Emma Horvilleur: “Es difícil hacer una canción sexual cuando llegás a tu casa y estás con tu familia”
Emmanuel Horvilleur dice que Mi año gótico, su nuevo disco, es una respuesta al contexto. Frente a un panorama hostil, el álbum busca el brillo entre la oscuridad generalizada. Con la noche porteña como escenario, Emmanuel narra una historia de amor durante diez canciones desde un comienzo casual hasta la desazón del domingo de resaca. Montado sobre un bajo que marca el pulso y lleva el cuerpo a la pista de baile, el cantante intenta recuperar la fantasía: volver a divertirse a la hora de componer, a hacer música con colegas como espacio de encuentro y disfrute, trazar el mapa del pop latinoamericano con sus invitados y recuperar su esencia de pop sexual y sensual sin perder de vista su actualidad como padre y pareja.
“En este disco se entremezcla esa cosa mía de la fantasía de siempre”, dice Emmanuel. “Plantear universos mejorados, subidos de color o de filtros. Esas sensaciones que me gusta imprimirle a las canciones, ya sea desde el sonido o desde la historia”. Para eso mismo, el escenario narrativo es la noche porteña iluminada con luces cálidas de los carteles de neón en la que una pareja comienza cruzada su aventura nocturna. “Supersuave”, el tema de apertura, es la primera pista de cómo esa fantasía puede conjugarse con la realidad. Cuando dice: “Te vi llegar super suave / Entraste de la mano con alguien y ni se te ocurrió saludarme”, es una respuesta a su propio universo, a sus propias canciones. En el año 2007, en su disco Mordisco, la situación fue la contraria: “Me encuentro con vos, con vos y con él / Y, tan suelta, se te ocurre decir: “hola, ¿cómo andás? / Te necesito, volvámonos a ver“.
“Hay un banco de datos de relaciones del pasado y de situaciones en donde a veces meto mano. Este disco tiene un poco eso, consideración de situaciones anteriores o de hacerle el upgrade a la canción de un pasado. En otra época capaz me hubiera molestado más, en esta época entiendo a esos artistas que se autorroban. “Hola” está en esa canción. Esa cosa de entrar y encontrarte con la situación y no saber muy bien para dónde ir”. Si con dos puntos se traza una recta, “Elástico” es la confirmación del patrón. “Dicen que las segundas partes no son buenas / Y vos decís que yo soy fan de volver a estar”, canta y se contrapone a “1000 días” (Xavier, 2019) donde celebraba el reencuentro y las nuevas oportunidades. Jugar, en una misma dirección, con los contrastes. “El orden y la elección de las canciones termina siendo lo que le da ese carácter de disco. Sigue siendo importante cómo lo vas contando, cómo van hilvanando las historias, cómo jugas con los opuestos. Toda esa cosa la sigo teniendo en cuenta y cada vez me interesa más aunque después la gente escuche las canciones por separado”.
Sin embargo, para permitirse el vuelo, Emmanuel intentó retomar un método compositivo que había iniciado con Aqua di Emma, su último disco, de 2023. “Ir al estudio con nada, a jugar. Es muy divertido. A veces esos experimentos pasan a mejor vida y otras veces se transforman en una canción”, dice. La guía, en esos momentos, puede ser un tempo determinado o transmitir una sensación en particular. Con las herramientas de la tecnología, con samples de batería grabados por Guille Salort o ayuda del bajista Mariano Domínguez, algunos de los temas fueron tomando forma. “A esta altura o en mi actualidad me considero un cantautor que fuerza las cosas. Yo agarro la guitarra en mi casa y me salen canciones más lentas, entonces a veces hay que buscar lo que querés que pase en vivo”.
El corazón del disco llega de la mano de “En la moto”, una balada que crece en intensidad con Julián Kartún de invitado. Lo que termina dándole ese carácter de eje central conceptual es el video y el arte a cargo de Belén Asad. La calidez de los carteles de publicidad ilumina las calles porteñas que hacen las veces de lugar de encuentro para el romance. “Avenida Juan B. Justo / Justo los vi / Arrancaron y se perdieron rumbo al centro”, narra Horvilleur. La sensación que transmite es la misma que Happy Together, la película hongkonesa del año 1997 dirigida por Wong Kar-wai con Buenos Aires como escenario. Una pareja de enamorados atravesando una crisis, bares clásicos de San Telmo, alcohol y desencuentros. “Cuando estábamos haciendo Chaco, me llamó alguien de una productora argentina para contarme que estaba empezando a trabajar en esa película. Me preguntaron si me animaba a hacer un casting. Me gustaban los orientales en esa época, pero lo de gay me dio un poco de miedo, porque primero que no era actor y segundo que no sé. Le agradecí y le dije que no. Después la película se transformó en una película ícono del cine de esa época. Cuando empezamos a laburar con Belén Asad y Eugenio Chiavassa, éste tiene una estética similar”.
