El melancólico viaje de Santiago Motorizado

Dillom traba fuerte abajo y gana. Me pasa la pelota. Yo toco de primera para Santi, que aguanta la marca de Matías Martin. Santi amaga para un lado y la abre para el otro. La tira larga, al vacío, para que Fernando Oesterheld llegue exigido y tire el centro perfecto a la cabeza de Fabián Casas, que mete un frentazo tremendo, de pique al suelo, para que Vicentico no pueda llegar. Golazo. Parece uno de esos sueños borrosos con famosos random después de una cena pesada. Esos para contar en un diván o en un asado con amigos. Pero no, no lo soñé. Es un fulbito en una cancha de cinco, debajo de la autopista, en Caballito. Con varios famosos, sí: músicos, escritores, poetas, periodistas, conductores y fotógrafos. Todos ellos futbolistas amateurs que se reúnen una o dos o inclusive tres veces por semana para jugar, apasionadamente, a la pelota.

El gran responsable de reunir en la verde gramilla a estas personalidades destacadas en distintas disciplinas es un tal Santiago Ariel Barrionuevo. Santi. Santi Motorizado. El cantante y bajista de Él Mató a un Policía Motorizado. “Chango” para sus amigos. “Si hay algo que me fascina es cuando dos amigos de dos mundos diferentes se cruzan y pegan buena onda”, dice Santi. “Con eso yo soy feliz, me encanta ese momento en que la gente empieza a conocerse, y se van haciendo amigos. Estar ahí participando de esa unión me genera como un amor. Y el fútbol tiene mucho de eso de compartir con gente”.

En estos años Santi además llevó este perfil de Franco Bagnato del rock (para los más jóvenes, chequear viejos videos del programa Gente que busca gente) más allá del fútbol y se ha convertido muy probablemente en el músico con más feats, y más variados, del último tiempo. Tanto así, que existe en Spotify una playlist llamada Feat. Santiago Motorizado con una cuarentena de canciones compartidas: Poncho, Morbo y Mambo, Niña Lobo, Viva Elástico, 107 Faunos, Shaman y Los Pilares, Palo Pandolfo, Nadar de Noche, Lara 91k, Perras on the Beach, Juana Rozas, Nico Landa, Guasones, Los Besos, Massacre, Florián, Dillom, Blair, Turf y siguen las firmas (aunque faltan varios temas más, como los que grabó con Vicentico, Daniel Melingo, Javiera Mena, Wos, Nina Suárez o, inclusive, el más reciente junto a Miranda!).

¿Será que quiere tener un millón de amigos? Algo de eso hay, pero también un poco de herencia cultural. “En mi casa siempre había una guitarra y a mi viejo, salteño, le encantaba cantar en las reuniones. Tengo el recuerdo de que en casa había todo el tiempo algo muy de peña, con mucha gente alrededor. Eso fue una influencia para mí. Mi viejo era como muy simpático, en el barrio lo conocían todos. ‘Eh, chango’, lo saludaban y él se ponía a charlar. Pero lo que me parecía superpotente era cuando cantaba en las reuniones familiares, en las Navidades, en los cumpleaños. Era espectacular. Mi viejo ahí la rompía. Yo prefiero cantar para una multitud que para mis hermanos, me da mucha timidez esa situación. Hace unos años cumplí el sueño de cantar con mi papá una canción que grabamos para el disco de Okupas, una zamba que se llama ‘Un día no vas a estar’. Cuando lo presentamos en el teatro Coliseo, lo invité y pensé: ‘Ojo, que mi viejo es un fenómeno en las reuniones, pero por ahí le cuesta cantar ante tanta gente’. Y cuando salió, estuvo de primera. No le importaba nada. ¡Qué hijo de puta! A mí me costó 20 años sentirme cómodo en ese lugar”.

