El culto a la euforia: ¿por qué no sabemos aburrirnos?

Entendemos la euforia como un estado emocional que se manifiesta al atravesar alguna experiencia que nos lleva a una sensación muy intensa de bienestar, alegría o excitación. Quien experimenta el estado eufórico suele sentirse lleno de energía, a veces, mostrando un comportamiento impulsivo y desconectado de la realidad.

En la actualidad, las nuevas generaciones protagonizan un fenómeno social centrado en la búsqueda constante de momentos eufóricos que rompan con la rutina y doten de intensidad a su vida cotidiana. Esta búsqueda ha empezado a mostrar características muy problemáticas, y ha llegado el momento de preguntarnos si hemos pasado a ser parte de una especie de nueva secta global: ¿vivimos ahora como partícipes de un culto a la euforia? ¿Dónde ha quedado la mesura? ¿Por qué no sabemos aburrirnos?

Se ha hecho cada vez más frecuente escuchar expresiones que parecen revelar un verdadero odio al aburrimiento. La sociedad parece rechazar la tranquilidad y la moderación; todo se busca con angustiante intensidad; la autenticidad, el autocuidado, la productividad, el bienestar, la corrección política, el propósito, la conexión, la autonomía, el reconocimiento, la justicia, la espiritualidad… Sentimos la obligación de perseguir todo eso incansablemente, y parece haber la necesidad de exhibirnos en el proceso, presentando nuestros logros en momentos fugaces de euforia. Esos breves instantes, cargados de una intensidad desbordada, no se prolongan en el tiempo, sino que pronto dan paso al regreso de una vida normal, marcada por la rutina y el aburrimiento, llevando a la búsqueda desesperada de una nueva emoción. 

Esto nos da paso al culto que se ha creado en torno a la emoción. El sentimiento, las emociones, se elevan casi al rango de lo sagrado, como únicos caminos hacia la satisfacción absoluta, capaces de hacernos sentir verdaderamente vivos, suficientes y completos. ¿Qué conlleva este nuevo fenómeno social?

La glorificación de la euforia —como si esta fuera el estado emocional más deseable— conlleva el rechazo a ciertas emociones “negativas”, como el aburrimiento, el miedo, la tristeza, el enojo, la frustración o la ansiedad, necesariamente presentes en la vida de cualquier persona normal, sobre todo cuando tenemos tantas presiones sociales/digitales, muchas de ellas autoimpuestas. 

Es como si nuestra vida pareciera estar sujeta a un reloj, contando los segundos, minutos y horas de los mejores años de nuestra juventud, esperando a desaparecer, llegando al momento en el que la euforia no existirá nunca más. Solo habrá aburrimiento. He ahí el miedo paralizante de que el tiempo se desvanezca entre nuestras manos. 

¿Una sociedad adicta a la emoción?

Por lo general, cuando se habla de adicciones, la sociedad suele referirse al consumo de sustancias químicas más o menos identificadas socialmente. Sin embargo, aquí hablamos de una adicción conductual hacia una emoción, específicamente se refiere a la euforia. Alfredo H. Cía, reconocido psiquiatra y autor argentino, dice: “Existen hábitos de conducta aparentemente inofensivos que, en determinadas circunstancias, pueden convertirse en adictivos e interferir gravemente en la vida cotidiana de las personas afectadas”.

Cía también explica en su artículo Las adicciones no relacionadas a sustancias que, “cuando la adicción conductual avanza, los comportamientos se vuelven automáticos, son activados por las emociones e impulsos, con pobre control cognitivo y autocrítica sobre ellos. El adicto está ávido de gratificación inmediata y no repara en las posibles consecuencias negativas de esa conducta”. Asimismo, “si una persona pierde el control sobre una conducta placentera, que luego se destaca y sobresale del resto de actividades en su vida, se ha convertido en un adicto conductual”. Las adicciones se caracterizan por la tolerancia, entendida esta como la necesidad de aumentar la frecuencia, dosis o intensidad del hábito o consumo para que la persona alcance la misma satisfacción. Esto significa que cada vez necesitaremos más; y quien cada vez necesita, llegará a un punto crítico tarde o temprano.

¿Desde cuándo empezamos a ver el aburrimiento como una emoción tan desagradable y odiosa? Para querer borrar todo rastro de ella, y que la euforia predomine, hay que tener en cuenta qué podría pasar. Si bien esta emoción puede llevar al desinterés, a la desconexión y, en algunos casos, a una baja motivación, también trae múltiples ventajas y posibilidades de estímulos positivos; el aburrimiento está profundamente ligado a la creatividad. Para María Cecilia Antón, psicóloga, psicoanalista e investigadora, “El aburrimiento puede anteceder a un momento de quietud y de introspección que posibilite una salida por la vía de la creación […] y por ello favorecer un lazo social particular. La elección sobre los modos de atravesarlo siempre serán responsabilidad de cada quien”.

Las generaciones de ahora han caído en algo llamado, de manera informal, “la mente de los tres segundos”. Se trata de este nuevo fenómeno que han traído consigo las plataformas sociales como TikTok, que se centran en divulgar contenido audiovisual corto y llamativo. De no ser así, el espectador cae en un aburrimiento repentino en menos de tres segundos y continúa con el siguiente producto que el algoritmo tiene preparado.

