Conocé al Nota, el cantautor con algunos de los mejores títulos de canciones hoy

Da lo mismo si es un olor, una cara o una canción: todo es vertiginoso cuando el pasado te toma por asalto. Y al Nota, de vez en cuando, una canción de misa le copa la parada mental. “Es como una intervención divina”, le dice a Rolling Stone, riéndose. Ahora el músico está en un bar de Once, barrio al que se mudó hace unas semanas después de vivir toda su vida (24 años) en Rafael Castillo, La Matanza. Pide disculpas porque sigue un poco dormido: anoche tocó en el bar de Palermo Strummer con Junkie Ranks, el trío en el que oficia de guitarrista y que armó con dos compañeros del profesorado de música que abandonó en primer año.

En las últimas semanas estuvo viajando por Argentina y tocando las canciones de su proyecto solista, que desde 2023 crece de forma sostenida. Para despabilarse, entonces, se mete con un tema livianito: su relación con Dios, con la religión y sus recuerdos como estudiante de catecismo. “Fui a una primaria católica y tomé la comunión vestido de blanco. Con la plata que me dio mi familia por las estampitas no hubo Playstation, no hubo chocolates, no hubo nada: mamá compró un lavarropas”. Las prendas limpias habrán sido tan importantes como la Biblia: al Nota lo llamaron Nazareno Emanuel y, a su hermano, Eliseo Joaquín. ¿Cómo llegamos a hablar de misas, nombres bíblicos, ropa limpia y catequesis en un encuentro que aspira a desgranar su primer disco? Empezando por el final.

Subidos al pony, el reciente álbum debut de Nazareno Nota (lo presenta el 2 de diciembre en Niceto Club), cierra con un tema bien particular llamado “El rap”, en el que el músico improvisa sobre golpes de batería unas rimas acerca de la culpa (“¿estaré siendo amable? ¿estaré siendo correcto?”) y otras sobre las persecuciones que le genera el panóptico divino (“gracias paranoia, por darte cuenta a tiempo”, con más guiños a “Territorial Pissing” que al himno paranoico de Los Piojos) hasta que empieza a sonar un coro (“Señor, me has mirado a los ojos, sonriendo has dicho mi nombre”). Y se cuela un audio que Nazareno le mandó por WhatsApp a alguien. En el mensaje, El Nota dice que como los monitores sonaban mal y la banda no se podía escuchar tuvieron que empezar a sacarse la ropa y a hacer pelotudeces. Y cierra: “La posta es que si tenemos buen sonido empezamos y terminamos con ropa, todos hechos unos señores”. Habría que preguntarse por el hilo invisible que conecta el remordimiento católico con un sonido defectuoso y la inclinación stripper de la banda del Nota. Quizás se trate de unas más racionales intenciones de volver al estado en que dios los trajo al mundo. Como sea, el track final de Subidos al pony es un buen broche para un disco que tiene mucho de desnudez.

Entonces a la pregunta sobre por qué un fragmento del hit católico “Pescador de hombres” corona su primer larga duración, El Nota responde: “Cuando estoy muy chapa, al borde del quiebre, se me aparece la música que sonaba en la iglesia. Mi única relación con Dios es que me siento muy atormentado por él. Vivo con mucha culpa por algunas cosas que hago y tengo una gran dificultad para disfrutar mi deseo. Ahí es cuando se me aparecen esas canciones. ¡Qué sé yo! Dios es como un padre con trastorno de la personalidad”.

Después de armar las bandas Vicios Caros y Junkie Ranks, El Nota empezó a escribir, grabar y publicar sus temas solistas en 2016. Las primeras canciones las grabó con los Junkie, luego fue armando La Banda del Nota (que hasta hace no mucho se presentaba así en algunas fechas).

En un EP que grabó con amigos y publicó en 2021 (y que tiene algunos de sus temas más conmovedores, como “Quiero ser como vos” y “Colectivos llenos”) corrigió “unos ladridos” en posproducción, así que cuando lo subió a Spotify lo tituló Autotune mal. La corrección es imperceptible (e igualmente se lo escucha desafinar) y el título una exageración absoluta que habla más de su predisposición hacia lo imperfecto que del sonido de ese EP. Los temas que El Nota sacó hasta su disco debut están grabados con un nivel bajísimo de artificio.

