Rubén Pozo y la ciudad donde la vida vuelve a empezar: 50town
Cuando las primeras notas de 50town comienzan a sonar, algo se activa de inmediato: una vibración cálida, casi familiar, que te transporta a un lugar en el que todo parece estar en orden. Es esa sensación que aparece justo antes de tomar carretera, cuando arrancas el coche y sabes que el destino —sea el pueblo donde pasabas los veranos, la ciudad natal o cualquier sitio donde el mundo deja de pesar— te recibirá con la promesa de volver a ser tú. Eso ocurre al escuchar el nuevo álbum de Rubén Pozo: una especie de viaje emocional hacia un territorio donde la vida se asienta, se aquieta y se entiende mejor.
Para Rubén, este disco es justamente eso: el punto álgido de un trayecto que lo llevó a los cincuenta, pero que, lejos de ser un recorrido nostálgico, es el inicio de un nuevo capítulo. Un lugar donde se acepta la palabra “cincuentón” no como sentencia, sino como reinvención. Donde cumplir años deja de ser una inquietud vanidosa para transformarse en una nueva visión que ayuda a comprender que, aunque el camino ya lleve kilómetros recorridos, solo cuando uno se detiene, lo observa y reconoce su belleza, empieza realmente a disfrutarlo.
Cuando estaba comenzando a escuchar tu nuevo álbum lo sentí como un roadtrip, como tomar el coche, dejar todo y llegar a un destino, ¿buscabas generar esa sensación en el público?
No, no lo había pensado, pero la verdad que me encanta que sintieras eso. A mí me gusta muchísimo escuchar música en el coche mientras conduzco y ojalá mi disco nuevo fuera un disco de estos de carretera, ¿sabes? De que se disfruta bien yendo en ruta y me encantaría que fuera un disco de auto.
¿Cómo está 50town? ¿Cómo estás viviendo esta ciudad?
Pues muy bien. La canción nació porque hace un par de años me empezó a entrar la crisis de los cincuenta. Aquí se dice “cincuentón”, que me parece una palabra horrible. Así que pensé: 50town. La ciudad de los que cumplen cincuenta. Y, oye, es un sitio en el que se está bien. No puedes volver a “40town”, claro, pero si estás a gusto en tu piel, es una buena ciudad.
¿Te ha cambiado la forma de mirar las cosas cumplir cincuenta?
Sí, creo que te tomas menos cosas “a la tremenda”. Aprendes que todo pasa: lo bueno, lo malo, los subidones, los bajones. Nada dura demasiado, y eso es un alivio. Quizá lo único que he aprendido de verdad es eso: todo es efímero, y está bien que la vida sea así.
Cuando un músico vuelve, no siempre vuelve para sonar: a veces vuelve para decir algo. ¿Qué necesitabas decir?
No lo sé. Simplemente empecé a hacer canciones. Un día me di cuenta de que tenía varias que me gustaban mucho, que quería enseñarle al mundo. Eso me dio el click de: “ok, es el momento de hacer un álbum”.
Cada canción habla de una cosa. No creo que sea un disco solo para gente de mi edad. Sí, 50town va de los cincuenta, pero el resto… son emociones, recuerdos, guiños a personas importantes. ‘Garabato’, por ejemplo, se la hice a mi chica. La que me aguanta desde siempre.
¿Y qué pasa cuando una canción no sale como quieres? ¿Sientes miedo del silencio?
Antes sí. Cada vez que hacía una canción que me gustaba pensaba: “Por favor, que no sea la última”. Ahora no. Hice tantas canciones para este disco que siento que si me siento con la guitarra, algo saldrá. Igual no la mejor canción del mundo, pero algo. Y hacer canciones que luego no van a ningún lado también me ayuda: aprendo cosas, entiendo lo que funciona y lo que no. Ya no creo que vaya a haber una “última canción”… salvo cuando me muera, claro.
Si la juventud tiene sus himnos, ¿cuál es el sonido de la madurez?
No lo sé… pero espero que no sea el mío del todo. No quiero sonar a crooner de ‘Fly Me to the Moon’. Me gusta conservar un punto de irreverencia: una palabrota aquí, un gesto gamberro allá. Supongo que son trucos para no asumir que ya soy un hombre maduro. Igual es forma de protegerme.

¿Cómo se conserva la autenticidad sin convertirla en una pose?
Me lo dicen mucho: “eres auténtico”. Y no lo sé… Yo no tengo un plan. No soy tan listo como para vender algo que no soy. Digo lo que pienso con respeto. El otro día vi una frase de Diane Keaton que me encantó: “Hace mucho que dejé de preocuparme por no encajar en un molde. Cuando asumí que era diferente, todo fue mejor”. Para mí eso es la autenticidad: andar caliente y que la gente se ría. Ser tú. Y ya.
Has dicho que grabaste 50town como si fuera tu primer disco, pero también como si fuera el último. ¿Qué aprendiste del proceso?
Que en mi música lo rápido funciona mejor. Grabar sin darle mil vueltas, con inmediatez. Y sí, sentí que pasé de página: llevaba años en las mismas dos hojas, y aquí cambié de hoja. Me junté con un equipo increíble y en Casa Murada todo fluyó. Lo hice como si fuera el último: lo mejor que puedo dar.
¿Qué queda del espíritu del rock cuando ese “nosotros” colectivo ya no está tan claro?
Para mí el rock no es solo guitarras y batería: es actitud. Hay traperos que me parecen más rockeros que mucha gente con guitarras. Mi música la hago con la formación clásica —dos guitarras, bajo, batería—, pero escucho de todo. Me importa la intención del artista, lo que quiere decir.
¿Cómo se hace rock en una época donde todos parecen mirar su propio reflejo?
Tocando en banda. Lo mío es un equipo: tocar con amigos, dejar espacios, no estar cuadriculado. Eso de salir solo al escenario… no es lo que más disfruto. Yo quiero banda, quiero energía compartida.
¿Hay algo del rock actual que te incomode?
Que no incomode. Siento que hay miedo. Miedo a molestar, a que te cancelen. Fito Páez decía: “Yo no estoy aquí para entretener a tu familia”. Echo de menos esa libertad.
Si 50town fuera una conversación, ¿qué te gustaría que le dijera al oyente?
Que es una isla. Un lugar de confort en medio del oleaje del día a día. Si alguien lo escucha de camino al trabajo y le hace bien, ya está. Quiero que sea un sitio donde sentirse acompañado, comprendido.
Si tu vida tuviera un estribillo, ¿cuál sería?
“Cantar, cantar, cantar y no pensar en nada más. Cantar, cantar, sha la la la la…” Es de mi canción ‘Cantar’, del disco. Ojalá vivir siempre ahí dentro.















