El último acto de ‘Chá Chá Chá’: Casero y Alberti hablan de sus personajes de ayer y de hoy, de los años 90, de su vida campestre, de la cancelación y de Milei
“Es importante aclarar que el reconocido actor y humorista argentino Alfredo Casero no ha fallecido”. La muerte de Alfredo Casero parece un sketch de Cha Cha Chá que se repite cada tanto en los portales de noticias y chimentos desde hace una década. Entre el posoperatorio del bypass gástrico que se puso en 2017, y que luego le costó casi tres meses de internación, y la última operación de cadera, en marzo de este año, su partida de este plano es una fake news recurrente, a la que el actor ya se acostumbró.
“Ya leí tantas veces sobre mi propia muerte… Fueron muchas, en serio. Pero eso habla mal de la cadena de información de los periodistas, no de mí. Yo lo escucho y no me importa nada”, dice. En rigor, Casero estuvo bastante cerca de morirse tras aquella operación del bypass gástrico. Y no fue otro que su amigo y compañero de andanzas Fabio Alberti, al que no veía hacía tiempo, el que lo ayudó a salir del pozo. “Cuando me estaba muriendo y no lograban sacarme después de un montón de virus intrahospitalarios e internaciones, Fabio fue el único que se acercó y me dijo: ‘Bueno, dale, tenés que salir de acá. ¿Te parece que hagamos algo en el puesto que tengo?’. Entonces yo le dije: ‘Pero Fabio, estoy hecho mierda’. Estaba amarillo y me estaba muriendo, ¿entendés? ‘¿Querés o no? Decime, boludo’, me respondió. El tipo me sacó de ahí”.
Casero y Alberti se conocieron en la década del 80 en la discoteca Bajo Tierra, justo al lado de Palladium. Desde entonces sus vidas y carreras transitaron por la misma senda en varias ocasiones. Hasta hoy. “De toda la gente del medio con la que he trabajado, con el único que treinta años después sigo en contacto es con Alfredo, que fue con el que, increíblemente, empecé a trabajar”, dice Alberti. “Algo debe haber, por algo será. Lo quiero mucho a Alfredo y lo valoro mucho como artista. Tuve la suerte de trabajar y divertirme con él, y de hoy seguir haciéndolo”.
Juan Carlos Batman y Peperino Pómoro se divierten. Podría ser una remake bizarra, pero no. Alfredo Casero y Fabio Alberti, con los trajes de dos de sus personajes más reconocibles, posan para la producción de fotos de esta nota. Y sí, aún se divierten juntos. Casero estira su sonora carcajada ante alguna ocurrencia de Alberti. Alberti se ríe sincero cuando Casero gesticula frente a la cámara, como quien disfruta con orgullo de un hijo haciendo monerías para otros. Casero tiene 62 años y Alberti 60 y desde el año pasado volvieron a actuar juntos en el regreso de Cha Cha Chá al teatro. Un programa de culto de la TV de los años 90 que devino treinta años después en un inesperado fenómeno de la calle Corrientes, que sumó funciones en este 2025, salió de gira por el interior y que cerrará este nuevo ciclo en diciembre con una última noche, a todo culorr, en el Movistar Arena.
Casero vive en Capilla del Señor, provincia de Buenos Aires, a 80 kilómetros de CABA. Alberti vive en el pueblo El Edén, en el departamento de Maldonado, Uruguay. Mucho verde y poca gente alrededor en ambos casos. Casero dice que se la pasa en “el taller”, arreglando todo tipo de máquinas: una retropala “chiquita”, un Rastrojero que está armando para su Batman, una bicicleta de cuando era niño, una moto Royal Enfield de 1993. “Yo laburo mucho haciendo algo que me gusta, para poder comprarme el tiempo a mí mismo para hacer lo que ahora más me gusta: la mecánica”.
Alberti dice que mira por la ventana de su casa casi las veinticuatro horas del día, que esa es su pantalla. Observa el paisaje, los animalitos. Dice que le encanta atender gente, cocinar para otros, en su restaurante a puertas cerradas bautizado Choto, pero también para recibir amigos con alguna delicia hogareña. Hace salsas de tomate y las vende. Hace sacacorchos artesanales y los vende. Cría ovejas Dorper, que “es lo que se viene acá” y, por supuesto, las vende. “Siempre encuentro algo para hacer. Tirar abajo un árbol y hacer leña para el invierno, cosas para entretenerme siempre hay”.