Si la primera canción fue el encuentro, la segunda una nueva oportunidad y la tercera el paseo por la ciudad, “Tu cara de culo”, la siguiente, es la concreción del amorío, el pulso sexual del Horvilleur iniciático solista porno-pop. “Esta canción yo la pongo en mi top. Es una de los logros más grandes que he tenido”, dice. “A veces es difícil hacer una canción sensual o sexual para un tipo como yo, que llega a su casa y está esa cosa cotidiana de la familia y todo eso. Uno busca esa cosa del erótico con su pareja y todo y es un poco un quilombo todo porque bebé y la vida. Es como una canción de un tipo que no se rinde ante esa búsqueda”. “Tu cara de culo en la mañana de hoy / Es inversamente proporcional / a tu culo en mi cara en la noche de ayer / y lo sabes”, dice. Esa pose canchera, sin embargo, se desmembra sobre el final del tema cuando aparece una especie de respuesta de la que sería su pareja en voz de Griselda Siciliani. “¿Te pensas que tocando la guitarrita y cantando vas a arreglar todo este quilombo? La casa es un desastre. ¿Por qué no lavas esa montaña de platos, ordenas un poco, levantas toda esa ropa tirada del piso? Algo. Hace algo”, reprocha. Entonces, cuando dice “la casa es un desastre”, los sintetizadores se derriten, desarmando esa pose del músico poderoso ante su pareja que le contesta con complicidad y humor ante la realidad y fallas de la cotidianeidad. “Griselda es amiga de mi mujer, hay humor entre ellas y así logró plasmar eso de todo bien con la guitarrita pero dale, la casa es un quilombo”, cuenta.
Si el contexto de su vida personal se cuela cambiando los horizontes narrativos, el contexto profesional como músico y el social o político también hacen lo suyo. “Manicomio”, una canción para escuchar manejando con las ventanas bajas, nace de un juego de palabras paseando por Open Door, una localidad del partido de Luján, provincia de Buenos Aires. “Open door es porque era un loquero a puertas abiertas en su momento. Pero a veces vas por ahí y hay algunos locos medio deformes. Un día empecé a jugar con la frase “quiero entrar al manicomio” y ahí salió”. Sin embargo, la frase que muestra de mayor peso por su lectura de la actualidad es cuando dice “no quiero ser el presidente / estoy loco pero no demente”, rapeando al estilo IKV. Lo social y político, sin embargo, siempre estuvo presente en su música. El dúo con Dante supo cantarle a los jubilados o a los desaparecidos en la última dictadura cívico-militar. En su carrera solista, Música y delirio fue compuesto al fuego del 2001, o “Welcome” de Xavier habla sobre la ola de femicidios en el país, por ejemplo. “Hemos hecho discos en todas las épocas y todos tienen algo de eso. Yo no soy un cantante quizás tan político, pero siempre han habido cosas”, explica.
El momento emotivo del disco llega de la mano de “Caetano”, una canción con aires de bossa nova y playa que completa el círculo de la vida artística de Emmanuel después de 35 años al tener a Fito Páez como invitado. “Es una de esas canciones de cantautor, esas que agarro la guitarra en mi casa y empiezo a jugar. Así apareció la figura de Caetano, que tuve la suerte en estos últimos 10 años de cruzarlo, estar con él un par de veces. Soy muy fan de su música, de su carrera, de su historia y todo lo que tiene que ver con él”. Si era el músico brasileño uno de los protagonistas de la escena, el otro debía ser Fito, un gran conocedor de la música de Brasil y quién alguna vez se enunció como el “hermanito menor argentino” de Caetano. Nuevamente, la fantasía de la pluma mezclándose con la realidad. “Es como si fuera Caetano cantando aquí solo para vos y yo pudiéndolo espiar”, canta suavemente jugando con la cacofonía y los sonidos de las palabras que construyen intimidad con el paso de cada una.