El año pasado Él Mató a un Policía Motorizado celebró los 20 años de su álbum debut con un puñado de conciertos temáticos que coronó con la regrabación de aquel disco iniciático. Muy probablemente no haya sido casualidad que en el mismo año (2004) en que el rock argentino vivió su mayor tragedia (Cromañón), que marcó un antes y un después para la escena –especialmente la de la ciudad de Buenos Aires–, haya irrumpido la banda que marcó el ritmo del recambio estético y sonoro de allí en más y para toda una nueva generación. Y tampoco es extraño que ese aire fresco haya venido desde las diagonales de La Plata, con un grupo (otro) de nombre exótico.

“Entiendo que se generó una movida de proyectos independientes que surgió ahí postcrisis 2001 y Él Mató, un poco medio sin querer y por la pulsión de ir a abrir espacios que estaban en estado de caos, sobre todo después de la crisis cultural que significó Cromañón, empezó a ocupar ese bache que había quedado. Muy de a poco, de boca en boca, en otra época del mundo. Y mientras crecíamos, también crecían un montón de bandas alrededor con las que empezamos a compartir espacios, ideas, lugares. Ahí creo que se gestó una movida independiente especial, que reconfiguró la escena en todo sentido y sacudió un poco todo”, dice Santi sentado en el pequeño living de su nueva (y aún poco amueblada) casa, en Palermo.

FOTO: FERNANDO GUTIÉRREZ. RETOQUE DIGITAL: MARINA ALONSO.

En la era preYouTube, Él Mató primero conquistó la escena platense, tocando en cuanto lugar pudiera, con su space-rock criollo y esos pequeños mantras barriales a manera de letras/eslogan. El susurro acerca de la existencia de una banda “distinta” avanzó rápido por las diagonales de La Plata, se hizo eco en el under de Buenos Aires y con la llegada de su trilogía de EP la banda se consolidó como “la gran cosa nueva del rock independiente”: Navidad de reserva (2005), Un millón de euros (2006) y Día de los Muertos (2008). A la par, ese introvertido bajista de voz singular, siempre oculto arriba del escenario entre las sombras, se forjaba como una alternativa al modelo hasta el momento imperante de estrella de rock.

Lejos del estereotipo de sexo, drogas y rock and roll, sin declaraciones altisonantes ni escándalos mediáticos y mucho menos algún vestigio de ostentación con el dinero o con excéntricos viajes en limusina (prácticas que absorbería muy pronto el incipiente movimiento del trap en el país), Santi se presentó en sociedad con la misma timidez con la que trece años atrás, sentado en el bar del Centro Cultural San Martín, contaba cuál era el modelo en el que se vio reflejado desde pequeño: “La primera vez que vi a Joey Ramone me conmovió. Era un poco duro de movimientos, tenía el pelo largo tapándole la cara, era feo, alto. Era como que se salía del estándar rockero. Tenía la misma esencia del rock, pero hecho por un outsider, que quizá no encajaba con el típico perfil de performer de rock. Y yo era un poco así, por eso me sentí identificado”.

Después de más de veinte años cantando en todo tipo de escenarios, dice que aún pelea con su timidez, pero asegura que está mucho mejor, más suelto y que, en parte, eso se debe a un momento específico que tiene bien identificado: el cover que hizo de “No podrás”, de Cristian Castro, en el programa ¡Fa!, conducido por Mex Urtizberea. “La verdad es que cuando se hizo viral, tenía sensaciones encontradas”, dice. “Todo lo que pasaba era bastante cariñoso, así que no era algo malo, pero bueno, con esto de la timidez y todo lo que te contaba antes, me afectaba un poco. Jamás lo posteé ni lo reposteé. Pero me di cuenta de que, incluso cuando la canté ese día en ¡Fa!, estaba como con una actitud medio que ya me chupaba un huevo, hacía gestos con las manos, algo ahí medio en pose de cantante. No sé, como que me ayudó a romper con la timidez, un ejercicio que hice y trato de hacer desde siempre. Yo sufrí mucho las primeras veces que salía a cantar en vivo, me daba mucho miedo escénico. Con la repetición de tocar tanto, lo fui superando y cada año me fui relajando un poquito más, pero me costó tiempo. Entonces con ‘No podrás’ fue como atravesar otro lugar de exposición porque, la verdad, mucha gente en la calle me saludaba por lo de Cristian Castro. Aunque suene loco, eso me ayudó a llevar mi timidez con más soltura, a nuevos lugares, y a animarme a que podía hacer lo que quisiera, entre comillas. En ese sentido estuvo buenísimo”.

