Bohemian Rhapsody cumple 50 años: cómo Queen se ganó su corona
Su vida estaba a punto de volverse una fantasía, lo cual era básicamente el plan. A finales de los 60, Roger Taylor y Freddie Bulsara estaban recostados en el suelo, cabeza con cabeza, perdidos, escuchando Electric Ladyland y hablando del futuro. Cada tanto se tomaban una botella de vino, pero nada más fuerte. “Fred y yo no éramos buenos fumando marihuana”, dice Taylor, más de cinco décadas después. “Solía pensar que me ardía la cabeza. Nunca me gustó”.
Incluso antes de que Bulsara se uniera a la banda, que se convertiría en Queen, y adoptara el nombre de Freddie Mercury, compartía con Taylor el gusto por la ropa aterciopelada, la pasión por Jimi Hendrix y unas ambiciones desmesuradas. “Queríamos ser los mejores”, dice Taylor. “Los dos realmente queríamos ser exitosos”. El baterista de Queen está sentado en la amplia sala de estar de su finca del siglo XVIII, rodeada de 19 hectáreas de bosque, en la campiña británica. Quizá no hubiera llegado hasta acá sin la canción que nos reúne hoy, el momento en el que Queen alcanzó lo que ninguna otra banda se había atrevido a lograr, y luego fue un poco más allá, añadiendo unos cuantos “Galileos” más por si acaso: “Bohemian Rhapsody”, el tema que por estos días celebra su 50° aniversario.
La canción, que sonó por primera vez en la radio británica en octubre de 1975 y venía en un simple de siete pulgadas editado a fines de ese mes, se convirtió en la más reproducida del siglo XX, con más de 2.800 millones de reproducciones en Spotify. “Increíble”, dice Brian May, cuando lo visito al día siguiente. “‘Bohemian Rhapsody’ no envejece, ¿no? Y supongo que esa es la magia para nosotros. Tenemos suerte de no envejecer”. Hace una pausa y una pequeña corrección: “La música no envejece”.
Las estadísticas no dejan lugar a dudas: la canción más famosa de Queen está en camino de convertirse en la reliquia más duradera de la era del rock. “Bohemian Rhapsody” es un vestigio de 5 minutos y 54 segundos de una época en la que los ingenieros realizaban ediciones sobre cintas magnéticas con una tijera, cuando las bandas competían por superar los límites de la estructura de las canciones y la tecnología de grabación y, quizá, como argumenta Taylor con acidez, “cuando realmente tenías que ser bueno en tu instrumento, algo que hoy no parece un requisito”.
Mientras Queen trabajaba en “Rhapsody” y el resto de su cuarto álbum, A Night at the Opera, el reloj no se detenía. Dos semanas antes del lanzamiento del álbum, los Sex Pistols dieron su primer concierto en Londres.
La canción, claramente, también es la inmortalización de la brillantez, el ingenio y el dolor de su vocalista y compositor, Freddie Mercury, quien murió de complicaciones relacionadas con el sida en 1991, a los 45 años. “En ciertos aspectos, sentimos que queremos excedernos”, dijo. “Es lo que nos permite seguir adelante, cariño… Probablemente seamos la banda más exigente del mundo”.
En una agradable mañana de primavera, las puertas laterales de la casa de Taylor se abren de par en par hacia su gran jardín. En algún lugar de la residencia, se encuentra una estatua de fibra de vidrio de seis metros de altura de Mercury que sirvió para promocionar el musical We Will Rock You. Taylor está convencido de que a su amigo le habría parecido divertidísimo su nuevo hogar. En otra parte entre la vegetación se encuentra el mismo gong de 150 centímetros que oímos tocar a Taylor en los últimos segundos de “Rhapsody”.
