Dolores Fonzi: “El feminismo molesta. Por eso lo golpean”
Primero, el pasado. La historia cuenta que el primer viaje de Dolores Fonzi a un festival de cine fue a San Sebastián, hace más de dos décadas, con Vidas privadas, la ópera prima de Fito Páez, cuyo guion fue escrito por el músico junto a Alan Pauls. Ella tenía veintipocos y formaba parte de una película basada en el caso real de los mellizos Reggiardo Tolosa, en la que la identidad y el deseo chocaban como dos trenes. Era, sin saberlo, la primera vez que Fonzi se acercaba a esos materiales que la iban a perseguir para siempre: la verdad, la injusticia, los cuerpos en disputa.
Varios años después, en 2016, la actriz volvió al festival de San Sebastián con La patota, una adaptación libre de la película de Daniel Tinayre, de 1960, dirigida por Santiago Mitre. Ahí fue Paulina, la protagonista, una chica de ciudad que decide dedicarse a la actividad social, por lo que vuelve a su pueblo natal, en Misiones, para trabajar en una escuela rural, donde es violada por un grupo de alumnos y queda embarazada. Paulina vive en carne propia las desigualdades, pero decide continuar con su trabajo en el barrio marginado donde sucedió el hecho. En San Sebastián la película obtuvo los tres reconocimientos principales de su sección: el Gran Premio Horizontes Latinos, el Premio EZAE de la Juventud y el Premio Otra Mirada. Mitre la dirigía, pero la película ardía donde dolía gracias a Fonzi.
Ahora, el presente. Estamos en 2025. Dolores vuelve a San Sebastián, pero esta vez el viaje es distinto: llega como directora para presentar Belén, película basada en el caso real de una chica de 24 años que ingresó en la guardia de un hospital en Tucumán y terminó presa 29 meses por un aborto espontáneo. Fonzi no solo dirige: también coescribe e interpreta a Soledad Deza, la abogada que en la vida real leyó un expediente ignorado suturándolo como si fuera una herida abierta. La ovacionan durante seis minutos y la prensa internacional se pone de pie. Y Camila Plaate, quien encarna a Belén, recibe la Concha de Plata de manos de Lali Espósito. Hay algo profundamente argentino en esa escena: una industria que se sostiene entre mujeres y una historia incómoda, pero que necesita contarse, para instalarla en el consciente colectivo.
Dolores no está sola, la acompaña parte de su equipo: Javiera Balmaceda, head de Originales de Amazon MGM Studios para América Latina, Canadá, Australia y Nueva Zelanda; las actrices Julieta Cardinali, Laura Paredes (también coguionista) y Camila Plaate; y los productores de K&S Films Leticia Cristi y Matías Mosteirín. A tres cuadras del Kursaal, en un piano bar apenas iluminado, se produce la verdadera postal del festival, que es una instantánea del cine argentino: protagonistas, productores y actores de los films argentinos en competencia cantan alrededor de un piano tocado por Fito Páez, que viajó exclusivamente para acompañar a su amiga, protagonista también del hit y el memorable videoclip de “Bello abril” (Naturaleza sangre, 2003).
En un video publicado en Instagram por el periodista de La Nación Sebastian Espósito se la ve a Fonzi vestida de blanco y sentada al lado del rosarino, que toma el micrófono para comenzar a cantar: “Quién dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón”. Dolores se suma para tararear “no será tan fácil como pensaba”, como si, de alguna manera, vaticinara el futuro.
Belén llegó a los cines argentinos el 18 de septiembre pasado, a los de Estados Unidos y Reino Unido el 7 de noviembre y, a partir del 14 de noviembre, aterrizó en Prime Video, con un lanzamiento global exclusivo, ahora disponible en más de 240 países. Además, ya está entre las películas argentinas que podrían representar al país en los Premios Óscar y en los Goya.
