Oasis: regreso a Wembley, fiebre en Londres y spoiler de lo que veremos en River
Lo que sigue es un extracto de la extensa crónica exclusiva sobre Oasis, desde Londres, que aparece en el número de noviembre de Rolling Stone Argentina (tapa Santiago Motorizado). Conseguí la revista en todos los kioscos y leé esta nota histórica.
Son las cuatro de la tarde del viernes 25 de julio y el bar The White Horse está desbordado. Ubicado en una de las calles laterales de Wembley, es de los pocos lugares habilitados en la zona para poder comprar alcohol antes de ingresar al estadio, allá donde empieza a dibujarse la periferia de Londres.
Un par de vallas ordenan una fila que serpentea desde la vereda hasta la barra, donde los pedidos se hacen entre gritos y lenguaje improvisado de señas, mientras la clientela entona a garganta pelada los clásicos de Oasis que suenan de fondo, como si fuera necesario atizar una previa que se estuvo caldeando durante 16 años.
De a ratos, la música es reemplazada por un cantante con guitarra acústica cuyo repertorio está compuesto íntegramente por las canciones de los hermanos Gallagher, cuya presencia es más dada por hecho que celebrada. Todo transcurre con relativa normalidad hasta que al imrprovisado trovador se le ocurre salirse del guion y arremeter con una versión de “Parklife”, el hit que dio nombre al tercer disco de Blur en 1994. Tres décadas atrás, la escena podría dar pie a una trifulca áspera.
Hoy, todo se resuelve con la clientela y sus pintas en alza, un pacto tardío de convivencia pacífica alimentado a base de sidra y cerveza stout.
Oasis eligió a Londres como la tercera escala de Live ‘25, la gira reunión con la que Liam y Noel Gallagher volvieron a compartir escenarios. No lo hacían desde aquella discusión en camarines durante el festival francés Rock en Seine, el 28 de agosto de 2009. Lo cierto es que desde la confirmación oficial de su regreso hasta el primer show del tour, los hermanos mantuvieron todo bajo el mayor hermetismo posible: no hubo ninguna aparición pública en conjunto hasta la salida a escena en su primera fecha, el 4 de julio en el Principality Stadium de Cardiff, Gales. Allí, 75 mil personas fueron testigos de una postal que durante más de una década y media parecía imposible, y que se volvió una fija en cada noche del tour: los dos hermanos de la mano, alzando sus brazos en pose triunfal.
Aunque el nivel de euforia en las calles no es comparable con el de Cardiff ni el de Manchester (la escala siguiente, con cinco fechas al aire libre en su patria chica), a Londres también la atraviesa el fenómeno que despierta la reunión de Oasis, con el fervor esparcido a lo largo y ancho de sus calles y rincones. Cada día, oleadas de seguidores llegan a Berwick Street, en el Soho, para recrear la imagen de la tapa de (What’s the Story) Morning Glory?, donde Reckless Records y Sister Ray, las dos disquerías de la cuadra, les daban a álbumes y singles del universo Gallagher un lugar de privilegio en sus vidrieras.
A poco más de trescientos metros, una caminata de cinco minutos era más que suficiente para llegar a Carnaby Street. La peatonal que supo ser el epicentro de las boutiques y galerías de la contracultura mod en los 60 y punto de encuentro para la comunidad punk en la década siguiente, hoy es un polo comercial plagado de marcas del ABC del consumo (Ray-Ban y Puma, pasando por Levi’s y Vans), donde hasta The Rolling Stones tienen RS N° 9, su propia tienda de productos oficiales a precio prohibitivo. A tan solo un local de distancia, Oasis montó un pop-up con merchandising en todas sus variantes y sabores, donde hay remeras, pines, posters y llaveros, pero también rompecabezas, repasadores y hasta cinta de embalar con el logo creado por Brian Cannon en 1993.
En los días previos al show, el acceso a la tienda Oasis en Carnaby es igual de ordenado que cualquier otro de la cuadra. En la mañana del sábado posterior a la primera fecha, en cambio, la postal es muy diferente, con filas que entorpecen la circulación por la peatonal, empleados que vaticinan esperas de hora y media para poder entrar y un sistema de reserva de ingreso que no tardó en colapsar. La escena culmina con un grupo de turistas que decide salirse de la fila y encarar con resignación hacia el local de Jagger y Richards en busca de otro tipo de memorabilia rockera. Para conseguir un premio consuelo, basta con salir a recorrer Oxford Street y elegir una tienda al azar: desde H&M y Levi’s, pasando por Backstage, la disquería HMV o la exclusiva firma de diseño Represent ofrecen productos propios con licencia oficial. En la variedad está el gusto y, en esta oportunidad, nadie quiso quedarse afuera, sobre todo ante la posibilidad de cobrar hasta 130 libras por una remera de Oasis (252 mil pesos a la cotización oficial al cierre de esta nota).
