Ozzy y yo: Cómo logré conocer al verdadero Ozzy Osbourne
Fue en un día sofocante de agosto de 2022 en Londres cuando ví a Ozzy Osbourne en persona por última vez, en un elegante hotel cerca de Hyde Park. Me senté, pero el Príncipe de las Tinieblas tuvo que recostarse porque estaba agotado tras su triunfal regreso a los escenarios en su ciudad natal, Birmingham. La noche anterior interpretó ‘Iron Man’ y ‘Paranoid’ con su compañero de Black Sabbath, Tony Iommi. Había tomado la decisión de subir al escenario como solista por primera vez en cuatro años a último momento, ya que estaba luchando contra varios problemas de salud. Pero se le veía de buen humor.
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“¿Hace calor aquí o soy yo… carajo”, balbuceó. “En Inglaterra aún no hemos alcanzado a Estados Unidos en cuanto al aire acondicionado”. Sin embargo, allí estaba, sudando y todo, el mismísimo “Ozzy”, a pesar de su dolor y del incómodo calor. Quería compartir lo renovado que se sintió al regresar al escenario, además de sus recientes roces con el destino (extendió las manos para mostrarme que sus medicamentos para el Parkinson lo mantenían estable) y de cómo ni él mismo podía creer que siguiera vivo. Había crecido viviendo en la pobreza, pero ahora podía permitirse el mismo hotel en el que se alojaba Winston Churchill.
Aquel día hablamos durante unas cuatro horas y él respondió con entusiasmo a todas las preguntas que le hice, tanto las que me habían encargado los editores de ROLLING STONE para un perfil relacionado con su último álbum de estudio, Patient Number 9, como las mías acerca de todo lo que siempre había querido saber acerca de su legendaria carrera. Soy fan de Ozzy desde los 12 años, cuando compré un cassette doble de Live & Loud ya que me encantaba ver sus videos ‘Mr. Tinkertrain’ y ‘Road to Nowhere’ en MTV.
“Creo que no estás escribiendo un artículo”, bromeó cuando llegamos a las tres horas y media de entrevista. “Estás escribiendo una puta enciclopedia”. Ambos nos reímos porque no era la primera vez que él sentía eso al hablar conmigo.
Cortesía de Kory Grow
Durante los últimos 15 años, aproveché todas las oportunidades para entrevistar a Ozzy, ya que era mi artista favorito cuando era joven y, bueno, porque siempre era divertido hablar con él. Según mis registros, realicé un total de 20 entrevistas con el Príncipe de las Tinieblas sobre música, tanto nueva como antigua, sobre su serie de televisión con su hijo Jack (la única vez que realmente vio el mundo, ya que solía estar recluido en habitaciones de hotel durante las giras) y sobre el nacimiento del heavy metal. Esto sin mencionar mis notas en el set conmemorativo de Paranoid de Black Sabbath y en la película del concierto The End. A lo largo de todas esas entrevistas, pude construir lo que sentí que era una relación especial con él. Creo que él sentía lo mismo, ya que siempre terminaba nuestras entrevistas diciendo: “Si necesitas algo más, llama a la oficina”, algo que pocos artistas de su talla suelen ofrecer.
Hoy, mientras asimilo la noticia de su muerte, no solo reflexiono sobre el impacto de Ozzy Osbourne en la música y la cultura pop, sino también sobre la enorme influencia que tuvo en mi vida. Recuerdo que cuando tenía 12 años estaba escuchando aquella cinta de Live & Loud en el asiento trasero de un coche con un amigo, quien estaba escuchando Paranoid, mientras nuestras madres nos decían que estábamos escuchando al mismo cantante. Recuerdo asistir a su increíble concierto Retirement Sucks en Denver en 1996, así como al Ozzfest allí en 1997, el cual tenía un cartel que, en mi opinión, supera con creces a cualquier Coachella. No solo se podía ver a Black Sabbath y a Ozzy en solitario, sino también a Pantera, Type O Negative, Fear Factory, Machine Head y Neurosis. Vi a Ozzy en solitario o con Black Sabbath al menos unas 25 veces y puedo recordar claramente cada concierto si me esfuerzo lo suficiente.
