Querido Trópico: Entrevista con la directora Ana Endara y las actrices Paulina García y Jenny Navarrete

Querido trópico marca un hito en el cine panameño. El primer largometraje de ficción de Ana Endara, tras su reconocida trayectoria documental, ha recorrido festivales como Toronto, San Sebastián, Roma y La Habana, cosechando premios en Lima, San Francisco y Bruselas. Ahora, además de su estreno en salas panameñas, será la apuesta oficial del país para la 98.ª edición de los Premios Óscar y la 40.ª de los Premios Goya.

La cinta narra el encuentro entre Ana María (Jenny Navarrete), una inmigrante colombiana que trabaja como cuidadora, y Mercedes (Paulina García), una mujer de la alta sociedad panameña afectada por una demencia incipiente. En medio de un jardín tropical, ambas construyen un vínculo inesperado que desborda los límites de clase, memoria y maternidad. Endara, fiel a su estilo, ha descrito esta obra como “un drama luminoso, lleno de momentos inesperados como el cambiante clima panameño”.

Con las actuaciones de García y Navarrete al centro, Querido trópico se convierte en una exploración íntima sobre ser madre, ser hija y ser, simplemente, humana. Conversamos con la directora y sus dos protagonistas sobre los retos de esta historia que pone a Panamá en el mapa de la gran conversación cinematográfica internacional.

Cortesía de Cine Colombia.

En Querido trópico hay una mirada íntima sobre la relación entre dos mujeres y sus entornos. ¿Cómo surgió la idea de abordar este tema desde una perspectiva tan personal y al mismo tiempo tan emotiva?

ANA ENDARA: Yo creo que reflexionar sobre el cuidado inevitablemente es algo personal, porque de alguna manera todos hemos estado ahí o vamos a estarlo. Vamos a tener padres que se hacen viejitos o los tenemos, y en algún momento, siendo niños, hemos necesitado también que nos cuiden. Y en América Latina, además, el tema de la maternidad atraviesa todo. Ser madre o no serlo, y si no lo eres, cómo muchas veces se te ve como una mujer incompleta.

Pensar en esas tensiones me llevó a imaginar a estas dos mujeres tan distintas que se acompañan un instante en el tiempo. Y sí, claro, es una película sobre ser madre y también sobre ser hija, sobre todas las posibilidades de esas dos cosas. Además, es innegable que el rol del cuidado ha recaído siempre sobre las mujeres, ya sea porque se nos da bien o porque se nos impone. De ahí que fueran dos mujeres las que debían habitar la pantalla en esta historia.

Al tomar cada vez más las mujeres el control de las películas, como directoras o guionistas, surge una perspectiva distinta a la que solía estar dominada por hombres. ¿Cómo lo ves en relación con tu trabajo?

ANA ENDARA: Mientras más diversidad, más rico el mundo. Y en ese sentido, mientras más puntos de vista existan, más completo es el retrato. Las mujeres no habíamos podido contar muchas de las cosas que ahora estamos contando, y eso suma. No es que un relato sea más verdadero que otro, es que juntos forman un coro, un coro diverso que da matices nuevos.

En tu cine siempre hay un interés por la identidad, la migración y los vínculos. ¿Cómo se reflejan estos elementos en Querido trópico?

ANA ENDARA: Yo pienso que mis películas siempre tratan sobre Panamá. Es mi manera de hacer un retrato posible de mi país. Y Panamá es un país de paso, de migraciones, de gente que se fue quedando. Yo misma tengo madre croata y padre panameño.

En Querido trópico, Mercedes representa a esa aristocracia panameña, mientras que Ana María es la trabajadora migrante que llega en condiciones vulnerables y termina ocupando uno de los trabajos más esenciales y menos reconocidos: el cuidado. Juntas representan esa complejidad panameña, y al mismo tiempo reflejan lo que somos como sociedad.

Cortesía de Cine Colombia.

Mercedes es un personaje lleno de complejidad, atrapada entre su pasado y su presente, prisionera de lo que le sucede a nivel mental y emocional. ¿Cómo abordaste la construcción de su vulnerabilidad y de sus armaduras, especialmente en su relación con Ana María?

PAULINA GARCÍA: Lo primero fue leer el guion muchas veces, porque ahí estaba escrito el núcleo del personaje. Con Ana tuve conversaciones muy abiertas y profundas, pero había cosas que iban más allá de lo conversado. Me concentré en su condición de haber levantado una vida en otro país y en el peso de pertenecer a una clase alta que logró muchas cosas, pero que perdió contenido. Esa forma externa quedó vacía porque lo que le ocurre en su mente es arrasador, determinante, cancelando todo lo demás.

El reto fue mostrar el esfuerzo de Mercedes por mantener vivo ese pasado, esa costumbre de mostrarse todavía capaz, todavía presente, mientras su mente la va devorando. Esa tensión me parecía crucial: la enfermedad mental la va borrando, pero ella insiste en aferrarse a lo que era, en demostrar que aún puede.

En tu interpretación aparece también una dimensión muy actual, la de la enfermedad mental y sus efectos en la vida cotidiana. ¿Cómo lo trabajaste?

