconoce, imagina que este viaje se hace en un tren conducido por él. “Usted va al comando de ese tren, y hay gente que se subió desde la primera estación, hay gente que se subió en la tercera, y gente que se bajó en la cuarta… Hay gente que solo duró un pedacito del trayecto, otra gente que le ha acompañado en el paisaje más soleado o en el paisaje más oscuro, y lo va a seguir acompañando”, expone como metáfora. “Creo que es su responsabilidad que ese paisaje que ofrece tenga la mayor cantidad posible de matices para que sea un viaje entretenido, propositivo”.

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Los álbumes de mayor impacto comercial en la carrera de Cruz han sido Cruce de caminos, A quien corresponda y Equilibrio; en ellos contó con la producción de Nacho Mañó (Presuntos Implicados, Alejandro Sanz, Armando Manzanero, Niña Pastori), hasta que esa relación entró en una etapa de excesiva comodidad. “Para decirlo en términos futbolísticos, yo sentía que ya jugábamos de memoria, no nos tallábamos lo suficiente para ir a lugares más incómodos”.

Después de eso, Santiago trabajó con Mario Caldato Jr. (Jack Johnson, Bebel Gilberto, Marcelo D2, Marisa Monte, Beastie Boys, Moby) para producir Trenes, aviones y viajes interplanetarios, un álbum que “comercialmente hablando, no funcionó para nada bien”. Sin embargo, es un disco que le gusta muchísimo; “Me encanta la incomodidad que Mario me generó en el estudio, me encanta la incertidumbre…”.


“Creo que la gran trampa de la industria en estos tiempos es que permanentemente nos dirige hacia lo que se supone que la gente quiere oír”.


Darle la espalda a las fórmulas puede tener un precio bien alto en este mundo, y Santiago reconoce que en ese punto del viaje mucha gente “se bajó del tren”. Hoy no sabe si el castigo que encuentran algunas de esas búsquedas viene del público o de su propia autocrítica. “En el 90% de los casos voy a pensar que soy yo”, confiesa, asumiendo una responsabilidad que parece excesiva y agotadora,

Nacho Mañó regresó ahora para producir el nuevo disco en vivo, con un resultado cálido y vibrante, que respira cerca, transmitiendo intimidad.

Elementales, de 2019, también tuvo una acogida importante, pero fue esencialmente un disco de colaboraciones con gente tan importante como Morat, Kany García, Miranda!, Vicente García, Leiva o Andrés Cepeda.

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Santiago no es un tipo que le tome los signos vitales a la audiencia para adaptarse a ella en cada disco, como pretende la industria; él ha ido por otro camino, a veces eso ha funcionado, otras veces no. Ha pagado el precio, y está en paz con eso. “Siempre he creído que el punto de partida para la comunicación entre el artista y el público está en lo que usted quiere decir; creo que la gran trampa de la industria en estos tiempos es que permanentemente nos dirige hacia lo que se supone que la gente quiere oír”.

Eso de “lo que la gente quiere oír” le parece “arrogante y miope”, y da paso a dos adjetivos que definen con precisión quirúrgica a la industria musical en casi todos sus ámbitos. Una cosa es cuidar la “huella energética”, y otra -muy distinta- es hacerse el pendejo.

A pesar de todo, y como dice en ‘Un intento permanente’, Santiago ha sabido construirse “un lugarcito propio” que comparte con un público fiel, un espacio que conserva sin hacer grandes concesiones, defendiéndolo con credibilidad y respeto en el marco de un éxito que le permite mirarse en el espejo con la conciencia tranquila. En esta parte del texto cuesta trabajo cuidar la “huella energética” y evitar las comparaciones odiosas…

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“Nunca es simplemente una canción, como nunca es simplemente un post, nunca es simplemente un comentario… hay una huella energética en lo que usted hace, siempre”, dice con vehemencia. “Por más divertido que nos parezca, todo eso tiene eco, tiene vibración. Partiendo de esa base, yo sí creo que hay una responsabilidad”. Santiago ha resuelto que su “huella energética” sea positiva, y es consciente de que eso podrá parecerle “mamertísimo” a mucha gente, y entiende que en un mundo tan cínico se castiguen esas actitudes.


“Mientras me siga importando mi siguiente canción, existe la ilusión de que al público le guste”.


A esas reflexiones llegó tras entender que todos estamos conectados de una u otra forma, y es necesario evitar la trampa que nos dice que no importamos, que no hay trascendencia en lo que decimos o hacemos. “Así como hay huella de carbono, debe haber huella energética, pienso que esos principios se trasladan a las personas”, asegura.