¿Y no sufriste ese prejuicio del palo rockero por haber cantado un tema de Cristian Castro?

No, la verdad que incluso me defraudó no sentir prejuicio, ja. Yo crecí en una época en la que hacer eso inmediatamente generaba bullying. Me acuerdo de que los fans de Metallica se enojaron cuando los músicos se cortaron el pelo. La gente estaba enloquecida. ¡Un disparate! Pero pasaba. No sé, igual a veces extraño algo de esa chispa, de esa pasión con la que todo se discutía en un momento. Discutir sobre arte, decir con fundamentos o no que algo no te convence. Hay algo ahí que me interesa. Yo pensé que me iban a putear y alguno habrá puteado, pero no hubo una oleada de odio. Al contrario, hubo buena onda y soy agradecido de eso… Pero bueno, una puteadita podría haber estado bien, ja, ja.

Quién hubiera dicho que sería la influencia de Cristian Castro la que liberaría a este fan de Ramones para pararse más relajado arriba del escenario y lo empoderaría para armar su carrera como solista. “Todo eso me ayudó también para estos shows con los que estoy presentando El retorno. Estoy con otra actitud en el escenario, hablo más, es como una cosa… no sé bien cómo decirlo. Me ayudó a animarme más ahí, a tener la voz más adelante, a cantar de otra manera, a soltarme. Yo soy muy fan del Rat Pack, ¿viste? Dean Martin, Frank Sinatra y Sammy Davis Jr., que hacían estos shows en Las Vegas, en los que cada uno hacía un segmento con sus canciones. Puntualmente soy muy fan de Dean Martin, y él cantaba y en el medio tiraba chistes, hablaba con la gente y a mí me parece fascinante todo eso. Es algo que admiro y que me gustaría hacer. No tengo esa gracia, ni esa soltura, ni esa voz, pero un poco me gusta en esta etapa jugar a eso. Después sale lo que sale”.

Estás listo para ser jurado en La Voz

No, eso ya me parece mucho. Yo estoy para ir a cualquier lugar que me parezca divertido, incluso esquivando los lugares comunes de mi día a día. Pero ese tipo de programas no sé… De hecho nunca lo vi, no sé si es parecido a Cantando por un sueño, pero siempre fui un poco enemigo de esta cosa de juzgar el arte. Eso de decir quién canta bien y quién lo hace mal. Digo, ¿cuáles son los parámetros para juzgar a otros?

El retorno, el primer álbum solista de Santi Motorizado, se editó en julio pasado, pero el proyecto en sí y buena parte de las canciones del disco llevan casi quince años cocinándose. “Me acuerdo de que la primera vez que me presenté solo fue en un lugarcito chico de San Telmo, en plan acústico, invitado por un periodista que había armado un ciclo con artistas que le gustaban. Ahí toqué con Morita, que era mi novia, y un amigo que tenía como nombre artístico Toro Salvaje. Me copó la idea y esa noche sentí lo mismo que la primera vez que salí a tocar con mi banda de la escuela en 1994, en el Torneo Juanito Bonaerense: un pánico total. Pero junté fuerzas y me terminó gustando el plan, porque hay algo excitante en eso de tirarse al vacío”.

