Libertarios y autoritarios – Rolling Stone en Español
En nombre de la libertad se fundan revoluciones que conquistan derechos y también se declaran guerras que devastan pueblos enteros. La defensa de la libertad puede justificar el más alto individualismo o la emancipación colectiva. Y, en este mundo político tan confuso, la que por mucho tiempo fue la bandera de la transformación social de las izquierdas es ahora resignificada por las derechas (y ultraderechas) en una vuelta de tuerca contradictoria.
El movimiento de nuevas derechas no es uniforme, pero comparte un firme compromiso antiprogresista, se alinea con posturas autoritarias en distintos países y, con esto, pone en peligro los derechos de las poblaciones más vulnerables. Tanto en América Latina, Estados Unidos y buena parte de Europa, las fuerzas de derecha han sabido capitalizar un contexto de múltiples crisis globales que ocurren al mismo tiempo: desigualdad, guerras, encarecimiento de la vida, calentamiento global, crisis de la vivienda, gobernanza criminal, violencias, y más. Lo paradójico de todo esto es que esas crisis son producto del mismo modelo económico neoliberal que defienden.
Para el periodista y analista político inglés George Monbiot, un aspecto clave del neoliberalismo es que es una ideología que logra operar sin ser nombrada, a pesar de que subyace a diversas crisis. La filosofía del neoliberalismo promueve la competencia como eje de las relaciones humanas, transforma a los ciudadanos en consumidores y a la democracia en un acto de compra-venta. A pesar de esto, sus fieles defensores sostienen que el mercado, sin intervención estatal, genera riqueza y que la desigualdad social en realidad es una “jerarquía natural” de ganadores y perdedores porque “el pobre es pobre porque quiere”, ignorando la historia de exclusión estructural para la mayor parte de la humanidad.
La derecha y ultraderecha, aunque diversas, conectan fácilmente. Los libertarios, originarios de Estados Unidos y tan populares hoy en Argentina, exaltan la libertad individual, a menudo chocando con los derechos de grupos oprimidos. Convergen con la extrema derecha en ideas reaccionarias y autoritarias que, paradójicamente, defienden la libertad, y allí aumentan su influencia.
Bajo un discurso de rebeldía contra un supuesto “progresismo dominante”, estos grupos presentan valores profundamente conservadores como si fueran revolucionarios. La inversión del sentido de lo rebelde hace pertinente preguntarnos: si el autoritarismo se disfraza de rebeldía, y la libertad se reduce a la del mercado y los privilegiados, ¿qué espacio queda para la justicia social que necesitamos con urgencia?
Sus paradojas no solo son curiosas, sino que son clave para entender las disputas actuales y futuras en el mundo.
Libertad negativa y ultraderecha
La politóloga colombiana María Camila Moncada analiza la idea de “libertad negativa” en los grupos neoconservadores y de nuevas derechas para explicar mejor esta aparente contradicción. Esta forma de libertad se define como la ausencia de interferencia de poderes externos, especialmente del Estado, sobre las decisiones individuales (particularmente las relacionadas con el mercado y el consumo). La visión individualista de la libertad no reconoce su dimensión colectiva o cultural. Por el contrario, es vista como una amenaza y la tildan incluso de “marxismo cultural”. Un elemento central de esta ideología es la defensa de la meritocracia como el ordenamiento social y de mercado ideal, donde el acceso a bienes y servicios se obtiene por trabajo propio, considerando cualquier otra forma de acceso (como las medidas de discriminación positiva para algunas poblaciones) como una desigualdad.
Las nuevas derechas perciben los derechos de minorías o grupos históricamente discriminados como “colectivismos” que refuerzan el poder estatal e interfieren en decisiones individuales. Argumentan que la sociedad y el mercado se autorregulan por valores y jerarquías. Ven los reclamos de minorías como privilegios que desincentivan mercados y afectan el capital, oponiéndose radicalmente a estas políticas como imposiciones de valores.