Es una obra urgente, pero sin alharaca; profundamente política, pero sin consignas. Una película que no explica: muestra. Una película que no levanta la voz: la sostiene. Todo eso no es fruto de la casualidad. La película no solo exhibe una injusticia: la ilumina con una furia delicada, con una precisión quirúrgica, con una sensibilidad que combina política, cuerpo, credo y clase social en un único golpe seco, como el que solo da la realidad.
Una injusticia conmueve al mundo
Si la primera escena es la que marca el tono en una película, el comienzo de Belén anticipa lo que vendrá: puro sofoco. Ahí se ve la fragilidad del cuerpo de la protagonista, que el 21 de marzo de 2014 ingresa en un hospital enferma, pálida, temblando, y sale esposada después de una intervención quirúrgica por un aborto espontáneo, cuando ella desconocía estar embarazada. Se escuchan los gritos, el maltrato, el personal médico hostil. “Ni el duelo me dejaron hacer”, dice la actriz que la encarna con los ojos negros y vacíos.
“Cuando termina de despertarse de la anestesia, está rodeada de policías. Uno de los uniformados le mira la vagina. Le preguntan dónde está el feto. Aún no se repone de la existencia del embarazo del que no estaba al tanto, ni de la noticia de que acaba de tener un aborto espontáneo, así que no contesta. Luego viene un enfermero con una cajita. Adentro hay una cosa negra chiquita. Se la muestra y dice: ‘Este es tu hijo. Mirá lo que hiciste, hija de puta’”. Ese párrafo, tomado de Somos Belén, el libro en el que la periodista y militante feminista Ana Correa retoma el caso, condensa la tensión, la violencia y la injusticia en sus formas más crudas.
Fonzi convirtió al libro de Ana Correa en materia prima vital para construir el guion sumándole su ojo cinematográfico. “Belén no es una película sobre un juicio: es una película sobre una condena –le dice Dolores a Rolling Stone–. A los quince minutos, la suerte de esa mujer ya está sellada. Lo que vemos después es el camino accidentado, absurdo, feroz hacia su liberación. Y lo más perturbador es cómo ocurre: una abogada de oficio, tucumana, formada en el mismo lugar que Soledad, con el mismo expediente y sin una sola prueba nueva, no solo la defiende mal, sino que facilita la condena. El juez incluso la cita para sentenciar a su propia defendida, un hecho inédito en la historia judicial argentina. Años más tarde, otra mujer, Soledad Deza, también tucumana, también formada en la misma facultad, toma ese expediente sin agregar nada y, simplemente leyéndolo, la libera en cuatro meses. Belén expone así un sistema donde la justicia es una ruleta cargada: ser mujer, pobre y tucumana es casi sinónimo de culpabilidad desde el minuto cero. Y lo más brutal es que la condena empieza en el mismo instante en que ella despierta de la anestesia”.
“Para mí fue impactante. No lo podía creer. Me enteré hace muy poco de que el juez había citado a la defensora para condenar a su propia defendida. Es la primera vez que ocurre algo así en la historia judicial argentina. Si lo hubiera sabido antes, lo hubiera puesto en la película, porque me parece fascinante y escalofriante al mismo tiempo. Esa abogada de oficio no solo la defendió mal: prácticamente impulsó la condena. Y después aparece Soledad Deza, con el mismo expediente, sin sumar ninguna prueba nueva, y la libera en cuatro meses. Es increíble cómo dos mujeres formadas en el mismo lugar pueden ver a Belén desde perspectivas tan opuestas: una piensa que debería agradecer no haber recibido perpetua; la otra, simplemente leyendo el expediente, entiende que nunca debió haber estado presa”, continúa la directora para confirmar que las películas nunca tienen el final ideal.
Dolores Fonzi comenzó a involucrarse públicamente con este caso en julio de 2016. Estaba nominada como mejor actriz por La patota en los Premios Platino. Ganó y en su discurso mostró un cartel pidiendo “Libertad para Belén”.