“Recuerdo que Led Zeppelin tenía un gong”, comenta Taylor con una sonrisa burlona. “Así que nosotros nos compramos uno mucho más grande. La verdad es que era una competencia patética por ver quién era mejor”. Se ríe. Su pelo, antes rubio, ahora es plateado, y lo lleva corto, con una barba a juego, y viste como un magnate jubilado, con pantalones caqui ajustados y una camisa gris abotonada. Cerca hay un piano de cola, con un papel en el que hay garabateada una progresión de acordes en proceso; detrás de él hay libros sobre los Beatles y Bob Dylan.

En 1969, Taylor tocaba la batería en una banda llamada Smile junto con May, un guitarrista brillante, meticuloso y de pelo rizado, mientras que Bulsara cantaba en la efímera Ibex, pero quería entrar en Smile. Los miembros de los dos grupos se amontonaban en varios departamentos de Londres. No era en absoluto una elección obvia. “La verdad es que en ese momento no era un gran cantante”, dice Taylor. “Tenía una voz muy potente, pero desaforada”.
Freddie tenía una foto de Hendrix en el espejo de su habitación, dibujaba imágenes de él con sus extravagantes atuendos en escena y lo vio en concierto al menos 14 veces. Hendrix “vivía todo lo que yo quería ser”, diría más tarde, sin mencionar que Jimi también era una excepción a la habitual blancura de las estrellas del rock, una barrera que él también rompería. Bulsara estaba desesperado por transformarse en ese molde, por borrar su pasado reciente como un niño torpe, tímido y con dientes salidos. Rara vez hablaba de sus orígenes tan particulares, una infancia relativamente privilegiada en la colonia británica de Zanzíbar, con padres parsis que profesaban la antigua fe del zoroastrismo. (Como la mayoría de las religiones antiguas, no se caracterizaba por su aceptación de la homosexualidad). Pasó de los ocho a los 16 años en un internado de élite en la India, y él y su familia huyeron al Reino Unido en 1964 después de que una revolución en Zanzíbar derrocara el dominio británico.
A principios de los 70, el cantante de Smile, Tim Staffell, abandonó la banda y Freddie se unió oficialmente, rebautizándola como Queen, a pesar del desconcierto inicial de Taylor y May. El nombre tenía una intención “en el sentido majestuoso”, insistía Mercury, aunque no siempre de forma convincente. Pero lo que ahora parece tremendamente obvio sobre su sexualidad, no lo fue tanto en los primeros años, quizá ni siquiera para él mismo. Mercury conoció a Mary Austin, quien fue su novia durante mucho tiempo, en 1970, y no fue la primera mujer con la que sus compañeros de banda lo vieron salir. Como mucho, según ha dicho May, tenían una “ligera sospecha” sobre la verdad.
Para ese verano, Freddie encontró su nuevo apellido, inspirado en una línea sobre “Mother Mercury” en “My Fairy King”, una canción del primer LP de Queen. “Freddie se creó a sí mismo”, afirma Taylor. “Simplemente forjó a este personaje, Freddie Mercury, de la nada”.
La extraordinaria combinación vocal que alcanzó su apogeo en “Rhapsody” nació en las cavernas resonantes de la costa inglesa, durante las frecuentes visitas a Cornualles, la tierra natal de Taylor. Incluso antes de la salida de Staffell, May, Mercury y Taylor habían comenzado a cantar allí a tres voces. “Solíamos ir a las cuevas y simplemente cantábamos”, cuenta May. “Nos deleitábamos con el sonido, con esa hermosa mezcla de armonías. Supongo que Freddie y yo, en particular, compartíamos esa pasión”.

La alineación definitiva de Queen no se consolidaría hasta el año siguiente, cuando se unió el bajista John Deacon, pero ya habían descubierto el tipo de música que querían hacer. “Nuestra visión de Queen”, relata May, “era que tuviera esa intensidad, ese tipo de potencia y estructura emocionante en la pista de acompañamiento, pero sobre todo eso había una hermosa melodía y armonía. Así había de todo. Eso era lo que buscábamos”. Cuando May asistió a uno de los primeros conciertos de los gigantes del rock progresivo Yes, con su fusión de riffs sinuosos y armonías inspiradas en Crosby, Stills y Nash, pensó: “Bueno, eso se acerca”.