El Nota tiene una forma directa y voluptuosa de usar las palabras, que está en su manera de formular respuestas, pero también en la escritura de sus canciones. Un EP que publicó en 2023 lleva uno de los más estridentes títulos de álbum de los últimos años: Algunos sueños son para los chetos. Allí están el aullido blusero “No cesará”, “Tantos sueños” (lección de marxismo para centennials) y “Despedida” (una hermosa reivindicación de la rareza). Son canciones de ánimo pesimista, pero sin resignación. Él prefiere decir que el motor de su música es, en realidad, el resentimiento. Un término que goza de pésima prensa pero que, a todas luces, es un motor mucho más interesante para crear que la apatía, la melancolía o la indulgencia, algunos de sus vecinos de la vereda opuesta.

La comodidad del Nota en los aspectos que lo hacen más singular es una parte importante de lo que producen sus canciones. Como El Noba, que marcaba la dife y que para Nazareno fue un héroe barrial, la banda del Nota reivindica aquella idea de que “ser uno es ganar”, de otro emblema popular, Ricardo Iorio.

Lo de Iorio es más que un eco lejano que rebota en este disco, pero menos que una imagen estática traída al presente: está puesto en diálogo y movimiento. La tapa de Subidos al pony es una reversión de Toro y Pampa (2006) de Almafuerte. Misma escena, misma tipografía, mismos colores, pero en lugar de un imponente toro macizo y de cuello ancho, con grandes y gauchescos testículos al descubierto, hay un caballo de talla chica, de impronta dócil y amigable, mucho menos viril que el del disco de 2006, como si a aquella impostada masculinidad hundida en las raíces culturales argentinas le hubieran dado F5 dos décadas después. El título es, finalmente, un chiste con fragancia a “Duraznito” sobre cómo El Nota se mira a sí mismo ahora que sus canciones están grabadas, producidas y publicadas de forma profesional. “Me encanta el disco, pero soy consciente de que lo puede apreciar alguien que no pertenece a la cultura alternativa”, dice él. “Es bien ATP: si no dijera ‘clonazepam’, podría sonar en Radio Disney”.

(Foto: MSA Press)

Subidos al pony tiene canciones que El Nota ya venía tocando en vivo y regrabó, sumadas a otras inéditas. El rango temporal de esas composiciones es amplio: hay cosas que escribió hace casi una década y otras, como “El rap”, que se hicieron unos minutos antes de dar por terminada la grabación del disco, hecha en Unísono junto al productor Estanislao López de Hora Cero Records.

Es verdad que hay algo más aséptico en el sonido de Subidos al pony si se lo compara con sus más rústicos EP, pero el disco conserva frikismo y aspereza. La forma de cantar de Nazareno, que puede alternar entre un gordo vozarrón folclórico y la agudeza gritona del hardcore noventoso local, disonancia mediante, une dos universos que armaron las bases de su acercamiento a la música.

Bailando folclore, El Nota aprendió las primeras nociones de ritmo y, años más tarde, llegó al rock y al punk. Sus agudos tinitosos tienen mucho de Fun People y su manera de contar historias tiene algo de Massacre en la etapa de El mamut (escúchese, por ejemplo, “El francés”) y de Eterna Inocencia en Las palabras y los ríos. Por esa herencia DIY también, ahora que sacó un disco profesional que suena bien y lo previene de desvestirse, está contento y conflictuado al mismo tiempo.

La voz del Nota merece un párrafo aparte. Usar todo el espectro de frecuencias, para Nazareno, es más que haber armado su propio megamix de referencias que van de José Larralde a Pibes Chorros y Slipknot. Esa alternancia de registros tiene un correlato anímico: es llevar sus propias fluctuaciones (emocionales, mentales) al sonido, sin intención de esconderlas ni maquillarlas de ningún modo. “Canto con los altibajos con los que funciono”.

Hace como un año, después de empezar a sufrir unos síntomas muy severos que asustaron a muchas personas de su entorno y a él mismo, se tomó en serio su tratamiento y empezó a sentirse mejor. “Mi mente no me deja”, “Es una enfermedad más” y “Le conté a mi psicólogo de vos”, de su último disco, dan cuenta de esta búsqueda por intentar ecualizarse sin vivir anestesiado, una búsqueda muy contemporánea, independientemente de que la anestesia sea farmacológica o no.

