Primal Scream y una nueva insurrección de amor en la tierra de D10s
Bobby Gillespie rie y contagia su alegría. A los 63 años el hombre celebra estar ahí arriba del escenario, elegante, de punta en blanco, haciendo palmas, intercambiando miradas, gestos, guiños con su público, al frente de la banda que inventó, Primal Scream, ya hace más de cuarenta años, en su Glasgow natal. Siente una conexión especial con Argentina y siempre que puede lo expresa. Para él también esta es la tierra de D10s. A un año de la muerte de Diego Maradona, él mismo escribió para Rolling Stone Argentina una despedida en la que aseguraba haber llorado por una semana cuando se enteró: “Era un héroe internacional de la clase trabajadora”. Anoche, una vez más, le dedicó a Maradona ese himno trance/psicodélico con el que inauguró la década del 90, “Loaded”, y el público le agradeció con el “maradoooo, maradoooo”. Bobby Gillespie rie y contagia su alegría.
A lo largo de las décadas, Primal Scream ha mutado una y otra vez. Ha cambiado tanto de sonido como de integrantes. Pero Bobby mantiene su esencia y eso es lo que hoy lleva por el mundo de gira. No importa si el repertorio se apoye en su último álbum, Come Ahead (2024), ni que el único sobreviviente de los primeros años del grupo sea el guitarrista Andrew Innes (coloso en eso de hacer sonar a la banda como si hubiera varias guitarras, por cierto). La vibra está asegurada. Rock, funk, góspel, psicodelia, beat y poesía combativa. Furia y baile garantizados.
Tras su show en el marco del festival Music Wins, el domingo, en Mandarine Park, Primal Scream se presentó anoche en el C Art Media para cerrar una nueva visita al país, en medio de una semana repleta de conciertos internacionales, de Massive Attack (cabeza de cartel del Music Wins) a Stereolab (toca esta noche, en el C Art Media) y de Weezer (mañana, en el Movistar Arena) a Morrissey (si a Moz se le antoja, este sábado, en el Movistar Arena).
“Estamos perdidos y necesitamos una dirección. Necesitamos una insurrección de amor”, canta Gillespie en el inicio del show, a caballo de su hit más reciente (“Love Insurrection”) y enseguida le pega “Jailbird”, publicada treinta años atrás, en su época stoneana. Pero aquí no hay brecha espacio-temporal. Por estos días, el vivo de Primal Scream lo definen Innes en guitarra, Simone Marie Butler en bajo (en la banda desde 2011), Darrin Mooney en batería, Terry Miles en teclados (primo del histórico Martin Duffy, que falleció en 2022) y Alex White en saxo (por momentos una suerte de segunda guitarra). Comandados por Gillespie, suenan ajustados y desordenados al mismo tiempo. Sucios y desprolijos, pero con elegancia desfachatada. Herméticos en “Swastika Eyes”, volados en “Movin’on Up” y rabiosos en una extensa y pervertida versión de “Country Girl”.

Gillespie lució remera del Diego con la diez screamadelica en la espalda, agradeció una y otra vez los coros del público, intercaló miradas y sonrisas con los fans más cercanos al escenario y desplegó su habitual performance sexy retorcida. Ya no se muestra desfigurado como en otros tiempos, sino que lo suyo hoy es conectar y transmitir. Y vaya que lo hace bien.
Los bises llegaron entonces con tres que sabían todos. “Damaged”, “Come Together” y “Rocks”. Entre las varias visitas de Primal Scream al país (de aquel torbellino electro del debut en 1998 en Museum a la pálida versión con la que llegaron para celebrar los 20 años de Screamadelica en GEBA en 2011), la de anoche se acomodará bien alto en el recuerdo de ese grupo de aliados incondicionales que la banda tiene por acá, en la tierra de D10s.