“Al principio nadie salió a decir: ‘Esto es una injusticia, esto no puede estar pasando’. La sociedad, en general, creyó que algo había hecho, que algo debía merecer. No hablo de sus padres, sino del entorno, de la mirada colectiva. Cuando alguien cae sin recursos, sin una red que lo sostenga, se queda sin aguante y sin apoyo. Y la gente, simplemente, se abre. Por eso el contexto es tan importante: quién te acompaña cuando todo se desmorona”, suma la actriz.
Belén, como se llama la protagonista en esta película para preservar su identidad, pasó dos años presa esperando que la pesadilla se desvaneciera y, cuando finalmente llegó el momento de definir su situación, la definición fue la peor. Ahí empieza la película.
El mito que disciplinó a una provincia
Cuando empezó el casting, Fonzi se encontró con algo inquietante: el mito. Las chicas que se presentaban para hacer de Belén, todas adolescentes cuando ocurrió el caso real, habían crecido con esa historia como advertencia.
“Para ellas, Belén era una amenaza”, cuenta. “Ojo con coger, porque si abrís las piernas podés ir presa. Era como el hombre de la bolsa, pero ginecológico. Crecieron con ese fantasma”.
El catolicismo opresivo, la violencia institucional, las desigualdades de clase, nada de eso necesitó ser subrayado: estaba en los libros de Ana Correa y de Soledad Deza, pero también en los detalles que Fonzi reconstruyó personalmente en Tucumán. Hay guiños banales de consumo que acercan, como la gaseosa Mirinda manzana, muy popular en el norte argentino, o el sánguche de ternera fría hecha con peceto y salsa inglesa y las tortillas finitas. Hay política e interés.
El hospital militarizado frente a la cárcel de hombres. Los guardias vestidos de verde. Las armas gigantes en una guardia obstétrica. Dos puertas: una que decía Policía y otra que decía Guardia. “Esos detalles cargan la película de verdad”, dice.
La desigualdad también aparece sin marcas fluorescentes: Deza, con una familia que la sostiene; las mujeres que acompañan a Belén, desamparadas. Y, sobre todo, el silencio: Belén estuvo dos años presa sin que nadie lo supiera. No lo contó a su familia. Nadie en Tucumán sabía que estaba encerrada. “Lo que les pasa a las mujeres de la cintura para abajo –dice Fonzi– da vergüenza, da miedo. Y cuando eso pasa, te quedás sola”.

La repercusión inesperada
“¿En qué momento te surge la idea de llevar este caso a la tele?”, pregunta una alumna desde un pupitre de la Escuela de Comercio Carlos Pellegrini, una de esas instituciones donde la historia parece adherida a las paredes y donde la exigencia académica convive con el vértigo político adolescente.
Son las cinco de la tarde de un viernes frío y lluvioso de noviembre. Dolores Fonzi llega al Pellegrini acompañada por su hija menor, Libertad. Tiene 14 años y es fruto de la relación de con el actor mexicano Gael García Bernal, al que Dolores conoció a través de Fito Páez durante la filmación de Vidas privadas. Se mueve con la naturalidad de quien ya conoce el terreno: varias de sus amigas estudian ahí y Belén, tema de la charla, le queda cerca, aunque no lo subraye. Es la única película que vio de alguno de sus padres. Mientras esperan que empiece la actividad, Fonzi le pregunta si alguna vez vio Amores perros (2000), la película icónica que marcó la filmografía de su padre y a toda una generación del cine mexicano. Libertad responde con la simpleza de lo obvio: “No. No la dan en el cine, y es más divertido ir al cine”. Tampoco sabe que Soy tu fan (2006), la miniserie que Fonzi escribió junto a Constanza Novick, termina con sus padres cantando “Querida” de Juan Gabriel en una camioneta. “No vi nada de mis papás”, dice, casi como si comentara cualquier otra cosa del recreo. No suena a desinterés: suena a una adolescente que convive con absoluta normalidad con la obra y la exposición de sus padres.
