Falleció Gustavo Angarita, leyenda de la actuación colombiana
Gustavo Angarita no solo fue uno de los actores más versátiles y respetados de Colombia. Fue un artista integral que entendió la actuación como un compromiso vital. A lo largo de más de 50 años de carrera, encarnó a campesinos, políticos, padres de familia, dictadores, criminales y héroes con igual intensidad, sin nunca traicionar su ética ni caer en la complacencia. Su muerte, confirmada el 17 de octubre por su familia, marca el final de una era para la dramaturgia y la pantalla nacional.
Nacido en Bogotá el 2 de septiembre de 1942, Angarita se inició en la actuación de forma autodidacta, mientras estudiaba Derecho y Filosofía en la Universidad Nacional, carrera que abandonó para dedicarse a su verdadera pasión: el arte. Su primer escenario fue improvisado en cafeterías universitarias. Posteriormente se formó en la Escuela de Arte Dramático de Bogotá y se especializó en París, donde absorbió influencias del surrealismo europeo, aunque rechazaba atribuirse filiaciones artísticas.
Como actor, fue miembro esencial de grupos teatrales históricos como La Candelaria y el Teatro Popular de Bogotá (TPB). Sobre las tablas se curtió interpretando clásicos como Ricardo III y La ópera de los tres centavos, recorriendo el país con montajes que mezclaban política, arte y crítica social. En televisión irrumpió en los años 80, y pronto se convirtió en un rostro habitual de producciones que hoy son patrimonio de la ficción nacional: Rasputín, Revivamos nuestra historia (donde interpretó a Antonio Nariño), La casa de las dos palmas y La potra Zaina.
Su trabajo fue aclamado por la crítica y premiado en múltiples ocasiones. Ganó dos premios India Catalina y un Simón Bolívar por La casa de las dos palmas, además de reconocimientos internacionales como el Tucán de Oro por Tiempo de morir (1985) y un galardón en el Festival de Cine de Acapulco. En 2012, volvió a deslumbrar con Sofía y el terco, y en sus últimos años participó en producciones internacionales como Los 33, El olvido que seremos y Dominique.

Angarita también fue un escultor discreto y un observador profundo del alma humana. Sus obras plásticas, aunque nunca asumidas como parte central de su identidad pública, hablan de un hombre inquieto, lúdico y comprometido con el misterio del arte. Pese a su estatura artística, rehuía el narcisismo. Confesó más de una vez que no le gustaba verse en pantalla y prefería celebrar el trabajo de sus colegas.
Detrás de cada personaje que encarnó, Angarita dejó una huella de inteligencia, ironía, y profundidad emocional. Su legado no se mide solo en premios o títulos, sino en el impacto que tuvo sobre generaciones de actores que lo vieron como maestro, cómplice y guía. Su muerte deja un vacío irremplazable en la cultura colombiana, pero también un ejemplo poderoso de autenticidad artística.
“Gracias por tu vida, por tu arte, por abrir caminos”, escribió su sobrina Sandra Eichler al despedirlo. Palabras que resumen lo que representó: un actor que nunca traicionó su vocación, y que vivió, como sus mejores personajes, con coraje, libertad y verdad.