Estados Unidos, ¿tierra prometida o cementerio del fútbol?
Hace unos pocos meses, en julio de 2025, finalizó la primera edición del Mundial de Clubes organizado por la FIFA, con un nuevo formato en el que participaron 32 clubes. Un Mundial que, además de un nuevo diseño de copa bastante innovador, trajo consigo estadios vacíos y muchas preguntas con respecto a lo que será la Copa Mundial de la FIFA 2026. No es casualidad que Estados Unidos sea el país anfitrión de un nuevo formato de Mundial de Clubes, y luego también el primer anfitrión de un Mundial con 48 selecciones en lugar de 32.
Es evidente que, a lo largo de la historia, Estados Unidos nunca ha sido un gran referente en el deporte más visto alrededor del mundo; aunque ha asistido a la cita mundialista regularmente desde 1990 —no clasificó en 2018—, estuvo 40 años sin asistir desde 1950. Además, su mejor participación fue en 1930, el primer Mundial, cuando alcanzó el tercer puesto entre 13 selecciones. De ahí en adelante no ha logrado pasar la instancia de cuartos de final, a la que llegó en solo una ocasión.
¿Por qué un país sin tradición futbolera recibe por primera vez dos eventos de tan alta magnitud? ¿Por qué ocurre esto justamente cuando el gobierno de Donald Trump acosa y persigue a personas provenientes de países africanos o latinoamericanos, donde, curiosamente, el balompié es un deporte realmente masivo?
Como dicen en su artículo “La Copa de todos, menos de algunos”, Martín Toro y Alonso Morales: “La experiencia del fútbol está siendo secuestrada por políticas migratorias excluyentes, controles racistas y un sistema que convierte a los estadios en zonas de riesgo para miles de fans. ¿Quién puede cantar un gol cuando sabe que puede ser detenido por no parecer ‘estadounidense’? ¿Qué clase de Copa Mundial es esta, si se pide pasaporte antes que camiseta? […] La situación se agrava con el regreso, en los hechos, de Donald Trump y su retórica del ‘America First’. Hace apenas unas semanas, su equipo impulsó un veto migratorio a ciudadanos de 12 países de mayoría musulmana y africana, entre ellos, Irán —ya clasificado al Mundial 2026— y Sudán, que aspira a debutar en el torneo. ¿Qué tipo de Copa del Mundo se puede celebrar si los hinchas de estos equipos no pueden siquiera poner un pie en el país anfitrión?”.
¿Qué clase de Mundial esperan tener la FIFA y el gobierno de Estados Unidos? ¿Esperan llenar estadios con personas norteamericanas que tienen la capacidad económica para comprar entradas con precios que seguramente serán más que un salario mínimo en Latinoamérica y África? ¿Dejarán por fuera a los verdaderos amantes del fútbol, dispuestos a endeudarse con tal de seguir a su selección al evento deportivo?
Una cosa es clara: así como a la industria de la música le importa muy poco la música, a la FIFA le tiene sin cuidado el valor del deporte. Lo único que parece importarle a esta federación y a Gianni Infantino, su presidente, es el dinero, y la excusa de globalizar este deporte es perfecta para hacer mundiales llenos de equipos que van a rellenar, produciendo mayores ingresos. Parece que las eliminatorias son apenas una excusa para ganar más plata con transmisiones y venta de entradas a precios absurdos.
“Estamos uniendo al mundo, señor presidente, uniendo al mundo aquí, en Estados Unidos. Y estamos muy orgullosos de ello”, dijo Infantino a Trump durante el anuncio del sorteo para el Mundial de 2026. El presidente estadounidense se divertía mientras sostenía el trofeo; la FIFA, encantada al arrodillarse ante el dinero y el poder, estaba en sus manos.
Durante décadas, Estados Unidos ha tratado, sin éxito, de convertir nuestro fútbol en un deporte verdaderamente relevante en su territorio. En los años 90 (la MLS se fundó en 1993) se empezó a experimentar con ligas pequeñas que utilizaban porterías más grandes, por ejemplo. También hacían conteos acumulativos de faltas para otorgar tiros libres o penas máximas, y el tiempo se contaba de forma discontinua, como en el baloncesto. Se propuso, además, abolir los empates y modificar la reglamentación del fuera de juego. Algunos experimentos llevaron a desempatar usando el ejercicio del shootout, usar relojes de conteo regresivo y dar bonificaciones por cantidad de goles. Todo esto para que el fútbol que tanto nos gusta se pareciera cada vez más al béisbol, al baloncesto o al fútbol americano. Las modificaciones no lograron atraer a gran masa de público, y la liga tuvo que integrarse a las reglas tradicionales del fútbol global. Fracasaron, pero han seguido haciendo muchísimos intentos.