Al principio, cuando era preadolescente, me atraía el peligro de su música, la forma en que miraba fijamente y abrazaba la oscuridad, y cómo se autoproclamaba un “rebelde del rock & roll”. Pero a medida que fui conociéndolo mejor, leyendo entrevistas en fanzines, llegué a apreciar otra faceta suya. Empecé a admirar a Ozzy como un músico brillante e innovador, así como un ser humano imperfecto que hablaba abiertamente de su lucha contra el alcoholismo y de cómo deseaba mejorar. Por muy controvertido que fuera su legado –que incluía decapitar animales alados y orinar en monumentos–, para mí era un modelo a seguir ya que siempre se esforzaba por conseguir algo más. Podía estar deprimido, pero nunca se rendía.

Cortesía de Kory Grow
La primera vez que lo conocí fue en 2005, cuando tenía 24 años, en un encuentro con cientos de fans organizado por Tower Records. Le dije que su música había cambiado mi vida, y él respondió inmediatamente con una broma: “La mía también”. Ese tipo de humor seco pero sincero era lo que le hacía tan entrañable para el gran público en The Osbournes. Me recordó que él era famoso por su gran música, pero que era una leyenda porque también se sentía cercano.
Su respuesta también me hizo sentir mejor tras haber sido apartado para dar paso al siguiente fan, porque me había dicho algo único para recordar en caso de que nunca volviera a tener la oportunidad de hablar con él. Por suerte, ese no fue el caso.
La primera vez que hablé con Ozzy como profesional fue cuando trabajaba como editor en la revista Revolver. Fue en la oficina de Sony Music en Nueva York, y yo estaba nervioso, pero Ozzy me tranquilizó respondiendo a preguntas sobre su nuevo álbum de 2010, Scream y a mis propias dudas sobre Randy Rhoads, el fallecido guitarrista con el que coescribió dos de sus mejores álbumes, Blizzard of Ozz y Diary of a Madman. Hablamos durante unos 45 minutos, pero se me pasaron volando. Había conseguido mantener a raya mi fanatismo y no fue hasta media hora después cuando me dí cuenta: “¡Acabo de entrevistar a Ozzy Osbourne!”.
El verdadero trabajo comenzó cuando reproduje la grabación y tuve que descifrar el famoso balbuceo incoherente de Ozzy. Pero cuando lo hice, descubrí que había hecho pequeñas bromas y referencias a chistes que no había captado en persona y fue aún más divertido y entretenido de leer. Me dio una mejor visión de su personalidad y me preparó para escuchar con más atención lo que decía la próxima vez que hablara con él.
Con el tiempo, aprendí que lo mejor era hacerle preguntas de la forma más clara y concisa posible y dejarle hablar. A menudo me sorprendía con su ingenio, como cuando aproveché su interés por la Segunda Guerra Mundial con mi pregunta sobre el supuesto micropene de Adolf Hitler, que él convirtió en una reflexión más profunda sobre la fallida vida sexual del führer. Y no se cohibía si no le gustaba alguna de mis preguntas –juró que Black Sabbath no era una banda de heavy metal, porque esa etiqueta incluía a bandas como Poison– o si simplemente no tenía una respuesta para mí. Por ejemplo, les pregunté a los cuatro miembros de Sabbath qué había inspirado mi canción favorita del grupo, ‘Wheels of Confusion’, el primer tema de su álbum magistral Vol. 4, pero ninguno de ellos, ni siquiera Ozzy, tenía ningún recuerdo al respecto. De todos modos, es una de las piezas de heavy metal más conmovedoras que he escuchado jamás. Aunque, bueno, todos recordaban las aventuras con drogas en aquel momento con detalles vívidos y divertidos.
Sin importar la situación, Ozzy siempre se mostraba sincero y amable cada vez que hablábamos. En 2016, su mánager y esposa, Sharon, nos invitó cordialmente a mi esposa y a mí al backstage para saludarlos antes de que Black Sabbath ofreciera un concierto espectacular en Chicago durante su gira The End. Lo vimos calentar la voz, me enseñó una carta de poker de Lemmy Kilmister que llevaba consigo para recordar al fallecido líder de Motörhead y su querido amigo, y le recomendó a mi esposa, que canta ópera, un sérum que él utilizaba para mantener sus cuerdas vocales en buen estado.