PAULINA GARCÍA: Es un temazo de hoy. Todos lo vemos, todos lo conocemos porque estamos interconectados y lo padecen personas cercanas. Es devastador cómo los vínculos se erosionan con la enfermedad. Para mí fue interesante que Mercedes buscara un vínculo que la sujetara a la realidad. Ese vínculo es Ana María.

En medio del derrumbe, ella necesita alguien que la sostenga. Eso me pareció profundamente humano: el deseo de seguir conectada, de no perderse del todo, de buscar ese cable a tierra en otra persona. Y ese lazo es lo que le permite sobrevivir, aunque esté perdida en su propia mente.

La película también plantea un cruce de clases sociales, donde la enfermedad parece derrumbar barreras. ¿Cómo lo sentiste desde Mercedes?

PAULINA GARCÍA: Es muy paradójico. Mercedes puede vincularse con Ana María justamente porque su enfermedad la despoja de esos prejuicios de clase. Se olvida de ciertas jerarquías y entonces se abre la posibilidad de una relación más sincera. Claro, sigue habiendo roces, hay maltratos y diferencias, pero lo interesante es que, en medio del caos mental, ella logra ver a Ana María no solo como alguien que la atiende, sino como un ser humano con quien compartir.

Ese cruce es vital para la película, porque ahí ocurre el verdadero encuentro: en la vulnerabilidad, no en la posición social.

Cortesía de Cine Colombia.

Tu personaje, Ana María, atraviesa cambios y transformaciones a lo largo de la película, tanto físicos como emocionales. ¿Cómo trabajaste esa evolución desde su conexión inicial con Mechi hasta los momentos finales?

JENNY NAVARRETE: Cuando leí el guion por primera vez, sentí una gratitud enorme hacia Ana por darme un personaje tan rico. Era un reto construirlo desde lo físico y lo emocional. Desde el casting hice bocetos de cómo veía a Ana María: cómo se movería, cómo hablaría, cómo respiraría cada palabra. Quería darle un cuerpo grande, fuerte por fuera, porque su entrega se da a través del cuidado.

Ya en los ensayos con Paulina fue fundamental la observación y la percepción. Escucharla, sentirla y responder desde lo que tenía adentro me ayudó a encontrar a Ana María. Además, mi propia experiencia como madre y como docente en primera infancia me permitió volcar mi lado de cuidadora profesional en el personaje. Era como convertir todo ese mundo íntimo en una dualidad: lo que soy y lo que ella debía ser.

Ana María se convierte en un personaje con gran empatía, pese a sus propios secretos y dificultades. ¿Cómo asumiste esa dimensión?

JENNY NAVARRETE: Parte del trabajo fue construir a una mujer que, aunque está sobreviviendo y cargando con sus propios problemas, no deja de tener empatía. Ella comprende, aguanta, resiste y, al mismo tiempo, es capaz de dar afecto. Ese “dar la mano” sin esperar nada a cambio me parecía esencial.

Claro que el personaje guarda secretos, pero no quise centrarme en ellos para no condicionar todo. Lo fundamental era mostrar que Ana María es alguien que, a pesar de las condiciones duras, puede querer y acompañar. Esa es su fuerza: no solo el cuidado físico, sino la capacidad de cuidar emocionalmente.

En la película también hay una reflexión sobre la conciencia de clase, que se ve en la relación entre Mercedes y Ana María. ¿Cómo lo viviste desde tu personaje?

JENNY NAVARRETE: Es un tema muy fuerte, porque está ahí todo el tiempo. Ana María pertenece a ese grupo invisibilizado que hace los trabajos esenciales, los mal pagados, y que además recibe la carga de los prejuicios sociales. Pero ella no responde desde la humillación, sino desde la resistencia y la empatía.

Creo que esa fue mi guía: Ana María no se define solo por lo que hace, sino por cómo lo hace. Y en ese vínculo con Mercedes se da algo que va más allá de la condición social: un encuentro humano en medio de todo lo que las separa.

¿Qué esperan que los espectadores se lleven al ver Querido trópico?

ANA ENDARA: A mí me gusta pensar la película como un drama luminoso. Puede que les saque alguna lágrima, pero también podrán reírse. Creo que trata temas complejos, inevitables en la vida, y que necesitamos aprender a mirarlos sin perder la capacidad de reírnos de nosotros mismos. Eso es lo que encuentran Ana María y Mercedes: la posibilidad de reír juntas en medio de todo. Esa risa compartida es el corazón de la película.

PAULINA GARCÍA: Yo creo que el público se va a encontrar con un trópico concentrado, lleno de secretos bien guardados. Como dice un personaje al comienzo, Panamá es un secreto muy bien guardado, y eso mismo contiene la película. Entre la selva, los animales y los pequeños misterios que se revelan, hay gozo, hay belleza, pero también están las banderas que hay que levantar. Querido trópico no teme tocar los temas que importan, y lo hace desde un lugar profundamente humano.

JENNY NAVARRETE: Para mí lo más importante es que el espectador se lleve la película a casa, que la piense después, que la converse tomando un café. Eso es lo que da vida al cine: cuando la historia continúa en la mente y en la conversación. Ojalá Querido trópico se quede un tiempo en quienes la vean, no solo como una proyección en pantalla, sino como algo que los acompañe.

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