En diciembre de 1969, May, Mercury y Taylor fueron a ver a The Who tocar su entonces nuevo álbum Tommy en el London Coliseum. Era otra pieza del mapa hacia su futuro, quizá no el rock operístico, pero sin duda una ópera rock grandilocuente y en auge. Taylor sigue pensando que el álbum Tommy estaba infraproducido, y que sonaba más pequeño que las versiones en vivo de The Who. Esa fue una crítica que nadie jamás aplicó a su propia banda.
May y Taylor también quedaron impresionados por la conglomeración sobrenatural de voces en otra nueva pieza musical de ese año, “Because” de los Beatles. “Quedamos fascinados”, cuenta May. “Puedo sentir los escalofríos en mi espalda. Pensamos: ‘Dios mío, debe ser la pieza de armonía pura más atrevida que hayamos escuchado’”.
Tuvieron 50 años para reflexionar sobre el asunto, pero May y Taylor aún no logran descifrar de qué hablaba Mercury en “Bohemian Rhapsody”. “Lamentablemente, no podemos preguntárselo a Freddie”, dice Taylor. Los miembros de Queen nunca discutían sobre sus letras y Mercury no estaba muy dispuesto a dar explicaciones. “La gente todavía me pregunta de qué trata ‘Bohemian Rhapsody’”, dijo años más tarde, “y yo respondo que no lo sé”. Cualquier revelación, sugería, “pierde el mito y arruina esa especie de mística que la gente ha construido”. Su difunto amigo Kenny Everett, el DJ que estrenó la canción, dijo que, en privado, Mercury llegó a descartar como “tonterías que riman”.
John Reid, quien se convirtió en el representante de Queen a mediados de 1975, justo antes de que comenzaran a trabajar en A Night at the Opera, era abiertamente gay y salía con otro cliente, Elton John. Después de que Reid hablara de su sexualidad durante una cena, Mercury le reveló la suya. Mercury seguía viviendo con Mary Austin, pero pasaba las noches en el club gay Rods, donde conoció a un joven llamado David Minns y comenzó una relación. Reid apoya una teoría generalizada sobre “Bohemian Rhapsody”: la canción trata fundamentalmente de cómo Mercury aceptó su identidad sexual. Una frase como “Tengo que dejarlos a todos atrás y afrontar la verdad” prácticamente pide esa interpretación. “Creo que es la clave”, dice Reid, “además de un poco de inseguridad y el hecho de que nunca pudo ser tan abierto con sus padres”.
Como escribió Minns en una ocasión, Mercury “estaba atormentado por una especie de culpa que sentía por su vida pasada”. Esos sentimientos parecen definir “Rhapsody”, gran parte de la cual está dirigida a “mamá”. Es tentador ver al hombre asesinado a tiros en las primeras líneas como el fin de Mercury aparentando ser un hombre heterosexual, aunque se dice que empezó a escribir la letra a fines de los 60. “Le decía adiós a esa vida”, afirma Reid.

Mercury a veces se describía a sí mismo como bisexual en lugar de gay, etiqueta que podría respaldar la afirmación de un nuevo libro acerca de una “hija secreta”. Sin embargo, Reid no cree en esa historia ni acepta la idea de que Mercury pudiera haberlo ocultado. “Es completamente ridículo”, dice. “Había demasiada gente que sabía lo que Freddie hacía”. Taylor y May se negaron a comentar sobre el libro.