A la distancia, Alfredo Casero y Fabio Alberti parecen hoy más dos personajes camperos de Historias extraordinarias de Mariano Llinás, que los cómicos disruptivos que treinta años atrás irrumpieron en la televisión abierta con personajes como Peperino Pómoro, Juan Carlos Batman, Manuk el hombre fuente, Rolando el mono matemático, los Cubrepileta, la madre judía o el irascible Ministro de Ahorro Postal Don Gilberto Manhattan Ruiz. Personajes de ayer, pero también de hoy y de siempre.
Así hablaba al país el ministro, por ejemplo, en 1993: “Buenas noches. Hoy como ayer, quiero decirles que es una verdadera mentira que exista tal cantidad de desocupados en el país, debido a los últimos índices que he recibido hace poco tiempo del Indec, donde dice la cantidad de gente que se ha pirado a diversas zonas del país. Amigos míos, la gente se pira porque se van de vacaciones. No dan abasto y no hay ni un solo pasaje a ningún lado del país. Yo me quiero preguntar si al haber semejante cantidad de colectivos que llevan gente, los desocupados no se podrían plegar y empujar los colectivos a los lugares de veraneo. O cuanto mejor, una familia que no consigue pasajes, puede utilizar el servicio de un desocupado y hacerse llevar a cocochito a las sierras de Córdoba, tardando tal vez un poco más, pero dándole trabajo a personas que lo necesitan. Y quiero decirles también que el gobierno ve muy bien que la gente tenga más tiempo para hacer manualidades en su casa”.

O así: “Momentito, eh… porque me van a hacer enojar. La ley previsional es una ley que estamos poniendo para que algunos, cuando llegue el 2500 o 2600 la gente empiece a cobrar un mango. Los jubilados de ahora, bueno, se mueren. Los demás veremos. ¿Los pensionados qué quieren? Que vayan a laburar”. O así: “Declaro inconstitucional el uso de motonetas, bicicletas con altoparlantes que griten consignas contra mi gobierno. Ya me podrí (sic)”. O así: “Tómenlo con calma y no se enloquezan (sic). Hemos vendido a un consorcio ítalo-zulú la provisión nacional de aire respirable de la República Argentina. Señores, quiero decirles, principalmente a toda la gente, que se va a encontrar con una facturación desmedida y enloquecida del nuevo aire. El nuevo aire hay de tres tipos. El tipo A, que es el aire puro y limpio, para la gente, digamos, que lo puede pagar. El aire B es el medio, que viene ya con una humareda con algo. Y el aire C es el deshecho orgánico, o sea van a tener que respirar prácticamente pedos. Y no quiero que empiecen con los connatos de locura y agresión y mucho menos los jubilados”.
“En el show que va a cerrar este ciclo de Cha Cha Chá, que estamos armando para diciembre, vamos a arrancar con Manhattan Ruiz, que era el tipo que decía que si no hacían lo que a él le parecía, si no seguían su rumbo, los iba a llevar a todos al mal abismo oscuro de la Tierra”, dice Casero entusiasmado. “¡Al final Manhattan Ruiz terminó siendo Milei! ¿Se entiende? Un tipo que sabe un montón, que se trata de hacer paso entre medio de… ¿qué decir? Era la década del 90 también. Estaba Menem y nosotros estábamos diciendo eso y era mi anticipación. Hay mil cosas de Cha Cha Chá que fueron anticipación también. Pero lo peor fue que la realidad superó a la ficción y a la mentira. Esa fue la verdad. Y Cha Cha Chá estuvo muy adelantado a lo que hoy se ríe la gente, pero hecho de otra forma. Porque hoy es más gracioso ver cómo lo escrachan con un video a un centroamericano con una mina en un barcito, que ver cómo nosotros hacemos lo mismo para que eso se vea en un sketch. La realidad superó a la ficción que nosotros podemos hacer”.
En 1993 el presidente Carlos Menem disfrutaba del viento a favor que le daba el plan económico del ministro Domingo Cavallo, que el año anterior había lanzado con éxito la convertibilidad, y se preparaba para firmar con el expresidente Raúl Alfonsín el Pacto de Olivos que le facilitaría su reelección dos años después. En la TV, conductores como Susana Giménez y Gerardo Sofovich regalaban millones de pesos en sus programas y Marcelo Tinelli se encaminaba a convertirse en amo y señor de la pantalla chica a fuerza de bloopers y cámaras ocultas, con la burla al otro como motor.