Como ya es sabido, algunas de sus desventajas principales tienen que ver con dificultad para mantener la concentración en tareas más largas y complejas, necesidad de constante estimulación y sobrecarga sensorial, y tolerancia cada vez mayor a la hiperestimulación. Por este camino, algunas actividades cotidianas se vuelven “aburridas”, se fomentan los comportamientos impulsivos y se reduce la capacidad de autocontrol, y aumenta la procrastinación. Somos una sociedad infantilizada que décadas atrás Guy Debord vislumbró como “la sociedad del espectáculo”, propia de una época en la que nos aterra el silencio.

Banco de imágenes

Aburrirnos para reconectarnos

El doctor en Filosofía Camilo Retana, en su artículo Conmociones acerca del aburrimiento como emoción moral, reflexiona en torno a los términos y hallazgos de pensadores como Paul Lafargue, Arthur Schopenhauer, Friedrich Nietzsche, Blaise Pascal, Søren Kierkegaard, Martín Heidegger, entre otros, y llega a la conclusión de que, “el aburrimiento posee diferencias significativas con la pereza y el tedio. La pereza designa una cierta indisposición o desgano en relación con el emprendimiento de una tarea (normalmente un trabajo), indisposición que a la larga puede redundar en una negativa a emprender la tarea en cuestión”. Por otro lado, Retana también explica que el tedio alude a “una indisposición más general y abarcante. Podría decirse que el tedio es más bien un estado existencial o metafísico”.

De algún modo, el aburrimiento nos permitiría descansar de la sobreestimulación que conduce a la euforia, dejando que el raciocinio y el entendimiento tengan nuevas perspectivas y un sustento más sólido tanto físico como mental. De esta forma se facilita llegar a una reflexión y a encontrar un estímulo positivo para la creatividad, el pensamiento analítico y la creación de nuevos proyectos. Además, el aburrimiento puede romper la rutina ante la poca estimulación, por lo que la mente se ve dispuesta a buscar y reflexionar sobre nuevos retos y estímulos desconocidos que generen interés. 

Para Retana, “el aburrimiento es una de esas emociones que a primera vista tienden a ser despachadas y que, sin embargo, de ser tenidas en cuenta en la moral, podrían aportar más de lo que se cree”. Al encontrar un freno (voluntario o involuntario) a la continua estimulación digital, es más fácil encontrar tiempo y espacio para hacer conexiones mentales y desbloquear la creatividad; esto ocurre en gran parte porque, al no estar en actitud pasiva de recibir y recibir estímulos, se estimula la curiosidad en busca de nuevas posibilidades.

El aburrimiento es en sí mismo una oportunidad para estar aquí y ahora, afrontando la realidad sin escapismos, sin evadir la incertidumbre que caracteriza nuestras vidas, asumiendo de forma independiente y autónoma cada situación, sin que la avalancha del entretenimiento nos arrastre como parte de la gran manada.

Nos estamos quemando

Byung-Chul Han es uno de los filósofos y ensayistas más influyentes del pensamiento contemporáneo. Siendo una voz muy reconocida globalmente, ha publicado muchos libros y artículos en los que reflexiona sobre diversas situaciones de la sociedad, analizando la realidad global, sus coyunturas, orígenes y consecuencias, especialmente haciendo hincapié en las generaciones que viven inmersas en un mundo dominado por la tecnología y las redes sociales. Entre sus publicaciones más reconocidas podemos encontrar La sociedad del cansancio (2010), donde explica que las masas realmente están buscando un rendimiento que sobrepasa incluso sus propias capacidades. La aparente libertad que busca el ser humano en la euforia del momento no existe, realmente se está explotando a así mismo, apelando a significados masificados para el éxito y la autorrealización. En este contexto, el aburrimiento, la calma y la tranquilidad parecen indicar que vas un paso detrás de los demás individuos que se encuentran en el camino de la autoexplotación cargando un profundo cansancio físico y emocional. 

Como ya hemos visto, la sociedad se ve absolutamente influenciada por el contenido que consume compulsivamente en las redes sociales. Los algoritmos dictaminan qué tipo de texto, fotografía o video alcanza más visibilidad; la moderación, la mesura y las perspectivas reflexivas no perecen figurar entre sus prioridades. La exageración se vuelve un recurso indispensable para cautivar al espectador dentro de un ecosistema digital. En un entorno donde se necesita provocar euforia, un titular que no contenga algún grado de exaltación —positiva o negativa — carecerá de impacto. Histeria, indignación, excitación, rabia, deseo, impulsividad, hay que despertar todo eso, porque la indiferencia parece provocar más miedo que la muerte. Al matar el aburrimiento con entretenimiento y noticias espectaculares, captan nuestra atención, les regalamos nuestro tiempo, y nuestra paz mental, porque hemos aprendido casi a despreciarla.

Al final, siempre valdrá la pena hacer una pausa, y para evitar discursos más radicales (eufóricos), debemos entender que todo es cuestión de perspectivas. Si bien la euforia viene con esos momentos icónicos (y supuestamente inolvidables) que tanto nos hacen sentir vivos, también el aburrimiento nos hace vivir instantes de renacimiento e inflexión que nos llevan por un viaje de entendimiento, raciocinio y veracidad, que, aunque nos causen temor, es justo lo que necesitamos en la sociedad del burnout

Get started

If you want to get a free consultation without any obligations, fill in the form below and we'll get in touch with you.