Para Taylor, casi todas las especulaciones sobre “Bohemian Rhapsody” son “sobreinterpretaciones”. “Estaba componiendo una canción bastante intensa y reflexiva”, afirma. “Y luego le añadimos todas esas partes increíblemente absurdas. Mucha gente se pregunta: ‘¿Cuál es el secreto?’. No estoy seguro de que lo haya. Creo que lo que hay es sencillo, y el resto no tiene sentido, al estilo de Lewis Carroll. ‘Belcebú tiene un demonio reservado para mí’. Para mí, en realidad, es un imaginario agradable. No iría más allá”. (“No significa necesariamente que estudie demonología y cosas así”, dijo Mercury en una ocasión. “¡Es que me encanta la palabra Belcebú! Es una palabra estupenda, ¿no te parece?”).
May, que tiene la costumbre de hablar de su difunto amigo en tiempo presente, no está tan seguro. “Está creando algo hermoso en su mente”, comenta. “Y usa todo lo que tiene. Su dolor, su frustración, su confusión. No es muy literal. No es muy consciente. Si escuchás ‘My Fairy King’, ¿es parte de su fantasía interior, de la misma manera?”. (“Alguien… [ha] roto mi círculo mágico/ Y ha avergonzado al rey en todo su orgullo”, cantaba Mercury en esa canción. “No puedo correr/ No puedo esconderme”). “Es igual de indirecto. Freddie no siente la necesidad de explicarse ni de ser directo. A veces le encanta cómo suena su voz al pronunciar esas sílabas. Todo se mezcla en una especie de alegría creativa. Así es como veo a Freddie”.
En la sección central, claramente se libra una especie de batalla, con el cuerpo y el alma de nuestro héroe en juego, y una “monstruosidad” que lo persigue. Pero cualquier intensidad lírica se ve socavada, como mínimo, por la alegría en la voz de Mercury y esos fragmentos operísticos felizmente absurdos. Un borrador manuscrito de la canción, garabateado a lápiz en un papel con el logo de una aerolínea (y que recientemente se subastó), sugiere que “scaramouche”, “Figaro”, “Galileo”, “magnifico” y “fandango” surgieron de una lluvia de ideas con palabras relacionadas con la ópera o de estilo italiano, prestando más atención al sonido y la rima que al significado.

Mercury también anotó “belladonna”, “castanetta” y “barcaraola” (probablemente se refería a “barcarolle”), entre otras opciones. Sin toda esa extravagante contraparte, quizá no habría permitido vislumbrar el abismo que lo precede, uno que de alguna manera aún pasa desapercibido para algunos oyentes: “A veces desearía no haber nacido”.
Mercury se enorgullecía de haber investigado sobre la ópera para componer la canción, sin entrar en detalles. “Un tema como ‘Bohemian Rhapsody’ no salió de la nada”, declaró. Las clases de piano que recibió de chico le dieron conocimientos de música clásica; el nombre que eligió para la canción tiene un guiño a ese mundo. Las hojas con la letra subastadas muestran que Mercury consideró primero, y luego tachó, el título irónico “Mongolian Rhapsody”, casi con toda seguridad una variante de las Rapsodias húngaras de Franz Liszt.
Mercury era muy consciente de la singularidad de su proyecto. “Si realmente escuchás la parte operística, no hay comparación, que es lo que queremos”, comentó. “Pero no pretendemos ser extravagantes, es algo que llevamos dentro”. En algunos momentos –¡magnífico!–, la canción se desvía por completo hacia la comedia, con una autoconsciencia exagerada que elude, por ejemplo, “Stairway to Heaven” de 1971. “Creo que es saludable tener ese tipo de sentido del humor en lo que hacés”, dice May. “Y no significa que no te lo tomes en serio”.
“Pensamos: ‘Bueno, esto es un poco ridículo, así que dale’”, añade Taylor. “Disfrutamos mucho de lo absurdo que era”.
Brian May tenía una obra maestra en su cabeza, pero no conseguía dar en la nota correcta. A mediados de 1975, comenzó a componer una larga pieza de rock progresivo con una estructura intrincada, efectos vocales extravagantes y picos explosivos; pero, definitivamente, no era “Bohemian Rhapsody”. En las primeras etapas de A Night at the Opera, Queen se alojó en Ridge Farm, a una hora de Londres, para componer. Acababan de escapar de un contrato de gestión que los había dejado empobrecidos y endeudados, incluso después de haber logrado un gran éxito con “Killer Queen” en 1974.