“Nos han acostumbrado a pensar que el mundo es una mierda, no creemos que sea posible vivir de otra manera”; para Santiago eso se manifiesta en muchas formas, en el adicto que cree que solo puede vivir de una manera, en la persona que ya no come pan y se convierte en objeto de burla para su círculo social, o en el tipo que deja el alcohol y “ya no es tan varón como antes” para sus amigos.

En medio de las corrientes tan cínicas y radicales que nos rodean, él encuentra satisfacción en desafiarlas nadando río arriba en muchos aspectos de su vida. Tal vez por eso no le preocupa el porvenir mientras pueda seguir haciendo las cosas de acuerdo con lo que siente, y se cuestiona si eso refleja alguna falta de ambición.

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Sin embargo, ese nadar contra la corriente es muestra de una sana ambición que encuentra nuevos caminos cuando una canción como ‘Un amor de verdad’ (2023) entra a renovar el repertorio de sus grabaciones más escuchadas, llenándole de satisfacción mientras fortalece sus convicciones.

“Alguien dice por ahí que a nadie le importa tu última canción, sobre todo cuando hay un cuerpo de trabajo grande, y me parece tristísimo”, confiesa. “Mientras me siga importando mi siguiente canción, existe la ilusión de que al público le guste”. Eso hace parte de su responsabilidad al verse como un artista que debe seguir proponiendo un viaje.

“Yo sé cuáles son las canciones que la gente quiere oír cuando me subo a un concierto, eso lo tengo claro, y las voy a tocar, pero voy a apelar a nuestra complicidad para que me permitan mostrarles la que acabo de sacar, y ojalá conecte de la mejor manera posible”. Así es como algunas canciones van convirtiéndose en inevitables para el público, mientras busca equilibrar las cargas con las composiciones que son indispensables para él.

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Luego de tantas horas de conversaciones, y de verlo moverse en las aguas espesas y oscuras de la industria musical, le digo a Santiago que veo en él a una de las personas más transparentes que he encontrado en este entorno. Lo hago sin zalamería, y lo escribo acá a cambio de nada, de todos modos, el mérito es de él, que siempre ha estado dispuesto a fijar sus posiciones sin buscar aprobación. Lo agradece.

“Sé que no ha sido así siempre, sé que en mi camino he aprendido que la transparencia es un valor en estos tiempos, pero no es para que me sientan transparente, es porque yo sé que esa transparencia va a irradiar a mis hijos, y a los hijos de mis hijos”, dice. “Por eso, entre otras cosas, escribí el libro”.

Se refiere a Diciembre otra vez, una autobiografía en la que corre las cortinas de su vida de una forma absolutamente inusual; allí no queda un mueble sin mover, y aborda con honestidad brutal la historia de su vida, desde sus comienzos en la música hasta sus momentos de triunfo, pasando por sus abismos más profundos en la adicción, sus vínculos familiares más dolorosos, y sus luchas con la industria de la música. Quien lea ese libro entenderá a qué me refiero cuando describo a Santiago como uno de los tipos más honestos que he conocido en todos estos años.

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“Sé que la máscara y el secreto, la pose y el disfraz, generan más daño, no solo a mí, al entorno, y a los que siguen”, asegura, mientras la conversación nos lleva a recordar que los secretos siempre esconden malas noticias. Para él solo es posible florecer desde la aceptación de nuestras cosas más oscuras, especialmente en una sociedad dedicada a esconder la basura bajo la alfombra.

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Hoy Santiago está tranquilo, pero no se queda quieto. Sigue enfrentando los mismos desafíos que encara cualquier otro tipo de su edad, con más o menos privilegios, con más o menos temores, ansiedades y neurosis. Se embarca en nuevos proyectos, pero no busca (nunca lo ha buscado) un plan B, porque todo lo que hace busca gestionar las emociones que surgen cuando se estrella con la realidad, en todo el sentido de la palabra. Hoy esa gestión emocional está marcada por la necesidad de dejar un rastro cada vez más amable.

Más adelante, la dignidad vuelve a aparecer en la conversación, y para alguien como él eso tiene que ver con no tener que subirse a un escenario por necesidad, ni económica, ni de figuración. Esa idea de dignidad que abraza hoy nos devuelve a sus comienzos: “No se trataba de ser famoso, ni de salir en las revistas, la razón era que esto me ayudaba a transitar lo que yo sentía. Estaba dispuesto a pagar el precio de no haberlo logrado, pero no el de lograrlo a cualquier precio”.


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