En ese contexto apareció Cha Cha Chá en Canal 2, con un elenco encabezado por Casero y Alberti y que se completaba con humoristas como Mex Urtizberea, Pablo Cedrón, Diego Capusotto, Mariana Briski, Sandra Monteagudo, Rodolfo Samsó y Vivian El Jaber. Humor absurdo y sketches veloces a cargo de un puñado de talentosos desconocidos más allá del universo under.
“Éramos totalmente inconscientes”, recuerda Alberti. “Cuando arrancamos no teníamos ni idea de lo que hacíamos. Y no nos veía ni el loro. Pero bueno, era bastante novedoso y, con el tiempo, nos dimos cuenta de que estábamos adelantados. Hoy todavía se sostiene, en el ritmo, en el eje. Por eso las nuevas generaciones que ahora lo descubren pueden conectar con lo que hicimos treinta años atrás. Hay chicos que ahora nos vienen a ver al teatro que ni habían nacido cuando lo hicimos originalmente”.
El año pasado Alfredo desempolvó el teléfono rojo y llamó a su amigo Fabio para recrear Cha Cha Chá, pero en el teatro. En rigor, primero iba a ser un único Luna Park, pero a medida que empezó a correr la bola, apareció un joven productor que los convenció de hacer una temporada en el teatro Metropolitan y después ver cómo seguir según la respuesta del público. Las funciones de octubre a diciembre fueron un éxito, sumaron entonces fechas para este año y siguieron sumando y salieron de gira por el interior y cerrarán con un espectáculo renovado en el Movistar Arena.
“Alfredo cada tanto me llama y hacemos algunas cosas. Yo siempre le digo que sí, porque él las cosas que por ahí parecen medio delirantes, las termina concretando”, dice Alberti. “La verdad es que trabajamos como si el tiempo no hubiera pasado. Nos encontramos, salimos y actuamos. A veces improvisamos más, a veces salen como salieron siempre”.
Casero sostiene con su vehemencia habitual que esto no es un regreso, porque Cha Cha Chá “nunca se murió”, y esboza una extraña teoría. “Cha Cha Chá es un juego biológico, ¿viste? No puedo negar la biología de todo esto, porque se rige bajo sus reglas. Hay algunos que lo soportan y otros que no se lo bancan. Cha Cha Chá es un juego dialéctico en una situación equivocada, fuera de todo parámetro. Y con el tiempo quedó como algo muy pop, pero casi folklóricamente. A mí siempre me gusta decir que Cha Cha Chá es como Virus, nunca tuvo ínfulas de nada. Vos escuchás ‘Wadu Wadu’ y decís: ‘Uy, me encantó’, y después la dejás ahí. Virus era eso y punto, no tenía ínfulas. Era eso, en un momento marcó una cosa diferente y después bueno… quedó en el corazón de la gente, digamos”.
¿Eso creés que es lo que lo hace funcionar hoy también?
Hoy lo que funciona es que la gente quiere cagarse de la risa. Yo le entrego eso. Y para hacer eso yo también tengo que cagarme de risa, a carcajadas. Si vos vas y no salís riéndote a las carcajadas te devuelvo la plata. No te voy a hacer un chiste obvio, y eso la gente lo agradece. La gente late con lo que hacemos, lo siente. Porque si no, no se puede entender cómo se mata de risa cuando hacemos a Rolando, el mono matemático. Mirá de lo que se ríe. Es un tipo disfrazado de mono con otro, que es un armenio trucho, que le da para que haga una cuenta. Entonces se escucha que desde dentro del disfraz el tipo dice: “Cinco por ocho, cuarenta, más cuatro, dos, siete, dos, por cuatro…”, y así. Es tan trucho todo que se cagan de risa. No se ríe cualquiera con eso, ja. La otra vez vino un amigo que vive en Mallorca y me dice: “Alfredo, me he matado de risa y lo único que vi fue un tipo con una peluca negra echándose soda en la boca (por el personaje Manuk, de Alberti). O eso es una genialidad o tenéis un código secreto de hermandades que solamente lo entendéis vosotros”. Ja. Él es uno de los humoristas más hijos de puta que conozco, y que lo haya hecho reír un tipo que se echa soda en la boca es genial.