“Éramos increíblemente pobres”, dice May. “No teníamos nada y todo el mundo pensaba que nadábamos en plata”. Recuerda que el antiguo representante de la banda, el difunto Norman Sheffield, discutía por unos palillos nuevos para Taylor y se negaba a comprarle un piano a Mercury. Pero Reid, su nuevo representante, convenció a EMI Records para que adelantara suficiente dinero como para que la banda pudiera ponerse a crear sin límites por primera vez. Les dijo que se dedicaran a la música mientras él se ocupaba de sus antiguos contratos. En sus memorias, Sheffield afirmó que la banda estaba a punto de obtener una gran suma de dinero, pero se marchó porque Mercury estaba impaciente. El cantante arremetió contra Sheffield en “Death on Two Legs”, de A Night at the Opera, gritando: “Me chupás la sangre como una sanguijuela” y el manager presentó una demanda por difamación que se resolvió rápidamente.
En Ridge Farm, May seguía luchando con la épica composición “Prophet’s Song”, basada en un sueño apocalíptico. Se sentía bloqueado mientras se recuperaba de una úlcera, y no ayudaba que uno de sus compañeros de banda estuviera teniendo mucha más suerte. Queen es una de las pocas bandas de rock importantes en las que todos y cada uno de sus miembros han compuesto éxitos a lo largo de los años, pero no lo lograron sin algunos roces. “Éramos bastante competitivos, por supuesto”, comenta May en voz baja. “Podía oír a Freddie martillando en ‘Bohemian Rhapsody’. Todos estábamos en distintas habitaciones, componiendo nuestras partes, él tenía un piano en algún lugar del patio, al aire libre, y yo lo oía tocar con fuerza, y cada vez se volvía más y más complejo y más y más frenético. Y yo pensaba que tenía una idea para ‘Prophet’s Song’, pero no podía darle vida’. Fue un momento difícil para mí”.

May se encuentra en el cobertizo de su finca rural, no muy lejos de la de Taylor. Está sentado en una pequeña habitación que, según él, es más grande que el departamento que compartía con su novia justo antes de grabar A Night at the Opera. En las paredes hay algunas fotos con temática astronómica, junto con placas que conmemoran los hitos de ventas de la composición de May “We Will Rock You” y Queen’s Greatest Hits. Tiene el pelo mojado, después de su ducha matutina. “Tuve algunos problemas físicos”, cuenta, haciendo una alusión discreta al derrame cerebral que sufrió en agosto del año pasado y que le impidió tocar la guitarra temporalmente. “Parece que hacer ejercicio sí hace una gran diferencia”.
Una insignia en la campera de May conmemora el sobrevuelo de Plutón, en 2015, de la sonda espacial New Horizons de la NASA, a la que, aunque parezca increíble, contribuyó con el análisis de datos. En 2007, completó su doctorado en astrofísica, décadas después de horrorizar a su familia al dejarlo todo por Queen. “Mi papá me dijo: ‘Estás desperdiciando tu vida’”, cuenta May. Su padre seguía pensando lo mismo en 1975, lo que no hizo más que reforzar la sensación general de la banda sobre A Night at the Opera: “Era ahora o nunca”, afirma Taylor.
May se ilumina cuando le menciono mi afición por “Prophet’s Song”, que, para ser justos, siempre tuvo sus fans. Rolling Stone tenía una relación difícil con Queen por aquellos días –el por lo demás brillante crítico Dave Marsh los llamó “la primera banda de rock verdaderamente fascista” en 1979, en lo que ahora parece una reacción exagerada a “We Will Rock You”–, pero nuestra reseña de A Night at the Opera fue positiva. Sin embargo, por alguna razón, no mencionaba en absoluto “Bohemian Rhapsody”, sino que nombraba “Prophet’s Song” como la mejor canción del LP. “Esa canción es realmente el otro universo oscuro”, dice May. “Nunca ha recibido mucha atención, debido al gigante que tiene al lado”.