Sin embargo, el carácter emotivo de la participación de Fito tuvo que ver, no solo por su valor como artista, sino también por lo que significa para la historia de Emmanuel. “La primera vez que me subí a un escenario con Illya Kuryaki and the Valderramas fue en un show de Fito. Nos invitó al Gran Rex a la presentación de Tercer Mundo en el año 90”, recuerda. “Cuando apareció la canción, en un primer momento la escribí a Fito y estaba ocupado como siempre. Estaba con algún disco, alguna gira, no sé. Yo estaba con el disco anterior, ya se barajaba desde ahí, pero quedó afuera porque no logramos coordinar y yo sentía que era él”. El resultado de la insistencia vía mail de Emmanuel fue una canción que Fito adopta como propia en la que la melodía de las voces responden a la cadencia identitaria del rosarino y en la que sus cantos armonizan en el estribillo de una manera tal que llegan al punto más alto del disco.
La invitación de Fito dialoga con su historia personal y con el legado de la música argentina. Sumado a esto, Emmanuel logra trazar una conexión con el ahora de la mano del resto de los invitados del disco. Con dos canciones hermanadas, “Ya es tarde” y “Santo Domingo”, se forma el mapa del pop latinoamericano. La primera cuenta con la presencia del chileno Alex Anwandter en la que es el tema más bailable del álbum. “Estaba en el radar de los artistas que me gustan, que me gustan escuchar, que me gusta su sensibilidad, que me gusta su búsqueda. Me he cruzado en estos últimos años tomando algunos tragos así con amigos en común tipo Juliána Gattas y siempre sentí que estaba bueno hacer algo juntos”. El aporte del chileno fue sutil pero significativo. Trabajó sobre la base musical para lograr imprimirle su impronta, así agregó ese bombo identitario que marca la caída del cuerpo mientras baila, unas guitarras y las voces del coro femenino.

Por otro lado, en “Santo Domingo” son Javiera Mena y Ale Sergi quienes participan, coronando el trazado regional del género. “Estos dos temas juntitos le dan una cosa funky y pop al álbum que me encanta”, dice Emmanuel. La canción de resaca de domingo, de esa sensación de vacío y culpa tóxica del día después, corona el recorrido de esa historia de amor porteña y nocturna. Todo termina en el momento en que sale el sol y allí es cuando hay que pedir perdón: “Santo Domingo, ruega por nosotros pecadores / el sábado ha quedado atrás / ¿a dónde van mis emociones?”. Lo que comenzó como un encuentro casual, recorrió la ciudad, pasó por la pista de baile y llegó a la cama, termina con un domingo que acusa los resultados de la noche anterior. Un disco sólido que narra su propia historia de punta a punta.
El final del álbum tiene la intimidad de la verdad, de mostrar las cartas. “Me acabo de dar cuenta que siempre dejo los más confesionales para el final”, dice y se ríe. Emmanuel habla de su posición de músico, de cómo se persigue la inspiración y cómo todo es para seducir a la música, aunque luego el embudo sea la misma plataforma de streaming que corona el trabajo de unos pocos y condena a otros tantos a la falsa idea de intrascendencia. Las formas actuales de circulación han cambiado y Emmanuel conoce las de otra época y eso, para un músico que hace discos, marca el principal desafío de no claudicar. “Se torna un poco difícil desde ese lado, por eso es tan lindo juntarse con otros músicos y grabar. Esos momentos son los más plenos, donde estás como totalmente esperanzado. Y después viene esa cosa que es más real, las leyes de esta época. Pero si te gusta esto siempre vas a buscar cómo seguir haciendo las cosas de la manera en la que sea. Hay una cuestión generacional, uno lleva la bandera y la militancia de la música, pero también existe eso de quedarse afuera de ciertas cosas, es así. Uno se prepara para hacer esto y no sabe hacer nada más que esto. También hay que abrazar el goce que nos provee hacer lo que hacemos. Yo cuando estoy dark a veces agarro la guitarra y la música me va llevando para un mejor lugar, como un ansiolítico”.
Mi año gótico busca el brillo entre la oscuridad del contexto. Ese pulso de época que afecta a varios niveles, tanto profesional, personal y socialmente. Emmanuel se propone narrar una historia de encuentro como vehículo de otras tantas cosas: juntarse con colegas a disfrutar de tocar, volver a pensar un álbum como una unidad en sí misma, saldar deudas del pasado con sus ídolos o simplemente sentir que, en medio de su rutina familiar, no perdió su esencia. Y todo eso lo hace con la música. Como la escena de Happy Together donde la pareja baila tango, mal, en la cocina del conventillo, Emmanuel dialoga con su propia obra y se aferra a la luz de sus canciones. A su forma. A su tiempo.
