Y para el fan, en este regreso el Santo Grial aparece cruzado por tres tiras. Desde que a mediados de junio Adidas anunció su colaboración con Oasis, todos los locales de la marca le dieron un lugar protagónico a la colección que ofrece lo que podría calificar como el uniforme reglamentario del fan de Oasis, compuesto por remeras, pantalones, buzos, camperas, rompevientos, pilusos y hasta una falsa camiseta de fútbol.
El jueves 24, en la tarde anterior al comienzo de la seguidilla en Wembley, Adidas cierra las puertas de su local de Oxford Street para un evento exclusivo en el que el fotógrafo Lawrence Watson exhibe una serie de retratos a Liam y Noel Gallagher en los que el denominador común es la ropa deportiva creada por Adi Dassler. La velada continúa con un DJ set a cargo de Steve Lamacq, histórico presentador de la BBC, y entre los invitados circulan el guitarrista Barrie Cadogan (ex Primal Scream y colaborador de Liam Gallagher) y el coleccionista de Adidas Robert Brooks, que en 2014 viajó a Buenos Aires con Ian Brown exclusivamente para conocer el histórico local Ruiz Deportes de Mataderos.
La noche termina con un sorteo. Los primeros doce afortunados se llevan un póster firmado, mientras que el gran premio de la noche es una orden de compras en el local. El voucher queda en manos de Agustín, un músico de Neuquén que salió por primera vez del país para ver a la banda de su vida y que llegó a Londres después de haber viajado a Manchester, donde vivió la experiencia Oasis con un plus inesperado. “Estábamos haciendo tiempo, tomando una cerveza antes del show con un amigo, y nos encontramos con Bonehead. Lo vimos a unos cincuenta metros y fuimos caminando rápido con mi bandera para alcanzarlo y sacarnos una foto”, cuenta sobre un encuentro más que inesperado con el guitarrista fundador de la banda a tan solo horas de que subiera al escenario en Heaton Park.
Con una sempiterna bandera albiceleste decorada con el logo de Oasis y el de Muster, su propia banda, Agustín fue uno de varios argentinos presentes en el Reino Unido para vivir la reunión. Ya fuera por el valor histórico del encuentro o bien por la ficción cambiaria en la previa a una elección legislativa picante, no hubo destino en el que la camiseta albiceleste no tuviera un lugar protagónico cerca de la valla. La ciudad natal de los hermanos Gallagher fue el destino preferido para una comitiva rockera argenta que tuvo entre sus representantes en el Reino Unido a Santiago Motorizado, Dillom, Joaquín Levinton y los integrantes de Bestia Bebé. Tan notoria es la presencia argentina en Manchester que Benjamin Rock, un ilustrador local apodado Sketch MCR, decidió tender un puente artístico entre ambos países. Impresionado por la cantidad de fans que viajaron a su ciudad para los shows de Heaton Park, luego de retratar a varios de ellos, decidió viajar a Buenos Aires este mes y pintar un mural en las inmediaciones del Monumental junto a tres artistas locales en la previa de los shows en Núñez.

Aunque Londres es una ciudad lo suficientemente grande como para que los fans de Oasis se pierdan en sus calles, parques y espacios históricos, los pubs funcionan como punto tácito de encuentro. Basta con elegir cualquiera al azar para encontrarse no solo con una lista de reproducción que sonará inalterable toda la noche (en el mejor de los casos, incorporará hits de otros artistas que hayan sido contemporáneos a los enfants terribles hinchas del City), sino también con una fauna de seguidores que no conoce de países ni de edades. Para muestra, ahí aparece Carley, nacida y criada en Boston, que cruzó el Atlántico para ver a la banda que conoció por su mamá en 2008, apenas un año antes de la separación. “Pasé los siguientes 15 años enamorándome completamente de una banda que ya no existía más. Siempre fueron de mis preferidos, pero con el paso del tiempo tuve que amigarme con la idea de que jamás iba a verlos”, dice. Cuando se enteró del anuncio, Carley armó un itinerario de viaje para ver seis shows que terminaron siendo once, muchos de ellos con acampes de entre 12 y 14 horas para garantizarse un lugar próximo a la valla del estadio.
