“El sentido que tiene una obra es que defina al artista”, Fito Cabrales
En días en los que el rock español llora a dos grandes exponentes, la presencia y permanencia de Fito Cabrales es reconfortante. Con Fito y Fitipaldis ya suma ocho álbumes de estudio y no hay señales de detenerse pues su principal motivación es poder compartir música que tenga peso y significado, y que la gente pueda disfrutarla.
Hace unas semanas la banda presentó su trabajo más reciente, El monte de los aullidos, una colección de 10 canciones de “textos tristes” con buenas guitarras y el espíritu rocanrolero que caracteriza a Cabrales. En esta conversación, que tuvo lugar cerca al lanzamiento del disco, el músico se adentra en sus motivaciones detrás de estas nuevas canciones, el tener poder sobre sus propias creaciones y lo diferente que fue crear este LP a comparación de su predecesor, Cada vez cadáver.
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¿Todavía sientes nervios cuando presentas música nueva?
Sí. Tengo la sensación de que siempre estoy grabando el primer disco. Creo que, en el fondo, es buena toda esa emoción de compartir porque uno escribe para compartirlo. La primera recompensa es hacer la canción, pero la recompensa real es saber si esas canciones le valen para algo a alguien. Las reacciones que te van llegando, eso es lo bonito. Si tuviéramos que hacer, crear, escribir canciones y nunca tuviéramos una respuesta, sería muy triste.
Es como eso que dicen de “si un árbol se cae y no hay nadie, ¿de verdad se cayó?”.
¿Se cayó o no se cayó?
Sí, sí. ¿Qué tan diferente fue el proceso de componer las canciones para el Monte de los aullidos a comparación de Cada vez cadáver, que te costó escribirlo? ¿Esta vez fue más amable el proceso?
Sí, es verdad que en Cada vez cadáver se me juntaron varias cosas. Llevo muchos años y tiene que haber de todo, pero se me juntaron más cosas. Luego, también el COVID nos cogió con un disco grabado que no podíamos sacar y tuvimos que sacarlo un año más tarde. Y esta vez ha ido más en los parámetros habituales que suelo usar yo, que suelen ser 4 años para preparar el disco.
A la pregunta, ¿cómo ha sido? También tengo la sensación de que han cambiado las cosas desde hace 30 años, pero hay una cosa que se mantiene intacta y es el momento primigenio de coger una guitarra y un boli; eso me gusta mucho, atarme a eso. Todo lo demás ha cambiado, porque el mundo cambia, pero cuando tengo que empezar cualquier proyecto, seguimos empezando igual. Todo empieza con una guitarra y un bolígrafo. Entonces eso me hace gracia y a la vez lo tomo con cariño.
Para este álbum, ¿qué fue lo que encendió tu chispa creativa? En Cada vez cadáver fueron las letras de Quique González…
Es una gran realidad. Yo estaba en un momento estúpido. A veces dudas: “he grabado no sé cuántos discos y de repente ya no le encuentro sentido. Tengo otra vida, me gusta estar en casa, la familia, tengo hijos. ¿Merece la pena esto?”. Y de repente escuché un disco de Quique González y me dije: “Tú eres un absoluto payaso. ¿Cómo has podido dudar?”. Me sentí mal de haber dudado ese momento. Me dio la vida otra vez y conseguí hacer Cada vez cadáver. Ahora ha sido diferente.
Yo creo que a la mayoría nos da un poco de vértigo el empezar, porque la mayoría de las veces que cojo la guitarra, toco por placer. También escribir es algo lúdico, es bonito; me gusta escuchar música y me gusta tocar la guitarra, me gusta leer libros y me gusta escribir. Pero no estoy todo el rato tratando de sacar lo que yo toco, que lo que yo escribo tenga una finalidad de ser una obra. Pero sí que hay un momento en que dices, “Ahora sí quiero hacer algo, quiero componer algo”. En ese momento, que yo llamo “Bob Esponja”, todo me influye. Ese es el momento en el que yo creo que empiezas a tener noción de que quieres hacer un álbum. Esta vez fue con esta canción ‘Mentira y verdad’ y simplemente lo hice como una terapia porque estaba estresado. El mal de este siglo: la ansiedad. Y yo me sentía muy mal porque tengo casi 60 años y me sentía ridículo teniendo ansiedad. Y eso es algo que casi no comparte nadie con nadie, y por eso empiezo diciendo que no tuve un ataque al corazón, que fue una emboscada, o sea, fue algo peor. Lo hice un poco como terapia, quizá.