Sobre la mesa del living de su casa está la biografía de Julio Iglesias, que por estos días lee con frenesí, y varios bocetos de los dibujos con los que promocionó los primeros adelantos de El retorno. Así como lo hizo con Él Mató, Santi, que terminó el secundario en la escuela de Bellas Artes de La Plata y llegó a ejercer como maestro de Plástica durante dos años, se encarga personalmente de la estética en torno a su proyecto. “Cuando recién empezamos con Él Mató, con Willy (baterista del grupo), que estudiaba dibujo conmigo, grabábamos los ensayos en casetes y les hacíamos las tapas como si fueran discos posta, con el nombre, la lista de temas y hasta los agradecimientos. Siempre pensamos la banda como una forma de unir diferentes artes”, me dijo alguna vez y hoy continúa con aquel dogma en su etapa solista. “Todo esto también es como una excusa para estar siempre haciendo algo. Hay momentos en que Él Mató necesita descansar y yo en un punto quiero estar siempre en movimiento”.

FOTO: FERNANDO GUTIÉRREZ. RETOQUE DIGITAL: MARINA ALONSO.

El título de su álbum juega irónicamente con que su primer disco sea un retorno y, al mismo tiempo, se apoya conceptualmente en volver y darle una nueva vida a un puñado de canciones que unos años atrás se habían filtrado en YouTube. “Eran unas versiones acústicas que salieron de forma pirata, digamos. Mucha gente piensa que yo las había publicado así, pero en verdad las juntó alguien y las publicó sin mi consentimiento. Al principio me molestó, pero como vi que lo que pasaba era muy cariñoso, me amigué con la situación. Por eso El retorno es un poco volver a esas canciones, pero grabadas con banda, como siempre quise hacerlas”.

La primera grabación de estas canciones es de 2016, en los estudios Romaphonic y con Eduardo Bergallo como ingeniero y copiloto. Pero en enero de 2017 Él Mató a un Policía Motorizado viajó a Texas a grabar el disco La dinastía Skorpio. “Todo lo que pasó con ese disco cambió la dinámica del grupo y de mi vida en general. Tocamos muchísimo, salimos de gira por todas partes y, bueno, tuve que abandonar esas grabaciones”. Recién con el tiempo de su lado durante el encierro obligado por la pandemia, Santi regresó sobre el material, pero él ya no era el mismo y, si bien las canciones le seguían gustando, no le agradaba cómo había encarado la producción en su momento y, una vez más, volvió a empezar.

¿Qué estabas buscando hacer con estas canciones?

Cuando pensamos las canciones y cuando hablamos de la producción con Edu Bergallo, la idea era llevar la voz a un lugar en el que estuviera bien presente. Cuando arrancamos con Él Mató, estéticamente, hablábamos de no tener una voz así más crooner, queríamos algo más relajado, que si desafinaba estaba todo bien. Queríamos romper un poco con la cuestión de la técnica, por decirlo de alguna manera. Esa primera etapa de Él Mató era como continuar un lenguaje más de los 90 y después, en una segunda etapa, fue cambiar y tratar de jugar a ser otro tipo de cantante. Ahora le pusimos foco a la voz, le dimos un lugar protagónico. Y mi forma de cantar empezó a tener más esa forma. Me copé con eso del crooner y me gustó trabajar con la voz, darle las vueltas a las melodías, a los vibratos, a los gritos, a los tonos, cómo poner ahí el timbre, la forma, grabar y regrabar. Por momentos darle una cosa más relajada, por momentos una cosa más gritada. Y en ese juego me di cuenta de que lo que más me gusta es cantar. Cantar y tocar en vivo.