“¿Venís de Argentina? ¿De qué cuadro sos?” Seps tiene 30 años, es británico y tiene dos pasiones: Oasis y Boca Juniors. En medio del tumulto en The White Horse exhibe con orgullo su vestimenta: una remera con un retrato a mano alzada de la histórica foto de Liam y Noel Gallagher con Diego Armando Maradona y un short xeneize de entrenamiento. “Llegué a ellos bastante tarde, básicamente por el documental Supersonic (de Mat Whitecross, de 2016). Me hizo darme cuenta no solo de lo mucho que me gustaban sus canciones, sino que eran también una gran influencia en mis preferencias musicales”, dice. En noviembre, Seps se subirá a un avión para darse un gusto por partida doble: ver a Oasis en el Monumental y conocer La Bombonera al día siguiente.
El link entre Oasis y la pasión futbolera no es novedad y su público parece entenderlo a la perfección: el camino por el playón que une la estación de Wembley Park con el estadio está adornado con una galería a cielo abierto de imágenes que el fotógrafo Kevin Cummins tomó a la banda en sus primeros años. Con más de veinte fotos a disposición, el público se amontona para poder posar junto a un retrato en particular: Liam y Noel, con pose desafiante en un callejón de su ciudad natal, ataviados con sendas camisetas del Manchester City. Pasión de multitudes.
Con un recital entendido (al menos en el Reino Unido) como una celebración de su legado, pero también de un recorte histórico puntual, la elección de los teloneros de la gira ayudó a redondear la puesta en valor del britpop como fenómeno más allá de su propia época. Al igual que en el resto de la gira, en Wembley el primer show de la tarde estuvo a cargo de Cast, la banda liderada por John Power después de la separación de The La’s, que fue a su vez el grupo encargado de sellar la génesis del movimiento de la mano de su himno “There She Goes”. Aunque no pudo replicar ese nivel de perfección pop (y que su carrera posterior haya sido algo despareja), Cast tuvo en sus primeros discos (sobre todo en su debut, All Change, de 1995) una serie de canciones que no tardaron en ser parte del inconsciente colectivo británico de los noventa. Por eso, más allá de la intención de validar su presente con el estreno de un tema (“Poison Vine”, interpretado junto a P.P. Arnold, coreuta de Pink Floyd), la nostalgia pegó fuerte de la mano de la balada “Walkaway” o el hit “Alright”, casi una síntesis del optimismo que reinaba cuando fue lanzada al mundo hace tan solo tres décadas.
Entre un show y otro, los puestos de ventas de bebida reciben a una peregrinación pacífica de gente dispuesta a matar la espera con litros de lager, de a dos o cuatro vasos por persona. Pasado el primer fin de semana en Wembley, el diario The Times informará que en los tres shows iniciales de Oasis en Londres se vendieron 250 mil pintas por noche, duplicando la cifra alcanzada por Coldplay el año anterior (120 mil unidades) y sextuplicando las que se vendieron en cada fecha del The Eras Tour de Taylor Swift en el mismo lugar (tan solo 40 mil vasos). Las pintas en el estadio cuestan 8,20 libras, y con aproximadamente 80.000 aficionados por concierto, eso equivale a unas tres pintas por boca. Dado que muchos no beben en los conciertos o prefieren algo distinto a la cerveza, la proporción real de pintas por persona será significativamente mayor. De acuerdo a la prensa británica, la demanda de alcohol durante los shows es tanta que hasta se inició una disputa territorial entre el personal de catering y el de limpieza y mantenimiento por los espacios en donde almacenar los barriles de bebida acordes a la demanda. De Be Here Now a Beer here now.
Mientras el sol comenzaba lentamente a esconderse, Richard Ashcroft (que también será telonero en los conciertos de noviembre en Buenos Aires) y su banda tomaron el escenario por asalto con la certeza de tener entre sus manos un repertor para abrirse paso ante una audiencia cada vez más expectante. Desde el vamos, el exvocalista de The Verve arranca a fondo con “Weeping Willow”, la primera de las seis canciones de Urban Hymns que suenan en una lista de siete temas. Con la excepción de “Break the Night with Colour”, de su tercer disco en solitario, su set recreó de manera fiel las canciones del disco con el que su exbanda saboreó el éxito en 1997 antes de su disolución al año siguiente. Ashcroft no es un extraño en el universo Gallagher y el público lo sabe: The Verve y Oasis sellaron su amistad en 1994 en una pelea a puño limpio contra hinchas del Chelsea en un viaje a Países Bajos, y al año siguiente Noel compuso “Cast No Shadow” como un homenaje a su genio atribulado. La emotividad de su set es un crescendo constante, con escalas obligatorias en “Lucky Man”, “Space and Time” y “Sonnet”, antes de alcanzar su pico ideal en “Bitter Sweet Symphony”, con su leitmotiv de cuerdas resonando en cada rincón de Wembley.