¿Vos encontrás hoy un humor que te haga reír o alguien que haya seguido la escuela de Cha Cha Chá?
Yo lo que más quiero es que los pibes estos, como Luquitas Rodríguez y el otro, Nachito Saralegui, que fuimos a su programa la otra vez… Está muy bien balanceado lo que hacen. Ellos son los que tendrían que hacer su propio Cha Cha Chá. Yo podría llamarlos para hacer algo en el show, pero por ahí piensan que los llamo para traer gente, y no. Pero me encantaría, por ejemplo, hacer algo para ellos y dirigirlos. Con Fabio siempre decimos que nosotros estamos ya para dirigir Cha Cha Chá. Yo actúo porque me gusta actuar, pero ahora me gusta más ver a otro que me haga cagar de la risa.
¿Cómo recordás los comienzos de Cha Cha Chá?
Como una hermosa aventura. El haber hecho lo que quise, de haber tenido los hijos más lindos del mundo. Fue toda esa época. Fue la época que tuve hijos, fue la época que amé como nunca más. Fue la época en que me capitalicé, que hice negocios, que traté siempre de ser cauto, pero ser jugador, ¿viste? En los negocios. Donde aprendí otras cosas, donde empecé a ganarme la vida de otras cosas. Fue una época de hablar con gente importante, de empezar a plantearse severamente que uno pasa a ser una persona que lo que dice tiene que ser. De cuidar el honor, cuidar la reputación y cuidar la familia. Yo soy así. Mirá, te voy a contar algo. ¿Sabes por qué soy rico ahora? Porque no tomé falopa nunca. Porque la mayoría de la gente que tenía mucha guita en esa época, yo los veo ahora y están con quilombos de plata por habérsela tomado. Yo toda la vida tuve hijos. Mi primera hija la tuve a los 21 años. Cuando me hablaban de la falopa, los tacheros por ejemplo, yo pensaba: “¿Cómo hace este tipo para hacer la plata que vale la falopa?”. Porque yo hacía plata para comprar una botella y media de aceite que era lo que tenía que haber en mi casa. Fabio sabe eso porque él venía a mi casa a comer pizza que hacíamos en el Atma Grill. De ahí es mi amigo Fabio. La gente de Cha Cha Chá era toda gente sana. Ni faso fumábamos. Cada uno tenía su propia locura, cada uno traía lo suyo, pero íbamos a morirnos de la risa. Después en los últimos años, en el 97, era una presión para poder terminar las cosas, porque costaba mucho todo, pero también era una alegría cagarnos de la risa y laburar tres actores con una tela.
Casero asegura que ahora Cha Cha Chá es color, es reírse de ellos mismos, de hacer reír a la gente que los bancó durante tantos años.
“Hicimos todo lo posible para que estuvieran todos los que participaron de Cha Cha Chá”, asegura Casero. “Pero bueno, también hay que entender que para algunas personas no fue tan importante Cha Cha Chá. Alacrán vive en Miami, pero estamos en tratativas para ver si viene al Movistar de diciembre. A Diego [Capusotto] lo llamamos, pero él estaba con su propia obra. Para mí él es un hermano y lo quiero con el alma y cuando lo veo en la tele me divierte. Ahora lo veo que está más enojado, pero bueno, para mí es un hermano. Por ahí hace veinticinco años que no sé nada de Capusotto, pero es así. A lo mejor debo haber sido muy duro para poder mantener todo eso y algunos no se lo bancan. Pero en aquella época también había que pelear nuestro lugar”.
Si llegaste hasta acá, seguramente estarás preguntándote cuándo se hablará finalmente del elefante en la habitación. Bueno, este podría ser un buen momento para afrontarlo. Desde hace poco más de una década, la figura pública de Casero sumó un ingrediente que descolocó a buena parte su público histórico (¿progresista?) y lo llevó del sticker pop de su Batman peronista al meme del “flan flan” y más allá también.