Por sobre otros procesos, como componer o grabar en un estudio…

Sí, siento que componer es el disparador que después en un momento me va a llevar a tocar en vivo esa canción. Incluso en la pandemia, cuando estábamos encerrados a full, en un momento dije: “Voy a aprovechar que tengo el tiempo que nunca tengo y me voy a sentar a escribir un montón de canciones que tengo por la mitad”. Era un momento ideal. Pero la verdad es que no me salía nada y un poco creo que era porque no sabía qué iba a pasar, sentía que había una incertidumbre a futuro, para siempre. En unos meses se podía terminar el mundo, no sé. Entonces había algo en mí que decía: “Si esto no va a terminar conmigo tocando estas canciones en vivo, ¿para qué?”. Podía haberlas compuesto y subirlas a Spotify. Pero no me interesaba, porque yo necesito que esas canciones terminen en la experiencia de tocarlas en vivo, delante de la gente. Es reloco, porque antes te contaba todo eso de que cantar me generaba timidez, pero con el tiempo lo superé y ahora estoy bien con eso y lo que más me gusta es estar arriba del escenario, cantando.

Cuando le propuse a Santi tener un segundo encuentro para esta nota, en el marco de una nueva edición de las fiestas ¡Fa! que se llevan a cabo casi mensualmente en el Art C Media de Chacarita, su respuesta no me sorprendió: “Uh, estaría buenísimo, pero no puedo, tengo un fútbol. Igual, yo a eso de las 22.30 estoy en mi casa, cuando terminés ahí, venite y seguimos charlando”. Okey. El fútbol lo puede. En todo sentido. ¿Será que incluso más que la música? “Mirá, estar en el escenario cantando me encanta, pero hay veces que estoy acá, en mi cuarto, y por ahí tengo que ir a probar sonido a la tarde para después tocar a la noche y, bueno, me agarra fiaca… Después voy y estoy arriba del escenario y soy feliz, pero la fiaca de arrancar la tengo. En cambio, para jugar al fútbol, me decís de jugar a las 6 de la mañana y a las 5 me despierto. Dejo todo por un fútbol. ¡Esta semana jugué cinco partidos en cinco días!”.

Explicame un poco esa pasión…

Viene de chiquito. Me acuerdo de que volvía de la escuela, que iba a la mañana, y ni bien llegaba mi hermano Facundo, que es dos años más chico, agarrábamos la pelota y nos íbamos a patear a la esquina, done había como una plazoleta chiquita, con un triangulito de pasto. Si no había nadie no importaba, porque sabíamos que en cualquier momento iba a llegar algún pibe del barrio a jugar. Nos pasábamos toda la tarde jugando al fútbol sin parar. De ahí nos íbamos a una canchita con arcos hasta que se hiciera de noche. Todos los días era así. Además, me encantaba organizar los torneos, armaba el fixture como si fuera un mundial, hacíamos equipos y les ponía los nombres. Un enfermo, ja.

Uno de los temas clave de El retorno se llama “La revolución” y su video es un homenaje a ese amor eterno entre Diego Maradona y Claudia Villafañe. El clip reproduce momentos icónicos de la vida maradoniana: Maradona entrenando a lo Rocky en la estepa rusa, pero en un campo pampeano antes del mundial de fútbol de 1994; Maradona amenazando y disparando contra un grupo de periodistas que lo atosiga desde el portón de entrada de su casa; Maradona defendiendo a los jubilados; la jugada del pase a Claudio Caniggia en el gol contra Nigeria en el mundial de Estados Unidos y, finalmente, la última entrevista antes del doping de aquel torneo. La actriz Florencia Pereiro hace de Diega y Santi, con tapado de piel, de Claudio.