“Esto no es un simulacro. Repito, no es un simulacro”. Mientras el sol comienza su lenta retirada, la voz de J. Patrick McNamara en Encuentros cercanos del tercer tipo es la señal de alerta de lo que está a punto de ocurrir. De un segundo al otro, el riff hendrixiano de “Fuckin’ in the Bushes” comienza a sonar a volumen once, mientras la pantalla del escenario es invadida por recortes de prensa, tuits y reacciones en redes sociales del día del anuncio de la reunión de Oasis, un collage de imágenes en movimiento constante al que se le superpone una frase repetida en mayúsculas: “THIS IS HAPPENING” (esto está ocurriendo). La escena da el paso a la acción en plano real, con los dos hermanos haciendo su entrada en son de paz, con los cinco músicos restantes –tres de ellos, miembros originales de Oasis– convertidos en poco más que actores de reparto de lo que ocurrirá en las dos horas siguientes.
Al igual que en su paso durante la primera formación de la banda, Paul “Bonehead” Arthurs [que al cierre de esta crónica anunció su ausencia en los shows de octubre en Asia y Oceanía, para seguir su tratamiento contra el cáncer diagnosticado en 2022] aporta una guitarra rítmica distorsionada y zumbante que hace las veces de pared sonora, un zaguero rústico que se sabe pieza elemental del equipo (y que se dice fue el hombre clave para que la reunión pudiese llevarse a cabo); desde la otra punta del escenario, Gem Archer, encargado de reemplazarlo en 1999, completa el arco sonoro con sutilezas y arreglos complementarios a la guitarra líder de Noel, y parado entre ambos está Andy Bell, el guitarrista shoegaze que llegó al mismo tiempo que Archer para convertirse en el bajista de su banda de rock favorita. Y aunque la historia de Oasis tuvo cuatro bateristas en su haber, ninguno de ellos recibió el llamado salvador para este reencuentro: en esta gira, el asiento detrás de los parches fue delegado en Joey Waronker, un músico estadounidense de largo pedigrí (de Beck a Roger Waters, pasando por R.E.M., Norah Jones y Thom Yorke) que grabó y giró con Liam para promocionar su disco grabado a dúo con John Squire, de The Stone Roses. En escena, Waronker se perfila como un baterista sobrecalificado para la tarea que tiene entre manos, y que parece hacer esfuerzos para no sobresalir ni disputarles la atención a los dos claros protagonistas de la jornada. El plantel lo completa el tecladista Christian Madden, ubicado estratégicamente al lado de una gigantografía de Pep Guardiola.
A partir de ahí comienza lo que Bobby Gillespie definió como una final de torneo de fútbol en la que todos hinchan por el mismo equipo y ganan. Sin mayores introducciones, “Hello”, el tema de apertura de (What’s the Story) Morning Glory? sienta las bases desde el comienzo, con una pared de tres guitarras crepitantes oficiando de pívot para un Liam Gallagher en su mejor estado vocal en décadas: tras años de shows interrumpidos o directamente suspendidos, el menor de los hermanos parece finalmente haber aprendido a tomarse las cosas en serio para poner en forma a un gruñido nasal hecho a la medida del repertorio que le toca interpretar. Y si la emoción a esa altura del partido ya es perceptible, a partir de la canción siguiente pasa a ser inevitable: “Acquiesce”, un lado B que la banda convirtió en ficha estable desde su aparición, tiene a los hermanos Gallagher compartiendo el protagonismo vocal, y al momento en que Noel toma la posta para un estribillo que bien podría hablar de su particular dinámica fraternal (“Porque nos necesitamos entre nosotros, creemos el uno en el otro, y sé que vamos a descubrir lo que duerme en nuestra alma”), los versos se resignifican cuando la pantalla de fondo muestra un paneo por las primeras filas del campo.
Lo que acabás de leer es un extracto de la extensa crónica exclusiva sobre Oasis, desde Londres, que aparece en el número de noviembre de Rolling Stone Argentina (tapa Santiago Motorizado). Conseguí la revista en todos los kioscos y leé esta nota histórica.













