Los quince años del sorprendente bastión cervecero y melómano en el (no tan) lejano Oeste bonaerense
-¿San Antonio de Padua? ¿Qué puede tener un bar para que te vayas desde Capital hasta allá?
-¿Viste todo lo que te gusta? Bueno, eso. Para mí, ir un sábado a la noche a Finisterre es como irme de vacaciones.
Ese diálogo entre dos personajes curtidos en el under porteño se dio hace años, pero se repite seguido, palabras más, palabras menos, ante la mención de un inesperado boliche de San Antonio de Padua, bautizado como aquel rincón de Galicia donde los peregrinos del Camino de Santiago acostumbran despedir a sus zapatillas detonadas.
Partido de Merlo, para algunos Lejano Oeste, a unos 45 minutos en coche y varios más en transporte público desde el Obelisco, Padua no es el fin de mundo. Pero se encuentra a una distancia considerable como para que sea difícil que los peregrinos non sanctos encaren semejante procesión. Y, sin embargo, este local literalmente a la vuelta de la estación de Padua, ferrocarril Sarmiento, que hoy celebra sus primeros quince años, consiguió lo que a priori parecía improbable: convertirse en un lugar clave para las culturas birrera y rockera, y no solo en un plano local.
Darío “Piru” Carlone y Noelia Martínez, pareja, padres, agitadores, abrieron Finisterre en 2010. La idea era despachar tapas y picadas, especialidad que Piru había afilado durante una experiencia de dos años en La Coruña, Galicia. La siguiente mudanza al local más amplio, de Volta 363, posibilitó sumar música en vivo. Y ahí se produjo la verdadera explosión. Por un lado, la gastronomía: tortillas de papas, embutidos, mariscos, cervezas artesanales (justo cuando el rubro despegaba a pleno). Por otro, el rock. “Al ver la demanda de recitales en el Oeste, con Noelia decidimos empezar a producir fechas en nuestro patio, con la premisa de que fueran gratuitos”, recuerda Piru.
Así fue que, en el sencillo patio de Finisterre Social Club, sin escenario y con entrada gratuita, tocaron nombres de peso como Camionero, Bestia Bebé, Nina Suárez, Ale Cares, Juana la Loca, Carca, Viva Elástico, Pelea de Gallos, Las Diferencias y Hugo Lobo (Dancing Mood), entre muchos más. Un cartel digno de cualquier festival independiente en Capital.
La entrada de la calle Volta da a una especie de patio cervecero, dominado por un puesto de DJ con dos bandejas de vinilos (donde no es raro encontrarse con Boom Boom Kid pinchando rarezas). Al entrar a la casa, lo primero es la barra, dominada por una pizarra de cervezas estrictamente artesanales, “boutique” y muy seleccionadas, por lo que no es raro que los comensales pidan a los bartenders recomendaciones antes que una marca en particular. El salón, con más mesas de madera, está ambientado con iconografía celta y de pub, junto con una gran heladera sobrecargada de maravillas. El patio trasero es donde tocan las bandas los fines de semana, delante del mural con un pulpo expectante.
Pero ninguna descripción da una idea de lo que se produce ciertas noches en ese rincón de Padua. El patio de Finisterre ha visto (y no tan esporádicamente) escenas de euforia, de las que Piru y Noe son más protagonistas que simples testigos. “La música en vivo fue una constante, siempre investigando qué está pasando, atentos a las novedades, abiertos a todos los estilos y sin encajarnos en ninguno en particular”, dice Piru, un melómano perdido, que encontró su lugar en el mundo.