Dolores lleva puesta una campera con una pintura de Caravaggio en la espalda, que una alumna reconoce como la tapa de Las 4 estaciones, de Boom Boom Kid; la asociación de la alumna es correcta, en efecto, esa misma pintura está en el centro de la tapa del disco.
“Me gusta que para ustedes el cine sea ‘la tele’. Pero no, no se me ocurre [llevar esta historia a la pantalla]: me lo ofrecen –relata Fonzi-. Yo milité el caso cuando ella estaba presa. Después salió el libro. La productora con la que trabajé compró los derechos y, en el medio, yo dirigí Blondi [2023, en la que también es protagonista]. Por haber dirigido Blondi, Leticia Cristi vio la película y me dijo: ‘Che, tengo este proyecto, ¿lo querés hacer?’. Dije que sí y me propuso hacer las tres cosas: escribir, dirigir y actuar, que era lo que ya había probado en mi primera película”.
Un estudiante levanta la mano con la ansiedad de quien necesita hacer la pregunta antes de que se le escape el turno: “¿Y cuándo se termina todo el proceso?”.
“¿El proceso? –Fonzi se ríe–. Estamos acá todavía, mirá”.
Y enseguida empieza a enumerar como si repasara un ritual: “Viene la escritura, la preproducción, el rodaje, el montaje, la mezcla, la música. Después el estreno, la prensa. Ahora la película podría representar a la Argentina en los Óscar y los Goya. El 16 de diciembre se conocen las 15 preseleccionadas. Después quedan cinco. Y ese camino termina el 15 de marzo, con el Óscar. Ojalá”.
En el auditorio se respira una mezcla de asombro y épica. No solo por la candidatura: Belén irrumpió en un momento en el que el movimiento feminista parecía atravesar una especie de resaca emocional. Un año de frustraciones, retrocesos y discursos antimujeres instalados con comodidad en el centro de la escena pública.
“Para mí la película es un tributo a eso que pasó. A ese poder único que tuvimos. Si hace falta algo parecido, lo vamos a lograr de nuevo. Éramos seis millones en la calle. Eso no desapareció, es nuestro. La película viene a recordar que eso sucedió hace nada. Y que, si se pudo en ese momento, se puede ahora”.
Entre el público, otra estudiante toma la palabra:“Yo la fui a ver con mi mamá. Lloramos las dos. Sentimos una unión muy fuerte”.
“Eso es lo más lindo de la película —dice Fonzi, mientras asiente—. Y hay que entender algo: los círculos de poder, acá y en todo el mundo, necesitan vapulear estos movimientos porque su poder es enorme. El feminismo, el trabajo colectivo, la organización: todo eso molesta. Divide y reinarás. Por eso lo golpean. Es lógico que canse, que agote. Pero hay que seguir. Yo paro un toque, hago una película, me río un poco… y después seguimos. Y lo que más se siente es el agradecimiento de la gente cuando la ve”.
Otra pregunta: “¿Se imaginaban que la película iba a tener la respuesta social que tuvo? Lo digo porque estuvo la marcha por los femicidios y muchas chicas contaron que se sintieron motivadas por la película para ir. ¿Esperaban algo así?”.
Después de una pausa, Fonzi responde: “La verdad es que no. No sabíamos qué iba a pasar. Una siempre tiene la expectativa de que la película se vea, de que la vea la mayor cantidad de gente posible, sobre todo cuando toca temas que para mí son importantes de volver a poner sobre la mesa. Pero lo que pasó fue muy fuerte. Nosotras ese mismo día nos enteramos de que Belén había sido elegida para representar a la Argentina en los Óscar y en los Goya. Ganamos los votos y al mismo tiempo fue el día en que se supo lo del triple femicidio [de Florencio Varela]. Todo eso junto fue muy movilizante. Ver que la película se cruzaba con la realidad de una manera tan brutal fue conmovedor y tremendo a la vez”.