Corrientes de derecha y ultraderecha han posicionado hábilmente nuevos relatos políticos y culturales furiosamente antiprogresistas. Figuras como Javier Milei, Nayib Bukele, Donald Trump o Giorgia Meloni forman parte de una cadena reaccionaria no homogénea, pero que coincide en lo esencial: una restauración de valores “tradicionales” de familia nuclear y roles de género, donde se espera que la mujer ocupe un lugar de cuidadora en el espacio doméstico y el hombre dirija la familia heterosexual como única forma posible de base para la sociedad.
Rebeldías de derecha
Pablo Stefanoni, periodista argentino y autor del libro de 2021 ¿La rebeldía se volvió de derecha?, ofrece un análisis crucial para comprender el ascenso de fenómenos políticos con resonancia tanto en su país, como en otras partes de América y Europa. Su libro explora cómo la rebeldía se ha desplazado hacia la derecha, analizando el auge del antiprogresismo, así como el uso de la “incorrección política” por parte de ciertos grupos. Stefanoni profundiza, entre otras cosas, en la evolución del movimiento libertario hacia la extrema derecha y sus conexiones con la ultraderecha en países como Estados Unidos, España, Hungría o Italia.
Stefanoni argumenta que en las últimas décadas la izquierda progresista se ha movido dentro de los marcos de lo “políticamente correcto”, alejándose de su imagen histórica de rebeldía y transgresión. Esto tiene sentido porque ha liderado la defensa de derechos de minorías y grupos discriminados sistemáticamente. A la par, la derecha —y sobre todo las nuevas derechas— ha capitalizado la indignación social, cuestionando eficazmente el “sistema”.
El movimiento libertario, por ejemplo, se ha diluido en las ideas de extrema derecha adoptando discursos que desafían la democracia y la igualdad; las convergencias entre libertarios, reaccionarios, antiestatistas y autoritarios (incluso racistas) son cada vez más evidentes. Stefanoni subraya que la variante de extrema derecha del libertarismo es la más dinámica, capaz de construir puentes y coaliciones con otras derechas, como es posible identificar en los lazos entre Milei o el influencer Agustín Laje, con el partido Vox de España. Esto, a pesar de que en sus bases, Vox representa la defensa de valores sumamente conservadores, católicos y nostálgicos del franquismo, o el fascismo, en el caso de Georgia Meloni en Italia.
Juventudes, tecnología y misoginia libertaria
Libertarios y reaccionarios comparten un profundo rechazo a la igualdad, desprecian lo políticamente correcto y desconfían de la democracia, a la que ven susceptible a la demagogia y el estatismo. Esto explica su confluencia en proyectos populistas como el que llevó a Trump al poder en 2016, criticando tanto a las élites como a las instituciones democráticas en nombre del “pueblo”. Pero también tienen un gran enemigo común en el feminismo y los derechos de los sectores LGBTIQ+.
Impulsados por la tecnología, grupos juveniles, predominantemente masculinos, emergen bajo la bandera de la “incorrección política”. Plataformas como 4Chan, clave en las campañas de Trump o Milei, ejemplifican esto. Subculturas como los “incels”, que se ven como “perdedores” en la contienda por mujeres, difunden misoginia y violencia. Estos entornos digitales han sido absorbidos por una extrema derecha “incorrecta” que defiende principios ultraconservadores y roles de género tradicionales. Este movimiento digital, más allá de los “incels”, expone una faceta cruda de un giro a la derecha donde los hombres jóvenes son significativos.
Un análisis de Financial Times en 2025 reveló que los jóvenes, especialmente hombres menores de 25, muestran una polarización ideológica hacia opciones conservadoras. Analistas como Stefanoni sugieren que figuras como Milei o Trump han moldeado una subcultura de derecha que atrae a postadolescentes con discursos extremistas, discriminatorios y anticientíficos. Esto ha normalizado teorías como un “poder globalista” o una “dictadura de la corrección política”, el feminismo o los movimientos LGBTIQ+.
La defensa de los valores tradicionales, la familia nuclear y las religiones parecían cosa del pasado, pero ahora se presentan como una contracorriente y una resistencia frente a lo que muchos consideran una imposición progresista y donde los políticos de derecha han encontrado un nicho fértil para ganar adeptos. En este contexto, la disputa cultural no solo sigue vigente, sino que se ha intensificado en un momento en que, por el contrario, el mundo clama por una transformación urgente.