Cuando May escuchó por casualidad el nacimiento de “Bohemian Rhapsody”, no pudo evitar desviar la atención de su propia canción hacia la de Mercury. Las orquestaciones y los solos de guitarra comenzaron a gestarse. “La idea de todos los elementos instrumentales de ‘Rhapsody’ fue creciendo mientras lo escuchaba desarrollar la canción”, dice. “Freddie tenía unos procesos mentales increíblemente laterales. Siempre me resultaba más fácil tocar sus canciones que las mías, porque había mucha estimulación”.
El riff sinuoso y pesado que sigue a la sección operística, lo que le daría a la canción una de sus muchas segundas vidas cuando Mike Myers y Dana Carvey la bailaron en El mundo según Wayne en 1992, fue invención del propio Mercury, y nunca sonó del todo bien tocado por May. “‘Bohemian Rhapsody’ no es fácil de tocar, incluso después de todos estos años”, afirma. “Tengo que estar alerta o me pierdo”.
Después, Queen se dirigió a los estudios Rockfield, en otra granja, esta vez en Gales, para comenzar a grabar. Las bases (batería, bajo, piano) se grabaron rápidamente. Mercury incorporó las melodías de los arreglos operísticos en sus partes de piano, con su interpretación percusiva impulsando el ritmo. “Olvidate de los trajes ridículos, del espectáculo”, dice Taylor. “Ante todo, era un músico brillante. Eso se camuflaba por completo al ser un frontman tan extravagante”. A partir de ahí, la banda pasó por varios estudios de Londres, lo que contribuyó al mito de que A Night at the Opera era “el álbum más caro jamás grabado”. Reid, con conocimiento de causa, dice que es una tontería. “No hubo ningún derroche”, afirma. “No eran músicos derrochadores… Estoy seguro de que los Stones gastaron más”.
Afortunadamente para Queen, los estudios no cobraban por las sobregrabaciones. “Creo que entre los tres recreamos una especie de efecto de coro de entre 160 y 200 voces”, dijo Mercury, quien, de alguna manera, siempre tuvo todo el arreglo en su cabeza; como mucho, escribió algunas de las partes armónicas. Trabajaron en la sección operística durante tres semanas seguidas, incluidos los fines de semana, con la colaboración de la banda, el productor Roy Thomas Baker (fallecido a principios de este año) y el difunto ingeniero Mike Stone. “El hecho de que ciertas partes solo se cantaran en determinados momentos y que aparecieran y desaparecieran”, comenta Gary Langan, ingeniero asistente de esas sesiones, “me parece inimaginable tener todo eso en la cabeza”.
“Parecía que iba a ser eterno”, dice Taylor. “Cómo lo hicimos, los tres cantábamos todas las partes, lo que le daba una gran densidad, un cuerpo”. Las excepciones, como se muestra en la película biográfica Bohemian Rhapsody de 2018, eran los “Galileos” más agudos, que solo Taylor podía alcanzar. Y el proceso afectó al baterista, que tuvo una rabieta que, según Langan, se minimiza en la película. “Perdió los estribos, estaba furioso. Fue un poco más intenso de lo que se ve en la película”, cuenta el ingeniero.
Además, los únicos momentos de tensión tenían que ver con la extravagante duración de la canción para ser un simple. “Estaba Fred, que se mantenía firme en los seis minutos, por supuesto”, dice Langan. “Y una parte de la banda decía: ‘¿Sabés qué, Fred? Creemos que te pasaste de la raya’”. Taylor incluso recuerda que Deacon intentó editarla, lo que a los demás no les gustó nada. La banda estaba preocupada por la reacción de la discográfica, pero Reid insiste en que no hubo ninguna confrontación seria. “Dos o tres promotores opinaban que era demasiado larga”, relata. “Al final, hicieron lo que les dijimos”.