La agenda de Fonzi estaba apretadísima, pero rebosante de entusiasmo que brinda el salir a defender la obra. Al otro día de la jornada en el Pellegrini tenía que viajar a México para acompañar una serie de proyecciones especiales de Amazon, después a Nueva York, después a Los Ángeles. Seguían Barcelona y Madrid, volver y viajar otra vez a Los Ángeles.

El humor como materia prima
Las buenas historias resisten cualquier spoiler. En la película se destaca una escena que parece puramente de ficción, pero no lo es del todo: la abogada defensora, que interpreta Fonzi, es invitada a un programa de televisión donde la conductora (María Marull) compara el parto de una mujer con el de una perra. La escena está tomada de la vida real. En 2020, durante el debate por la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, la diputada de la UCR Estela Regidor dijo en el Congreso: “¿Qué pasa cuando una perrita queda embarazada? No la llevamos al veterinario para que aborte”.
Fonzi tomó ese episodio y otros que vivió ella misma en los sets de televisión mientras reclamaba educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar y aborto legal para no morir, y los transformó en material cinematográfico. En Belén, el humor y la ironía funcionan como herramienta política, como archivo y como espejo.
“Lo del humor es importantísimo, porque es la manera que tenemos de mostrar temas solemnes sin caer en la solemnidad. Para mí, lo solemne te distancia. Y cuando podés reírte de vos misma es cuando aparece la empatía, cuando el otro afloja”.
La directora sabe lo que busca, no quiere nichos, quiere expansión, poner el tema en conversación tanto digitalmente como en las mesas de los domingos en familia.
“Yo puedo hablar de feminismo, de ser mujer, de la carga mental, de las maternidades, de la desigualdad con los hombres en un montón de aspectos de la vida… pero si no tiene un poco de gracia, a nadie le importa. Y está bien: hay cine al que no le importa que le importe a alguien. A mí sí. Para mí es importante que a la película la vea la mayor cantidad de gente posible, y ahí entra el humor”, suma mientras se ríe a carcajadas recordando cada uno de los personajes con los que compartió debates.
“Ironizar sobre ciertos momentos y ciertas personas me parece una justicia poética. El que se sienta tocado está bien, son cosas que yo viví. En 2018 fui a todos los programas de televisión posibles para defender la ley del aborto. Existía ese nivel de discusión donde venía un tipo a plantearte cosas imposibles, donde un tal Obarrio (¡ovario!, casi una parodia) opinaba como si supiera. Entonces Uterini es un homenaje directo a esa entrevista real, que está en YouTube, con un conductor muy parecido al que puse en la película. Y María Marull está increíble contando lo de los perritos, igual que aquella diputada. Lo siento: lo dijiste. Es material público y yo lo voy a usar. Siento que todas las que estuvimos entre la calle y la rosca de la militancia vivimos lo mismo: no podíamos creer que esas cosas se dijeran en serio”, sentencia con verborragia y gracia.
Aparece la discusión sobre si la película es triunfalista o no porque al final Belén queda en libertad y es abrazada por todo el colectivo que lucha junto a ella. No cuenta que la protagonista se va de su ciudad natal porque necesita comenzar una nueva vida. No cuenta que por preservar su identidad no puede hacerle un juicio al Estado por el tiempo que estuvo presa. “Si hoy la terminara, quizá bajaría un poco ese final. No sé. Pero lo que logró, y lo que sigue logrando, está bien: reconfortar a esa parte de la sociedad que militó tanto por los derechos humanos. No hablo solo de las mujeres: hablo de un movimiento entero que empujó para adelante”, agrega.