La MLS ha fichado a estrellas como David Beckham, Lionel Messi, Thomas Müller, Rodrigo De Paul, Luis Suárez, Thierry Henry o Marco Reus, incluso Pelé en los años 70, pero sigue siendo una liga muy poco relevante a nivel global. El panorama de estadios vacíos en el Mundial de Clubes es la muestra más clara del poco interés que Estados Unidos manifiesta sobre el balompié. La imposición de shows musicales y de medio tiempo en la final de la Copa América (con Shakira) y del Mundial de Clubes (con Robbie Williams, Laura Pausini, J Balvin, Doja Cat y Coldplay) solo evidencia que buscan convertir estos eventos en remedos del Super Bowl. Creemos (y confiamos en que) no van a lograrlo.
A pesar de todos los millones invertidos en contrataciones, relaciones públicas, infraestructura y logística, Estados Unidos aún no tiene la cultura que existe alrededor de este deporte en lugares como Suramérica o Europa, donde ir al estadio o ver a tu equipo favorito por televisión son momentos que podrían ser comparados con la asistencia a una iglesia para un feligrés; son momentos mágicos y místicos. Gritar un gol al minuto 90 +3, es un milagro.
Aparte de los estadios, que seguramente veremos medio vacíos durante las primeras instancias de la Copa Mundial 2026, también este nuevo formato trae menos magia y mística y más negocio. El Mundial de Rusia 2018 dejó uno de los momentos más espaciales para los amantes del fútbol: ver a Panamá gritando enloquecida su primer gol en un Mundial frente a Inglaterra, a pesar de terminar perdiendo por seis goles, mientras el jugador lloraba de la emoción. Son los sucesos emotivos que marcan eternamente a un “corazón futbolero”, cosas que el espíritu aplastante de la cultura estadounidense difícilmente podría entender.
La responsabilidad en todo esto no es del público estadounidense, que no tiene ninguna obligación de abrazar este u otro deporte, pero sí pasa por la FIFA y su voracidad. El pasado Mundial de Clubes también habría tenido muchos estadios vacíos en países futboleros, porque serían muy pocos los asistentes a un partido entre el Urawa Red Diamonds (Japón) y los Mamelodi Sundowns (Suráfrica) si jugaran en Buenos Aires. Esos dos equipos efectivamente participaron en el pasado Mundial de Clubes. Infantino y sus amigos no buscan la democratización o la integración, estos no son los Juegos Olímpicos. La FIFA solo busca la transacción.
Es interesante preguntarse si la población migrante que vive en Estados Unidos conservará la tradición de sus deportes de origen, o si acabará adoptando el béisbol, el baloncesto y el fútbol americano. Lo cierto es que ya han pasado unas cuantas décadas, y nuestro fútbol no tiene allá mucho arraigo, por más esfuerzos que hagan las directivas.
El Mundial de 2026 seguramente tendrá muchas selecciones debutando, y más equipos participantes implican más camisetas a la venta, más patrocinadores, y más dinero para la FIFA, aunque el nivel del juego caiga significativamente durante buena parte del certamen.
Más allá de eso, el público norteamericano sigue sin interesarse realmente, el sueño americano está en crisis, y Trump se está encargando de que su país se convierta en el malo de la película al apoyar a Israel en el genocidio de Gaza y al perseguir inmisericordemente a las personas migrantes, imponer sanciones arancelarias a medio mundo y aumentar los costos de las visas para la población viajera de muchísimos países. Las directivas de la FIFA nunca se han mostrado escrupulosas a la hora de vincularse con gobernantes oscuros, y basta recordar el torneo de Argentina 1978 durante la dictadura, los escándalos de Qatar 2022 y el FIFAGate.
Tal vez haya esperanza, porque el poder de las multinacionales y los gobiernos tiránicos no ha logrado plenamente su cometido, no han logrado robarle al fútbol nuestro toda su magia, a pesar de contar con el respaldo de la oscura dirigencia de la FIFA. Solo esperamos que no llegue el año 2050 para un Mundial con 64 equipos, que no se realice cada dos años (para generar aún más dinero), ni que Estados Unidos ya lo haya ganado cuatro veces haciendo goles con la mano en porterías ampliadas, y que los artistas para el show de medio tiempo no sean la noticia por la cual el mundo encienda el televisor.