Pero lo mejor de estas canciones no tiene que ver con tematizar estos asuntos, como si de juzgar la folletería del extinto Ministerio de Salud se tratara: en las canciones del Nota, hay, sobre todo, belleza. Un tratamiento delicado a la hora de elegir las palabras, melodías sobrecogedoras y composiciones bien hondas de sentimiento. “Le conté a mi psicólogo de vos” podría ser la última adquisición de la colección Hombres Intentando Esconder Su Corazón Roto. Allí debería estar su himno, “Boy’s Don’t Cry”, pero también unas más nac&pop: “El humo de mi fasito” de Damas Gratis (una cortina de humo para tapar un par de ojos inundados) y “Más feliz que la mierda” de Flema (lo único que pega más fuerte que extrañar a quien amás es combinar vino con pegamento).
A diferencia de las otras piezas de la colección, en el relato del Nota no es la virilidad lo que está en juego (a este disco, ya dijimos, no le interesan tanto los toros) sino un cambio en la dosis de una benzodiazepina, cosa en la que finalmente fracasa (mostrar ese fracaso también lo distancia de Robert, Pablo y Ricky).

Quizás por su iorismo en sangre, este álbum repudia toda hipocresía. “Los impresentables” comienza con una línea que Cacho Espíndola pronuncia en el episodio número 10 de Los simuladores: “Sonreí Javito, que acá te van a dar de comer”. Ese capítulo (posiblemente el mejor de la serie de Damián Szifrón por cómo radiografía a dos familias de estratos sociales opuestos y por el bellísimo nivel de delirio que maneja) condensa la esencia y el tono de Subidos al pony, que ve con desprecio y algo de gracia cómo cotidianamente nos vemos arrojados a trocar lo genuino y espontáneo por algo más forzado para conseguir lo que queremos o necesitamos. De esa “negociación” también van “Complacerte” y la despojada “Movimiento social ascendente”, que escribió después de leer Realismo capitalista de Mark Fisher y en la que su voz está apenas acompañada por la guitarra.

¿Qué ves en el circuito de música alternativa argentina hoy?

Lo veo muy planchado. Siento que vamos a los recitales a escabiar y expresar nuestras personalidades, pero que en el fondo lo único que queremos es estar tranquilos, hacer nuestras cosas, tener nuestras cosas.

Que igual es cada vez más difícil.

Sí, pero no estamos buscando más nada. Y lo digo por mí también, que soy un hedonista. Entonces no hay mucho más motor, no hay mucho más que hacer. Ya hace cincuenta años que el capitalismo viene demostrando que ganó.

¿Y hay personas que estén haciendo algo distinto a eso para vos?

Hay una generación de chicos más chicos que está apuntando a algo incorrecto, que creo que va a ser más difícil de domar, como los Swaggerboyz. Algo de ellos me hace saber simplemente con escucharlos que la cosa va a cambiar, que están pensando algo distinto, que del mismo modo que las corporaciones están hambrientas de algo más humano, la juventud también lo está, porque no lo estamos encontrando.

Entre finales de 2024 y principios de este año, El Nota pasó todo el verano sin usar zapatillas por decisión propia. De vez en cuando algún amigo evoca esos días: “¿Te acordás de esos meses que no te sacaste las ojotas?”. En enero, cuando tocó en el Festival Nuevo Día, estaba bien adentro de ese período de su vida, que recuerda con cariño: los dedos al descubierto, libres de cualquier estructura de cuero u opresión textil. ¿Qué tiene El Nota en contra del calzado cerrado? “¡Todo!”, dice con una sonrisa, como si respondiera algo obvio. “Andar en ojotas con los pies al aire es hermoso, es lo más parecido a andar en patas. Pero más que nada aprovechaba para andar así porque estaba desempleado”. A la fecha del Nuevo Día muchos la recuerdan porque El Nota se emocionó y lanzó las ojotas al público, pero después se acordó de que eran prestadas y tuvo que pedir su devolución antes de terminar el show.

Ese episodio fue una especie de despedida de soltería de sus dedos porque inauguró un momento del año en el que pudo hacer algunas cosas que quería (y necesitaba) como tocar más, sacar su disco y mudarse a Buenos Aires para estar más cerca de su zona de trabajo (labura en una aplicación de envíos y se mueve fundamentalmente por las comunas del norte porteño). La buena noticia es que ya hizo todo eso, la mala es que tuvo que ponerse un calzado de verdad.

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