El camino de la directora
En medio de todo ese recorrido, donde la actuación es el foco, aparece en escena Santiago Mitre, pero no solo como colega: también como quien estuvo mirando desde primera fila la transformación de Fonzi en directora. Mitre, su pareja desde 2015, es responsable de títulos como El estudiante (2011), La patota (2015), La cordillera (2017) y Argentina, 1985 (2022), la película que reconstruyó el trabajo del fiscal Julio César Strassera y su equipo durante el Juicio a las Juntas, y que ganó el Globo de Oro a Mejor Película en Lengua No Inglesa y obtuvo una nominación al Óscar como Mejor Película Internacional. Ese recorrido, esa mirada y ese oficio convivieron con Fonzi durante años, acompañando de manera natural una búsqueda artística que hoy encuentra su forma más contundente en Belén.
“En nuestro vínculo siempre hubo algo muy colaborativo. El cine se hace en grupo, con otros, y no creo en la idea del director todopoderoso que tiene la película clara en la cabeza desde el inicio. Más bien lo contrario: se busca todo el tiempo y se modifica todo el tiempo. Con Dolores fue así desde el principio: trabajar juntos en La patota y entender juntos ese proceso y esa película. Ella hablaba con la misma responsabilidad de narrar eso que tenía yo y que tenía el resto del equipo. Y yo estoy acostumbrado a esa manera de trabajar”.
“Después vino La cordillera. El vínculo ya estaba consolidado. Ella estaba en el set aunque no tuviera que filmar, podía hablar con los actores o con quien fuera, con absoluta libertad de opinión. Me ayudó mucho. Además de la amistad y la confianza que tiene con Ricardo [Darín], lo que decía sumaba”.
“No sé si ahí ‘vi’ que podía dirigir o si lo pensé antes. Creo que cualquiera que lo desee con convicción puede hacerlo. Y creo firmemente que todos los actores son directores, y por supuesto que no funciona al revés. Un director está obligado a entender las necesidades y expresividades de sus actores”, dice Mitre.
Santiago observa que Dolores es una directora clara, generosa y abierta con sus equipos. “Con mucho carisma y con un entusiasmo que contagia. Logra que sus equipos y elencos trabajen afinados en un tono de alegría, incluso cuando filma algo alegre como Blondi, o cuando filma algo nada alegre como Belén. Creo que, desde el tipo de narración, son películas muy distintas. Una busca en la intimidad para tratar temas complejos; la otra busca en lo colectivo para comunicarse y posicionarse frente a un hecho aberrante que se refleja, con tristeza, en el presente. En Belén está esa responsabilidad de la que Blondi quizás estaba exenta”. La convicción era igual en ambas. “Dolores tiene la capacidad de enamorarse de sus procesos con pasión y alegría. Así que en las dos películas la veo igual: apasionada y feliz”.
“Cuando una artista, o una escritora, o una poeta, logra conectarse con el corazón de aquello que la mueve en lo cotidiano, el sueño de una vida vivida en toda su intensidad está al alcance de la mano”, escribió la poeta norteamericana Dorothea Lasky. Dolores Fonzi parece haber tomado esa frase como un mapa, aunque nunca la haya dicho en voz alta. Es algo que se siente en el modo en que empezó a mirar y a filmar el mundo.

Crear en equipo
De tanto hacer cine, ya tiene un equipo que le funciona. Para Belén convocó a Laura Paredes para escribir junto con ella el guion. “Para mí, el cine es la verdadera escuela: ver películas es la base de todo. Cuando escribo, lo hago desde la imagen. No pienso en términos literarios, sino escena por escena, plano por plano. Construyo una escaleta como si fuera un mapa: sé de dónde parto y hacia dónde voy. El esqueleto es fundamental para entender el ritmo y el tono”.
Después todo se mueve: se tachan cosas, se cambian, aparecen los actores y transforman escenas. “Actuar también me sirve para detectar si algo hace ruido; si se traba en el cuerpo, no va”.
Escribe en equipo porque “es más rápido y porque el trabajo colectivo me fascina. Me gusta discutir ideas sin susceptibilidades: decir que no, que me digan que no, retrucarnos. Ese ida y vuelta es lo que mantiene vivo al guion, lo que le da humanidad”, explica.