Para la producción de fotos de su primera tapa como solista en Rolling Stone, la idea del futbolista podía ser un camino tan directo como obvio. De hecho, dos años atrás, habíamos llegado a hablar de hacer una sesión de fotos en la canchita de fútbol 5 junto a Vicentico, para una nota que finalmente nunca se realizó. Así las cosas, le propusimos meterse en el papel de uno de esos personajes épicos que él mismo ha dibujado tantas veces para la gráfica de afiches y flyers con los que promocionaba los conciertos de Él Mató. Allí, uno podía encontrarse con boxeadores, atletas, camioneros, corredores de motociclismo, guerreros medievales y, por qué no, astronautas.
No se trata de personajes sueltos, descartables. A Santi siempre le gusta imaginar las historias personales detrás de esos personajes que dibuja y con los que ilustró tapas de discos y afiches para shows. Alguna vez pensó en ir incluso más allá y animarlos en plan novela gráfica o llevarlos a un cortometraje que completase el concepto del álbum, un proyecto que aún permanece entre los planes a futuro del grupo. “Desde el principio pensamos la banda como una forma de unir diferentes artes”, dice este artista que, entre otras actividades, actuó en la adaptación al cine de Ocio (2011), la novela del escritor Fabián Casas, dirigida por el periodista y dramaturgo Alejandro Lingenti, e ilustró el cuento infantil Rita viaja al cosmos con Mariano, también de Casas, entre otras varias portadas de libros.

Yendo a la historia personal, los Barrionuevo parecen llevar el arte en la sangre. Su hermano mayor (son cinco en total), Alejandro, es dibujante y trabajó tanto para DC Comics como para Marvel. Su hermano menor, Facundo, da clases en la Facultad de Cine y trabajó en edición para la dupla creativa Cohn y Duprat.

¿Y tus padres?

Mi mamá murió hace ya poco más de 10 años y mi viejo está vivo, pero está hecho mierda, ya no es lo que era. Tuvo un ACV fuerte y casi ya no habla. Los dos eran docentes. Mi viejo era empleado público, trabajaba en turismo en la provincia de Buenos Aires, y después daba clase de matemática y física en la escuela secundaria. Mi vieja era ingeniera agrónoma y daba clases en una cátedra en la Facultad de Agronomía.

¿Qué decían de tu vocación por el arte?

Mi vieja, al principio, estaba muy preocupada como todo padre cuando su hijo decide emprender una aventura artística. Mucho más perteneciendo a una casa de clase trabajadora. En mi casa nunca sobró nada y éramos muchos hermanos. Nunca faltó nada básico, pero vivíamos con lo justo, en la periferia de La Plata. Por suerte los dos pudieron ver cuando empecé a vivir de la música. Eso estuvo bueno.

Tenés 45 años, ¿pensaste en tener hijos alguna vez?

Sí, lo he pensado. Y me gustaba la idea, me gusta todavía, no lo descarto. Pasa que yo estuve 18 años de novio con Morita y ella era la persona con la que iba a tener hijos. Cuando se rompió eso, se me fueron muchas de esas pulsiones. Incluso me cuesta pensar en tener una relación tan grande. La idea de tener novia es un conflicto para mí. Fue mucho tiempo… Cuando me separé dije: “Ya fue”. Después de algo tan intenso fue como que no me dieron más ganas de atravesar un dolor así otra vez. Igual fueron años hermosos y uno nunca sabe. Por ahora estoy bien.

Te mudaste a Buenos Aires hace un par de años. ¿Extrañás algo de La Plata?

No, ja. Pero bueno, también tiene que ver con que me separé de Morita y trato de no pensar en esa época. Yo un poco odio la nostalgia. Es un lugar en el que no me gusta estar. Entonces, a veces siento que La Plata me genera nostalgia y no me gusta. Ya la veo con otros ojos, no sé. Y por otro lado, también soy un enamorado de la gran ciudad, ¿viste? Ya sea Buenos Aires, México, Nueva York o San Pablo. Hay algo en la ciudad que me hace sentir un poco anónimo y que todo es infinito, sobre todo en las ciudades latinas. Siento que uno es más libre, no sé cómo describirlo, pero hay algo de la dinámica del pueblo que me hace sentir más observado. Uno tiene menos intimidad, ¿no? Me gusta lo infinito de la ciudad. Hay algo ahí que siempre está por explorarse, hay miles de aventuras posibles. Por ahí termino haciendo nada en mi casa, pero después sé que más allá hay algo que te puede llevar para cualquier lado. Antes vivía en Córdoba y Agüero y salía a la calle y era un caos total. Los bondis, las paradas, los autos, y yo salía y decía: “¡Qué lindo este quilombo!”. Te juro, boludo, lo disfrutaba. Aguante la ciudad, la locura, el peligro. La verdad es que ahora siento que no puedo no vivir en la ciudad. Igual en La Plata tenemos la sala de ensayo y me gusta cuando voy.