Cortesía de Kory Grow
Cuando lo entrevisté dos años después entre bastidores en un concierto en Allentown, Pensilvania, cuando estaba iniciando su gira de despedida como solista, me mostró una foto de su querido perro Rocky, que era muy asustadizo como para viajar con él, así como los garabatos de calaveras que hacía para controlar sus nervios. En ese momento, insistía en que seguiría dando conciertos aquí y allá después de la gira, pero una infección por estafilococos y una caída en mitad de la noche pusieron fin a su carrera artística antes de tiempo. Me habló de la infección con su franqueza habitual: según contó, tenía el pulgar hinchado “como una puta bombilla”. Más tarde me describió con todo detalle lo horrible que había sido la caída. Luego reveló su diagnóstico de Parkinson.
Me resultaba difícil escuchar lo abatido que sonaba cuando hacíamos entrevistas telefónicas después de eso, sobre todo porque podía percibir lo lúcido que estaba mentalmente y lo emocionado que estaba por grabar nueva música –como sus excelentes álbumes Ordinary Man y Patient Number 9–, todo a pesar de que su cuerpo se estaba rebelando contra él. Pero una vez superaba sus frustraciones (yo siempre le expresaba mi compasión por su estado), se animaba y podía describir con viveza las sesiones fotográficas que había hecho para sus álbumes. También lo escuché emocionado por una nueva canción que había grabado con uno de sus mejores amigos, Billy Morrison.
Así que fue increíble ver lo rejuvenecido que se sentía en 2022 después de cantar una sola canción con Iommi, más de medio siglo después de que formaran Black Sabbath. “Nunca pienso que voy a ganar”, me dijo entonces. Pero esa noche se sintió como un ganador. Fue entonces cuando me di cuenta de que lo que hacía realmente especial a Osbourne era su espíritu desvalido. Me contó una larga historia sobre cómo se arrepentía de haber actuado como un idiota con Eric Clapton una vez, por lo que se sentía honrado de que Clapton tocara en su álbum. No creía que estuviera a su altura, aunque lo estaba. Esa humildad es lo que nos hizo a mí y a todos querer apoyarlo, ya fuera como artista o como padre confundido en un reality show durante más de medio siglo. Pero por mucho que quiso volver a subir al escenario, solo hizo una aparición más y, después de ese concierto, su despedida con Back to the Beginning.
Hace unas semanas, vi toda la retransmisión en directo de Back to the Beginning. Por mucho que me hubiera encantado viajar a Birmingham para verlo en persona, el evento estaba programado para el día después de la fecha prevista del nacimiento de mi hija. Por suerte, ella llegó un poco antes, así que pudimos ver las 10 horas de retransmisión en directo en familia, lo que supuso su primer “concierto”.
Ver a Ozzy en su trono, con aspecto frágil pero con una voz potente, me emocionó. Hubo algo revelador en su forma de cantar ‘Mama, I’m Coming Home’, con su voz quebrada, que me conmovió profundamente. Fue una muestra sincera de su humanidad, Ozzy en su máxima expresión, luchando por triunfar, igual que la última vez que lo vi. Estaba decidido a ganar. Vi esa actuación una y otra vez en mi iPad las siguientes semanas mientras le daba el biberón a mi hija (mantuve la transmisión activa rebobinando cada día), y verla repetidamente me emocionaba cada vez porque sabía, al haber hablado con Ozzy, lo mucho que significaba para él despedirse de la manera adecuada.
En la industria musical, a menudo se oye el dicho “Nunca conozcas a tus héroes”, porque te decepcionarán. Pero Ozzy nunca me decepcionó, sobre todo porque pude ver de primera mano lo mucho que se esforzaba por triunfar. Al final del día, era incapaz de ser otra persona que no fuera Ozzy Osbourne. “Mi vida ha sido increíble”, me dijo una vez. “No se podría escribir mi historia; no se me podría inventar”. Y tenía razón. Me sentí afortunado de que quisiera pasar horas de su vida contándome sus historias.