Andee Zeta construye su propio universo

Durante años, Andee Zeta fue un nombre inseparable de la batería y del rock alternativo colombiano. Pasó por escenarios con The Mills, Diva Gash y Diamante Eléctrico, moviéndose entre los golpes secos del bombo y la precisión de una máquina humana. Pero cuando decidió soltar las baquetas y mutar en DJ y productor, descubrió algo que lo reconfiguró por completo: la posibilidad de provocar la misma euforia desde otro lugar. 

“Cuando probé el éxtasis por primera vez, me di cuenta de que me hacía sentir igual que cuando tocaba batería en vivo”, recuerda entre risas. “Esa conexión con la gente, ese trance colectivo, es lo que siempre he perseguido. Y en la música electrónica encontré cómo replicarlo”.

De esa búsqueda nacieron dos identidades: Andee Zeta, su faceta más electrónica, y Maldito Groove, su alter ego híbrido de banda y performance, donde canta, toca guitarra y graba baterías. En este universo dual, la figura del productor inglés Andrew Loog Oldham, el mítico mánager y productor de los Rolling Stones, aparece como un mentor inesperado. Oldham no solo quedó fascinado con las maquetas de Andee, sino que se involucró directamente en el proyecto, aportando su oído clásico y su conexión con ingenieros que han trabajado para Britney Spears y otros nombres del pop global. “Cuando Andrew opinó sobre mis canciones, entendí que quería formar parte del proyecto. Desde entonces producimos juntos. Es un sueño”, dice Andee, aún con un asombro genuino.

El club, la comunidad y la independencia como manifiesto

Andee no se conformó con subir canciones a Spotify: construyó su propio ecosistema. Desde 2020 ha levantado una red de fiestas, clubes y comunidades en distintas ciudades de Colombia bajo el nombre Sunset Riders Club, donde el acceso es limitado y la curaduría humana es ley. Cada cuenta de Instagram es privada; quien quiera entrar debe ser aprobado. “Lo más importante son las vibras”, afirma. “Tengo muy desarrollada la sensibilidad para sentir la energía de un lugar. No me interesa que venga cualquiera. La gente hace el evento”.

Con más de cien ediciones a cuestas y la expansión hacia ciudades como Miami, Nueva York y Los Ángeles, su modelo mezcla la independencia del circuito underground con la organización de un pequeño imperio cultural. Y lo hace sin sellos, sin plataformas, sin jefes de prensa. “El mérito es importante. No contraté a nadie para que me consiguiera esto o lo otro. Es un camino más lento, más jodido, pero real. Yo soy demasiado humano”.

Hoy, entre sus sesiones Loopster —que arrancan a las tres de la mañana— y los planes de llevar Sunset Riders a Europa, Andee parece decidido a desafiar las reglas de la industria: “Estoy harto de que Spotify me pregunte cuánta gente voy a traer a la plataforma. Prefiero crear comunidades reales, no seguidores”.

Cortesía Andee Zeta

Para Andee Zeta, el mérito sigue siendo una de las últimas formas de libertad en la música. No es una palabra vacía, sino una declaración de principios frente a una industria que suele premiar el ruido más que la autenticidad. “La mayoría de las personas son más rockstars que los artistas. Y yo soy demasiado humano”, dice, con una mezcla de ironía y cansancio. Su camino ha sido largo, lleno de giros y reinvenciones, pero también de una necesidad profunda de independencia: no depender de sellos, ni de algoritmos, ni de los favores de nadie.

Esa búsqueda lo ha llevado a chocar con los engranajes de un sistema que a menudo parece diseñado para asfixiar la creatividad. “Me empecé a encontrar en situaciones muy incómodas, como si les estuviera debiendo algo, y eso me afectó mucho”, confiesa. De ese descontento nació ‘Prende’, una canción que fusiona hip hop y electrónica, y que decidió retirar de sus plataformas para evitar “confundir al algoritmo”. En ese gesto se condensa su filosofía: elegir la coherencia antes que la exposición, la voz propia antes que la estadística.

Zeta produce, canta y mezcla sin intermediarios, manteniendo un pie en la independencia y otro en la experimentación. Ha colaborado con artistas como LA GURU, a quien ha producido varios temas antes de que su nombre apareciera junto al de Karol G y Rap Bang Club. Pero más allá de los créditos o los números, Andee se mueve por una convicción clara: la música es un lenguaje humano, no un producto. Y en tiempos donde todo se mide, él sigue apostando por lo que no puede cuantificarse —la emoción, la conexión, el groove.

Andee Zeta ha hecho de la independencia un arte. Cansado de los filtros, los algoritmos y las métricas que reducen la música a un cálculo de rendimiento, decidió salirse del molde. “Estoy harto de que Spotify me pregunte cuánta gente voy a traer a la plataforma, o que las discográficas me digan: ‘¿Cuántos seguidores tienes? ¿Cuánto engagement?’”, dice con una mezcla de fastidio y claridad. En lugar de perseguir números, eligió volver a lo que lo hizo músico en primer lugar: el contacto humano, el escenario, la vibración compartida.

Desde 2020, Andee ha construido una red de comunidades musicales que desafían la lógica del negocio digital. Su proyecto Sunset Riders Club —que nació con apenas cien asistentes— se ha convertido en una experiencia itinerante con más de setenta ediciones en todo el país y planes de expansión a Miami, Nueva York y Los Ángeles. Cada evento tiene su propia página de Instagram, privada, casi secreta. “La gente tiene que registrarse para poder ingresar. Para mí lo más importante son las vibras de la fiesta”, explica. Es una curaduría humana en tiempos de automatización: él elige quién entra, quién comparte la pista y qué energía entra por la puerta.

Cortesía Andee Zeta

No hay inversionistas ni grandes carteles de DJs. Sunset crece como un organismo vivo, alimentado por la gente que lo habita. “Podría conseguir inversionistas y hacer un evento gigante desde 2020, pero mi idea siempre fue que esto creciera con el tiempo gracias a la gente”, dice. Su modelo es tan simple como radical: Andee produce, organiza, toca y cobra lo que realmente vale. En paralelo creó The Loopster Sessions, un ciclo de fiestas que empieza a las tres de la mañana y mezcla afro house, disco e indie dance, géneros que hoy marcan el pulso de Medellín. “Me paso el día tocando, pero nadie me llama. Y me vale verga, porque yo mismo organizo mis eventos y todo el mundo viene detrás”.

Para él, no se trata de fama ni de cifras. Se trata de una comunidad. Y mientras otros buscan la atención del algoritmo, Andee sigue construyendo su propio circuito, donde la música no se mide por reproducciones, sino por cuerpos en movimiento.

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