¿Por eso dices que este álbum fue como una forma de volver a ser tú?
Sí. Porque además estás obligado a ello. Como yo no soy el mismo, ni nadie es el mismo, ahora que hace 4 años, eso es como un reto. Yo me lo tomo muy en serio. El sentido que tiene una obra es que represente, defina, al artista. Yo estoy en esas, quizás hay otras variantes que son igual de válidas y cada uno lo puede interpretar, pero es verdad que para mí las canciones me tienen que definir.
Yo tengo que escuchar las canciones y tengo que ser yo, y eso no quiere decir que no me encantaría tener una banda de country, rockabilly o soul, pero ya no sería yo. Entonces en los discos de los Fitipaldis, en las canciones que escribo, eso es fundamental. Lo que acabas de decir, “tengo que volver a saber quién soy yo”.
¿Cómo identificas cuando estás siendo tú y cuando no te identificas con lo que estás haciendo?
Hay veces que estás con la guitarra, haces un riff, algo que te mola, pero no lo usas. Tu cabeza inmediatamente dice: “Qué bien me lo he pasado esta tarde tocando esto”, pero lo descarta inmediatamente.
La pregunta es buena porque no lo sé. Imagínate, te has comprado un amplificador nuevo, un pedal, un efecto y te pones a tocar y haces algo que te gusta. Estás ahí, se te va el tiempo, te lo pasas guay y nunca más lo quieres hacer. Simplemente te lo has pasado bien. Eso también es un punto de vista musical que no hay que perder: la música sirve para jugar.
Sí. A veces solamente se escribe para uno mismo.
Sí. Yo lo digo muchas veces, el 90% de lo que toco y el 90% de lo que escribo es una mierda. Solo enseño lo que pienso que es bueno. Si enseñara todo, joder, sería horrible.
Entonces, ¿qué pasó con ‘A contraluz’? ¿Por qué no te convencía y por qué al final Carlos te terminó de convencer de que sí saliera?
Porque no veía el paisaje de la canción. Tenía una melodía, tenía los acordes, pero la tocaba como diferente. Era un poco más Stevie Wonder o más soul; no me encajaba, pero las melodías nos gustaban. Entonces un día le digo a Carlos Raya: “Mira, estoy haciendo esto, pero hostia, en el fondo me siento un poco impostor, porque yo no tocaría así”. Y me dice: “pues hazlo rock, como lo harías tú”. Y ya con otra guitarra de Carlos —que Carlos además toca mucho mejor que yo— me empezó a convencer. La verdad que le estoy agradecido, porque ahora es una canción que me gusta muchísimo.
¿Qué tan importante ha sido Carlos Raya para todo el proyecto de Fito y Fitipaldis?
¡Uf, madre mía! Este año hacemos 20 años juntos. A lo largo de toda mi carrera siempre ha habido alguien muy importante. Con Platero y Tú era Iñaki [Antón], como guitarrista; luego con Fitipaldis era [José Alberto] Batiz. Pero es verdad que Carlos Raya es un antes y un después, porque la gente le conoce como un gran guitarrista que tiene un pasado con bandas virtuosas, pero desconoce el vínculo que creamos. Me calma, me ayuda, y como él sabe cómo soy, me planifica. Él está pendiente del equipo, de los pedales, de que esto no pierda señal. Es un tipo muy meticuloso, muy virtuoso musicalmente y muy empático conmigo, ¿qué más puedo pedir?
Es como si fuera tu polo a tierra.
Totalmente, o mi hada madrina, también.
En el pasado has dicho que parte de las razones por las que te tardas un poco más en sacar discos es porque te cuesta dejar a un lado tu vida tranquila. ¿Con este disco lograste encontrar un poco más ese equilibrio entre la vida tranquila y la vida de músico?