La última innovación de la banda fue grabar un video para el tema, algo poco habitual en 1975 (años más tarde, una reedición de El mundo según Wayne relanzaría la canción en Estados Unidos). Solo le dedicaron cuatro horas, en los estudios Elstree, donde se rodaría parte de Star Wars un año después. Taylor no la pasó bien. “Tuve que desnudarme hasta la cintura y cubrirme de aceite para bebés. Y era como la 1:30 de la madrugada”, cuenta.
May grabó toda la canción con su Red Special, la guitarra que había construido de cero con su papá cuando era adolescente, con madera de una vieja chimenea. Cuando me lleva a su estudio, le pregunto por su paradero.
“¿Querés verla?”, me pregunta, y manda a alguien a buscarla. Cuando se la traen, May toca unos acordes suspendidos y habla de la influencia de Pete Townshend, de The Who. “Es una vieja amiga”, dice, y me la pone en las manos. Es pesada, con madera densa y la carga de su historia, pero me atrevo a tocar las primeras notas del solo de “Bohemian Rhapsody”, sintiendo mis dedos en el suave mástil, exactamente en los mismos puntos en los que May los colocó. Levanta las cejas y se ríe: “¡Ah, bien! ¡Eso podría funcionar!”, dice.

Desde 2011, Queen realizó varias giras mundiales con Adam Lambert como vocalista, y tienen buenas noticias para sus fans: “Creo que aún no terminamos”, afirma Taylor. “Y no creo que vayamos a anunciar la gira de despedida definitiva o algo así. Porque nunca lo es”. Todavía no editaron nada con Lambert, pero May dice que esa idea “siempre está en mente. No muchos lo saben, pero con Adam estuvimos en el estudio probando cosas. Hasta ahora no se materializó nada. Algunas cosas están destinadas a ser y otras no”. May tiene una idea para el futuro de Queen, que se le ocurrió después de quedar “impresionado” por la actuación de los Eagles en el Sphere de Las Vegas. “Me gusta mucho el Sphere”, dice. “Me hizo pensar. Viendo a los Eagles pensé: ‘Deberíamos hacer eso’. Así que, sí, me gustaría hacerlo. Estamos en conversaciones”.
John Deacon sigue ausente de esas conversaciones. Siempre el miembro más callado de Queen, se retiró a una vida privada tras la muerte de Mercury. No ha concedido ninguna entrevista en décadas y no habla con sus compañeros de banda, ni siquiera en el ámbito social. “Tanto a Roger como a mí nos resulta difícil, pero él no quiere y tenemos que respetarlo”, dice May. “Sin embargo, sigue formando parte del destino de la banda. Si tenemos que tomar decisiones, siempre se le consulta, pero a través de managers o de nuestro contador. No hablamos, lo cual es una pena, pero sabemos que contamos con su bendición, y eso es importante”.
Incluso Mercury se siente, de alguna manera, más presente. “Brian y yo a menudo pensamos que está en la sala, en un rincón”, comenta Taylor. “Porque sabemos exactamente lo que diría y lo que pensaría”. Hasta el día de hoy, Mercury tiene la costumbre de aparecer en los sueños de May. “Siempre es muy prosaico. Nunca me sorprende que esté. No pienso: ‘No deberías estar acá’. Es como si formara parte de mi vida”, cuenta.
Por momentos, Mercury le restaba importancia a su música, livianamente, como sugiriendo que nada merecía perdurar, ni siquiera “Bohemian Rhapsody”. “Solía decir: ‘Oh, mi arte es como el papel del fish and chips’”, dice May. “¿Recordás esa cita? ‘Es descartable’. Pero no, la verdad que no pensaba así”. May suspira en voz alta, pensando en su amigo, y repite con más firmeza: “La verdad que no”.









