Ed Maverick: el respeto a la música, a quien la hace y a quien la ama

Único, talentoso, excéntrico, firme, desafiante, virtuoso, inteligente, determinado, apasionado, sensible. Es difícil categorizar a Ed Maverick en un solo adjetivo. Más que eso, creo que lo que lo define es una idea: un profundo e inquebrantable respeto por la música, quien la crea y quien vive por ella.

El artista mexicano es uno en un millón, algo que se hace igual de evidente conversando con él que viéndolo sobre el escenario. El lunes pasado tuve la oportunidad de hacer ambas.

Después de emerger como un fenómeno adolescente que conquistó millones de escuchas con su voz melancólica y sus letras honestas, Ed Maverick tuvo que enfrentar la otra cara de la fama: la crueldad de un público irresponsable que lo atacó en redes sociales sin reparo. Ese proceso, tan doloroso como formativo, lo llevó a retirarse varias veces del ojo público, a replantearse su manera de existir como artista o persona pública y, finalmente, a convertirse en uno de los músicos más coherentes, analíticos y  trascendentes de su generación. Hoy, Ed tiene una voz poderosa, no solo para cantar, sino para decir lo que piensa.

A un año del lanzamiento de La Nube en el Jardín, le pregunto si las canciones han tomado nuevos significados después de presentarlas en vivo y que la gente las haga suyas. “No he sentido nada de eso porque cuando me subo al escenario, mi misión es cantar. Es muy difícil comunicarse con una persona, y más cuando la única forma es a través de las redes sociales”, responde. Esa distancia entre artista y público, marcada por la hiperconexión digital, parece ser precisamente lo que Ed busca revertir con su música.

Cortesía OCESA / LILIANA ESTRADA

Verlo en vivo es una experiencia que rebasa el simple concierto. Su show es una experiencia completa: una puesta en escena minimalista que potencia la profundidad y tristeza de sus canciones, y deja ver la madurez que ha alcanzado como intérprete y músico. Sin embargo, la relación con su público es compleja, y a veces, malentendida. En momentos puede percibirse incomodidad del artista o de su auditorio. 

“Luego es bien difícil tratar de entender a la gente en mis conciertos, porque parece que están regañados”, dice Ed a unas horas antes de salir al escenario del Teatro Metropólitan. “Mis amigos cuando van a mi show me dicen que eduqué al público bien cabrón, pero más bien siento que no entendieron muchas cosas. Piensan que por todo me voy a enojar, o por todo voy a gritar, cuando realmente solo es tener respeto hacia la música”.

Ese respeto no tiene que ver con exigir silencio, sino con pedir atención. Ed no busca que la audiencia se reprima, sino que viva el momento. No interrumpir un discurso serio con un “¡te amo!” o un “hazme, no grabar de forma invasiva, cantar cuando la emoción lo pide y escuchar cuando la canción o el discurso lo necesita. “Ya la gente viene a los shows muy callada, hasta se regañan entre ellos, o se callan. Ahorita lo que pasa es que son menos expresivos. Entonces ya no puedo saber muy bien qué es lo que les gusta, qué es lo que no. Lo único que sé es que les gustan un chorro las canciones de Eduardo, pero es lo único que tengo de información hasta ahorita, y la neta, no es por sonar mamón, pero no me interesa tanto saber qué opinan, porque ya es muy suyo y no tiene nada malo”.

Esa misma filosofía atraviesa La Nube en el Jardín, su cuarto álbum de estudio que cumple un año este 8 de noviembre, lanzado como una sola pieza de 53 minutos y 49 segundos. Un disco que se experimenta diferente a la mayoría lanzados hoy en día. Ed decidió romper con la lógica del streaming —la cultura del sencillo, del skip, del consumo inmediato— para invitar a su audiencia a detenerse, cerrar los ojos y escuchar. “En este disco tuve la oportunidad de volver a mi raíz, el folklore, y combinarlo con expresiones genuinas. Quise hacer un disco completamente desnudo… grabarlo de forma que se sintiera en vivo porque ya no me estaba presentando más en ese formato”, mencionó al momento de lanzarlo. 

El resultado es una obra íntima, grabada con guitarra y voz, donde incluso se pueden escuchar las hojas de las partituras pasar. Un gesto que refuerza la cercanía con el oyente: la sensación de tener a Ed a unos metros, interpretando solo para ti. “Y ahora lo que pasa es que se está poniendo de moda ser crítico de música, como ser más culto con lo que escuchas y siento que eso está chido. Al lanzar el disco de esa forma, siento como que se refuerza un poquito más y los morros ya están un poquito más al tanto del ‘¿por qué hice esto?’ y no les resulta tan mamador como suena, porque uno puede elegir sus batallas, como yo, que elegí la batalla de exigir respeto ante lo que yo hago.”

En esa búsqueda de límites y autenticidad, Ed se ha propuesto separar su vida personal de su obra. “Al menos a mí me gusta también tener ese límite, porque considero valioso que no sepan muchas cosas de mí, más allá de la música. Es una información que va de ellos para ellos, y lo mío para lo mío, y eso está chido.”

Lejos de aislarse, Maverick ha encontrado formas nuevas de involucrarse. Desde su propio sello, colaborando con proyectos cercanos de otros músicos como Niño Viejo o Edgar Bajo el Agua e impulsando shows en su natal Chihuahua, se ha convertido en un agente activo dentro de la industria, buscando mejorarla desde adentro. “Siento que es más como dar batalla, que a pesar de que tengo privilegios para hacer cosas, hay que hacer más desde adentro. No era tanto por el querer hacer las paces con la industria. Yo tengo mis pedos con la industria y siempre los voy a tener… pero el tiempo que vamos a estar aquí, si podemos aportar un poquillo, pues va, chido”. 

A cambio de sus canciones, que hacen sentir a flor de piel, Ed no pide más que respeto. No busca silencio, busca presencia; no demanda atención, sino conexión. Su arte invita a escuchar con intención, a sentir con honestidad y a entender que cada acorde, cada pausa y cada palabra son parte de un diálogo sincero entre el artista y su público. En una época donde lo efímero domina, Ed defiende la profundidad, el momento y la experiencia. Tres cosas que, cuando se unen, hacen de la música algo verdaderamente humano. 

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