Pues sinceramente no mucho más que antes, pero también aprendes a aceptarlo. No quiero parecer un desagradecido, tengo la inmensa fortuna de poder dedicarme a lo que me dedicaría aunque no me ganase la vida con ello. Cuando empecé de chaval, en las horas libres la gente se iba de vacaciones, y nosotros íbamos al local a tocar, o la gente ahorraba para comprarse una moto y nosotros para comprar un ampli. Ahora tengo la gran suerte de poder hacer discos, giras y tener una respuesta con el público. El éxito siempre lo defino así, es que suscitas interés. Saber que grabo un disco y que eso crea un interés. Pero es verdad que en cuanto miro y veo que tengo 80 conciertos, bueno, hay muchas cosas que estaban al principio de la lista y ahora tienen que ir para abajo; luego cuando acaba la gira, vuelven ir arriba.

Tú eres un músico de los que llamamos “vieja escuela”. Defiendes los discos sobre los singles. ¿Qué tan importante es para ti tener ese poder de decir, “Mi música se publica de esta manera y a mí no me importan los números”?
Ahí tengo verdadera suerte en varios puntos. Yo tengo la suerte de que no he cambiado nunca de discográfica. Antes era DRO, una independiente española que fue absorbida luego por Warner, pero a mí no me cambió ese punto de vista de independiente, porque me siguieron haciendo las cosas igual. También he estado pensando en una cosa y es que a veces te dejas llevar por la inercia de ¿cómo va todo? Todo el mundo va sacando adelantos, me van llegando canciones y de repente tengo cinco, entonces ya ese disco no lo veo como novedad. Y eso me dio qué pensar y les dije, “Solo quiero un adelanto”. Y lo razono de la siguiente manera: yo necesito que los discos me definan, pero yo me siento capaz de expresarme en un disco, no en una canción. En una canción no me da, en 10 sí puedo decir dónde estoy. También es por la edad y porque siempre lo he sentido así, me gusta la gente que me ofrece discos. Ya sé que, si sacáramos poco a poco una canción con un videoclip, con un feat, la discográfica preferiría eso ahora mismo, pero en el rock seguimos valorando que nos den un álbum.
¿Cómo describes el momento en el que estabas cuando escribiste este disco?
Es totalmente yin-yang. Me he dado cuenta de que me vino bien escribirlo, porque es un disco de textos, yo creo, tristes. Y me ha venido muy bien escribirlos porque ha habido el momento de hacer las canciones que siempre cuestan, y a partir de ahí ha sido todo maravilloso. Eso también es algo como de perro viejo. Al principio, con 20 años, grabamos los primeros discos y yo me quería ir corriendo del estudio. La primera toma que me decían que estaba bien, era genial; no teníamos la cultura ni teníamos por qué saber lo importante que es grabar un disco. En cambio, ahora lo disfruto, entonces también tengo ese pensamiento de: “Soy responsable de pasarlo bien y de que me dé felicidad mi disco”. Ese momento que es muy feliz es justo la grabación, porque allí no tienes presión de nada, no hay nadie juzgando que no sean músicos, el ingeniero y los que andan por ahí. Estás totalmente libre. Es un momento feliz, y sobre todo es un momento que nadie te puede quitar, nadie puede opinar mal ni bien sobre eso, eso es algo que corresponde a nosotros. Si nosotros conseguimos que la grabación del disco haya merecido la pena, luego ya cuando el disco sale, eso nos hemos llevado por delante ya. La alegría ya la tenemos en el corazón, simplemente porque hemos hecho un trabajo que es lo que más nos gusta en el mundo.
¿Dirías que la música es ese “monte de los aullidos” donde vas a sacar todo lo que pasa dentro de tu cabeza?
Sí, totalmente. Yo me lo imagino así, tienes que coger un paisaje, una figura literaria que te dé pie a hacer cosas. Entonces pensando en los aullidos, los lobos, yo siempre le encuentro mucho el paralelismo a cantar. ¿Qué es cantar? Pues aullar, porque normalmente cantamos cosas que nos duelen. Yo creo que hay un punto cuando tú escribes que tienes que estar en otro lado. Tú no puedes escribir de oficio, como si estuvieras haciendo pollo con tomate, tiene que ser algo más espiritual, aunque tampoco es una regla que se tenga que cumplir. Cada uno busca lo que sea, pero yo sí lo busco así. Para mí es un poco espiritual, entonces me invento eso de ir al monte, a mi espacio para poder escribir y para poder aullar.
¿Volviendo al tema de los singles, esta vez escogiste tu primer sencillo?