En una de las entrevistas de esta gira de medios interminables, tuvo la mala suerte de recibir como pregunta si ella había llamado a Laura Paredes, pareja de Mariano Llinás, emulando la relación de Santiago Mitre con Llinás, quienes coescribieron Argentina, 1985. Si bien en sus veintes logró ganarse la fama de brava por pelearse con la prensa, hoy parece estar más serena cuando recibe preguntas de este estilo.
A principios de noviembre fue invitada a Otro día perdido, el programa nocturno con el que Mario Pergolini regresó este año a la televisión abierta. Allí se produjo un intercambio que resume y grafica bastante bien estos tiempos. El conductor le preguntó:
–¿Creés que hacés un cine femenino? Porque en las películas que has hecho son siempre mujeres fuertes.
–Cine feminista…
–Bueno, no quise poner la palabra ‘feminista’.
–Está bien ‘feminista’. Porque ‘feminista’ es igualdad de condiciones, igualdad de privilegios.
–Perdón, me autocensuré.
La entrevista siguió su cauce con seriedad y buena onda, más allá de ese intercambio que dejó a la vista de qué hablamos cuando hablamos de malas palabras.
“‘¿Te interesa que tu cine tenga contenido femenino?’ ¿Esa pregunta se la hacen a un tipo? ‘¿Tu cine es masculino?’. ‘¿Te interesa hacer cine masculino?’. La pregunta es absurda –reflexiona Dolores–. En todo caso, decime cine machista o cine feminista y bancátela. Pero primero enterate de qué estamos hablando, porque feminismo y machismo no son términos opuestos. Ese es el gran malentendido”.
Fonzi vuelve a ese episodio y arremete: “Te autocensuras una palabra porque asumís que tiene una connotación negativa. ¿Y por qué el feminismo tendría una connotación negativa? Porque desde el poder se encargaron de instalarla. ¿Y qué es el feminismo, al final? Unión. Trabajo colectivo. La fuerza organizada de mujeres y hombres empujando juntos. Por eso hago el chiste de que la gente se queda más tranquila cuando digo que la película es humanista y no feminista. Porque ahora el feminismo tiene mala prensa. Lo vapulean. ¿Por qué? Porque un día hubo seis millones de personas en la calle. Porque esa fuerza existe. Y claro que la van a querer aniquilar: generando fantasmas sobre una filosofía que busca bienestar para todo el mundo, no solo para las mujeres”.
Y, aun así, Dolores asegura que siente que algo empieza a moverse. Gracias al cine hecho por mujeres, gracias incluso a los malentendidos, surge una reflexión nueva. “Como cuando en 2015 se pusieron los femicidios sobre la mesa, o en 2018 el aborto. Hoy esa conversación es cercana, cotidiana. Cuando yo era chica, simplemente no existía”.
Otra escena, apenas empieza Belén, funciona como una declaración de principios. La abogada Soledad Deza está cenando con su familia cuando su hija le pregunta dónde está Dios. No cree, dice la nena, que viva en una nube. Soledad piensa un segundo y contesta que Dios, si existe, debe estar en el propósito: en tener algo que hacer en el mundo y hacerlo con convicción.
Más tarde, cuando la conversación con Fonzi ya había atravesado el caso, la rabia, la militancia, la risa como arma y el cine como refugio, le hice la misma pregunta.
“¿Tenés alguna creencia?”
Ella sonrió y dijo: “Yo creo que mi religión es el cine”.
Para alguien que convirtió una injusticia en una película que incomoda, abraza, despierta y devuelve memoria, la respuesta no es metáfora: es liturgia. Es la fe que le permite enfrentarse al mundo con una cámara en la mano o con un set entero a cuestas y seguir insistiendo en que contar una historia puede, algunas veces, torcerlo.