¿Qué pasó? El actor y capocómico del absurdo comenzó a transitar programas de televisión para dar su opinión sobre la actualidad política y se peleó con cuanto periodista o político se le cruzara en el camino. Frases polémicas, desplantes, gritos, golpes sobre la mesa e insultos a diestra y siniestra fueron la comidilla de portales y programas de chimentos. Luego, llegarían escraches de todo tipo y, según cuenta el mismo Casero, amenazas y agresiones personales. Criticó duro a Cristina Fernández de Kirchner y Alberto Fernández (especialmente en días de pandemia y encierro), apoyó a Mauricio Macri y se sumó en los últimos años a los adoradores de Javier Milei.
Alberti, elegante, dice que fue la lucha de Alfredo, “su batalla”, que se metió ahí y que todo lo que sentía que tenía que hacer, lo hizo, pero que ahora “ya no se toca el tema político, hoy es solo humor”. Casero no tiene ganas de hablar del tema, pero su forma de ser no le permite esquivar el bulto, el elefante, digamos.
“¿Qué pasó? Pasó que cuando veo que algo está mal, voy y lo paro, lo detengo. Ya sea como argentino o peronista, como lo que a vos se te ocurra, voy y lo paro”, arranca Casero. “Después puedo equivocarme o no… Y después la gente se olvida y dice lo que le parece. Porque ¿vos sos bombero, porque gritás fuego cuando se incendia algo? No, vos estás viendo que hay fuego y gritás. No es porque yo quiera ser bombero. Y el tema no soy yo, sino que el problema más grave fue la estafa a la gente joven, que la dejaron en pelotas. No saben qué hacer, qué es militar. Y era la misma gente que nos venía a ver a nosotros, la gente que estaba con nosotros, ¿entendés? Es lo mismo que pasa con este gobierno y con todos los gobiernos. Las personalidades no tienen nada que ver con las acciones políticas y viceversa”.
Alguna vez dijiste que habías sido “cancelado”. ¿Qué fue lo más duro de superar en lo personal?
En realidad, hay que superar los malos momentos del maltrato de la gente, el no tener ni justicia. Que te avisen por teléfono que te van a robar la camioneta, ¿entendés? Estaba en un programa de [Nicolás] Wiñazki y me llamaron por teléfono para decirme que me la iban a robar. Y así fue. Creo que para algunos es mucho más jodido un cómico que un político. Porque al cómico le permiten decir cosas que a otros no. Yo creo que lo que pude decir fue porque hice Cha Cha Chá y porque la gente sabía que lo que estaba diciendo tenía una tonal parecida a lo que estábamos viviendo. Yo no me puedo quedar callado. Otros artistas se quedan callados y es como si nada hubiera pasado. Yo estuve del lado del que golpeaban con el palo. [Pablo] Echarri estaba ahí con el palo y yo recibía. Pero ahora que yo podría estar del lado del palo, no le voy a ir a pegar a Echarri. ¿Se entiende? Eso por suerte la gente lo sabe y también lo agradece. Yo no quiero hablar más de eso, porque lo único que yo necesito es que entiendan que la pérdida de la libertad es lo último por lo que tenés que pelear. Todo lo que pasó de un lado y del otro fue terrible. Se cagaron todos en todo. Y ahora, bueno, ahora es momento de rehacer, pero dejando en claro qué es la verdad y qué es la mentira, porque si no, vamos a seguir criando pelotudos.
En los últimos años apoyaste a Milei públicamente, ¿qué te pasa cuando el presidente dice cosas como que los homosexuales son pedófilos o sus aliados machacan contra la comunidad LGBTQ+ desde las redes?
Lo que opine Milei, preguntáselo a Milei. Porque yo realmente hay un montón de cosas de Milei que no conozco. No sabía que pensaba eso. Ahora, yo no sé si tengo ganas de decir sobre lo que otro habla de homosexualidad o qué es la pedofilia, que parece que es un pedo demasiado fuerte para este culo. No lo tomaría tan fácilmente, me parece que no tendría que hablar de eso. Pero no porque no me convenga, sino porque me chupa un huevo. Yo no soy amigo de los que siguen a Milei. A mí me gusta lo que puede hacer Milei, es como que lo sigo en su parte de científico, porque son las ciencias económicas las que hacen falta. Pero después, ¿de qué me vas a hablar? ¿Del Gordo Dan? ¿Qué sé yo? No sé quiénes son. Nunca me importaron. Lo único que quiero es que no me caguen y tener la posibilidad de que alguien haga las cosas.