FOTO: FERNANDO GUTIÉRREZ. RETOQUE DIGITAL: MARINA ALONSO.

Gustavo [Monsalvo, guitarrista de Él Mató] también se vino a vivir acá… Y después de tantos años de estar todo el tiempo juntos, imagino que un poco la relación entre ustedes cambió. ¿Se plantearon alguna vez seriamente separarse como grupo?

Nunca pensamos en separarnos. Me encanta ver en los chicos el amor por viajar, por tocar. El amor por hacer música sigue siendo el mismo. Eso siempre estuvo y para mí era normal, si alguien tenía una banda era porque tenía ganas y dejaba todo en eso. Después me di cuenta de que no era tan normal eso de entregar cuerpo y alma a un proyecto así. Sobre todo en una experiencia como la nuestra, que fue siempre un proyecto independiente y que costó mucho. No es que te subís a un barco que enseguida funciona, vivís de esto, estás tranquilo. Fueron muchos años de dejar todo por nada dentro del sistema capitalista. Y al mismo tiempo era por todo, porque entendíamos que esta era nuestra vida y lo que nos hacía felices. Me encanta ver que este amor y esa pulsión por esto siguen existiendo.

Como escribió Casas en una columna sobre ustedes: “Se siguen queriendo, pero ya no duermen juntos”…

Más allá de la dinámica de que antes vivíamos en la misma ciudad y por ahí salíamos juntos a la noche, siempre tuvimos el mismo cariño y la buena onda entre nosotros. Estamos todo el tiempo tocando también, viajamos mucho juntos. Y por lo poco que me llega de otras experiencias, puedo decir que somos afortunados. Por ahí te cuentan de bandas que hacen terapia para seguir adelante, pero nosotros estamos bien.

“En mi pieza oscura hoy colgué un póster de Cannibal Corpse/ Pero pensé en vos y lo tapé con el de 107 Faunos/ Entre mis discos tengo el mejor: 69 canciones de amor/ Y lo escucho al taco siempre que pienso en vos”, canta Santi en “Pienso en vos”, track cinco de El retorno, un disco en el que sobrevuela una y otra vez esa melancolía eterna de sufrir de amor. Él dice que no sabe bien de dónde viene esa melancolía con la que impregna sus canciones, pero cuenta que días atrás, en Ciudad de México, después de un concierto, se le acercó una chica y le dijo que tenía que hacerle una pregunta: “¿Sufres de depresión?”. “Ja, ja, pobre, estaba preocupada por mí. Y yo me reí y le dije que no, que se quedara tranquila, que no estaba deprimido. Si estuviera deprimido, estaría tirado en mi casa sin hacer nada”, sostiene. “Me autopercibo como una persona alegre, que está en estado de simpatía y gracia, pero creo que igualmente arrastro algo melancólico, que me acompaña y que aflora mucho cuando escribo las canciones. Siento que la poesía y el arte nos sacuden para que hablemos de eso. Entiendo que ese ejercicio creativo, en esa aventura por explorar el lenguaje y las formas del arte, tiene que ver con una introspección que atraviesa todos nuestros sentidos y la tristeza aparece con la potencia de algo que quiere salir y manifestarse”.