Sí, porque tenemos un pacto no escrito de hace no sé cuántos años, que siempre me dejan a mí elegir el primer single y luego yo digo, “A mí me da igual ya lo que hagáis después”, porque soy capaz de defender cualquier canción del disco, si no, no la hubiera grabado.
¿Por qué, entonces, escogiste ‘Los cuervos se lo pasan bien’ para que fuera la carta de presentación de El monte de los aullidos?
Pues es difícil, porque como uno está enamorado de las 10 canciones, es como: “¿Por qué esta?”. Entonces tampoco lo sé muy bien, simplemente me hacía mucha gracia el título. Y solamente por eso. Me parece una canción fácil de escuchar; son dos guitarritas y un mensaje. También no es que sea optimismo puro, pero la canción sí es optimista. Pero en serio, que siempre me hizo mucha gracia el título. Cuando le puse ‘Los cuervos se lo pasan bien’ me sonó a que había escrito una saga literaria.
Como si fuera una fábula.
Sí, sí, total.
Hablando también de otra de las canciones, la versión que salió en el disco de ‘La noche más perfecta’ fue la maqueta. ¿Por qué crees que no pudieron transmitir lo de la maqueta en la versión de estudio?
Es muy curioso eso, pero yo creo que nos gustaba tanto cómo nos quedó en la maqueta, que estábamos buscando hacerla así. Entonces, tú cuando estás buscando copiar algo, nunca llegas a ese punto. Resulta que cuando grabamos la maqueta —que gracias a Dios grabamos en el estudio de Carlos Raya—, pasaron cosas que no volvieron a suceder. Lo primero, tocábamos muy libres porque es una canción que no guarda compases; no se puede salir con un metrónomo. Entro cuando yo creo que tengo que cantar y eso es irrepetible.
Por otro lado, como estábamos currando toda la maqueta, a lo mejor llevábamos siete horas tocando y yo estaba sin voz; estaba con las últimas, ya no tenía fuerza casi. Entonces la canté muy flojito, pero la vistió muy bien eso de cantar tan flojito. Y todo lo demás fue intentar reproducir eso. A lo mejor la grabamos ocho veces y sonaba mucho mejor, todo iba más a tiempo, pero escuchamos las ocho versiones y dijimos, “La maqueta”. No hubo duda.
Háblame de ‘Ardi’. Tu familia estuvo presente en el disco anterior con ‘A quema ropa’, tu canción dedicada a tus hijos. Y ahora también está presente con una canción que tiene el nombre de tu perra. ¿Por qué?
No tiene mucho misterio. Siempre me gusta hacer instrumentales y versiones, y en el disco anterior hice la versión de Jorge Drexler, pero no hice instrumentales. Para este tenía un millón de versiones, pero no fui capaz, no resolví ninguna que pudiera aportar. Pues dije, “Bueno, instrumentales sí que me resulta mucho más divertido”. Y las versiones son muy divertidas porque ya tengo todo, tengo la letra, tengo la música, me lo ha dado el artista que la ha hecho, yo solo tengo que destrozarlo todo y reinterpretarlo. Pero a veces no sale, no es con calzador y a martillazos, hay que hacerlo con cierto sentido.
Y las instrumentales es igual, es como que de repente dejo de ser escritor, cantante, y soy un miembro de la banda. Esta vez la idea que yo quería transmitirle a Carlos Raya era: “No pensemos en una instrumental. Vamos a imaginar que ha cogido una empresa y nos ha dicho que hagamos una sintonía para un programa. Vamos a hacer una instrumental pensando que es una sintonía cuando empiecen a bajar los créditos”. Y en eso nos pusimos a jugar. Lo pasamos bomba porque eso era divertidísimo. Y de repente cuando teníamos la idea, como es una instrumental que no tiene texto, le dije a mi hija: “He estado pensando que la instrumental que estoy haciendo, ¿por qué no le llamamos como Ardi, como la perra?”.
También es curioso que no tiene letra y ella no habla “idioma humano”, entonces puede entenderla en otro nivel.
Sí, sí. Cuando suena en casa, mi hija la coge y se ponen a bailar la canción, es estupendo. Y también está bonito porque tienes un perro que es parte de la familia. Y lo que dices tú, igual que le dedico una canción pues a los hijos, pues la familia también es el perro.
