Santi adhiere a aquello de que la obra se completa con el receptor, quien le da el significado final a una canción al sumarle su propia experiencia. Dice que se divierte con las distintas interpretaciones que le acercan los fans sobre su repertorio y que hasta llegó a adoptar una como si fuera propia. “La letra de ‘Terrorismo en la Copa del Mundo’, del primer disco de Él Mató, tiene una línea muy breve que es ‘si vienen a buscarme, estoy dormida’, que era como alguien que no quiere salir y quiere estar encerrado. Pero pasó que varios años después, en un 24 de marzo, una chica en Fotolog, la prehistoria de las redes sociales, subió una foto de [el presidente de facto Rafael] Videla y abajo puso: ‘Si vienen a buscarme, estoy dormida’. O sea, resignificó la canción con el terrorismo de la Copa del Mundo del 78. La verdad es que yo lo vi y me emocionó mucho, porque había cerrado todo. Me acuerdo de tocarla después de haber visto esa revelación, que me dio alguien anónimo, y emocionarme como si no fuese una canción mía. Porque la cantaba ya con ese nuevo significado, que me parecía mucho mejor que el original, que era puramente técnico. Ahora tiene una carga emocional muy potente”.

En dos de las canciones de El retorno, Santi hace referencia a la figura del pastor. En el tema que abre el álbum, “Camino de piedras”, canta: “Tengo miedo, juro quiero ser un buen pastor/ pero el camino está lleno de piedras”. Seis temas después, en “El pastor me dio su mano”, retoma: “Sé muy bien que soy medio traumado/ Ahora el pastor me dio su mano/ Es culpa de la carne, yo quiero ser libre/ Cierro mis ojos para verte a vos, señor”. ¿Ataque místico a lo Juanse o juego de palabras para que cada uno cree su propia aventura? “De chico fui mucho a misa”, confiesa. “Tomé la comunión y la confirmación. Estoy full ligado a la iglesia. Firmé todos los papeles que había que firmar, porque mi vieja era muy religiosa. Siempre nos quería llevar a misa, pero era infumable, ja. También fui a un colegio religioso en la primaria y con mis compañeros compartimos un poco la rebeldía liberadora de dejar todo eso atrás. Igual, en la canción me gustaba la idea del pastor porque es algo diferente a la del cura. En mi experiencia, es como algo más bizarra todavía. El pastor parece que tuviese otras cualidades, otros poderes”.

¿Sos creyente?

No, no, yo no. Creo que vamos a morir y no va a haber nada. Ya está. En un momento peleaba mucho con mi mamá por estos temas, pero era una cosa de la adolescencia. Le peleaba la religión, la cultura. En esa época mi mamá estaba en contra del matrimonio igualitario y todas esas cosas y yo le peleaba. Después de que murió, me amigué con la idea de que la religión es algo muy popular. Cuando estaba en la escuela podría decirse que era más de izquierda, entre comillas, y un poco más gorila de izquierda, de negar lo popular. Y después me amigué, lo popular es algo muy potente y está bueno. Por más que no comparta eso de la religión y el rebaño, empecé a respetar más las creencias de la gente, sus fiestas, sus celebraciones, cosas que son parte de su día a día y que para el creyente son muy importantes.

La noche se hizo madrugada en Palermo y los recuerdos de infancia vuelven a transportar a Santi al patio de la escuela, donde con sus compañeros jugaban, cuándo no, al fútbol. “Hay un pibe que iba conmigo a la primaria, Lisandro, que todavía viene a jugar a la pelota los miércoles y me encanta seguir viéndolo ahí. Me conecta con esos momentos felices de la escuela, de perder el tiempo y pensar que eso es eterno”. Media hora después, ya volviendo a casa, me voy tarareando “La noche eterna”, aquel hit melanco de La síntesis O’Konor, y pienso si no estará hablando de esos momentos felices de la infancia, esa noche especial, eterna, tan brillante como el oro en la oscuridad. Me gusta. Esa noche sí soñé que jugaba al fútbol, pero no con artistas famosos. Estaban muchos amigos de mi niñez que hace tiempo no veo. También mi papá, que ya no está. La noche eterna. Después de varios meses de encuentros con Santi todavía no sé de dónde viene esa melancolía que arrastran sus canciones, pero puedo dar fe de que es contagiosa.

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