Tenório Jr.: el increíble caso del pianista brasileño desaparecido en Buenos Aires al fin se esclarece
Como un fantasma. Así lo sintió, dice Marta, apenas se enteró de la identificación de las huellas dactilares del pianista brasileño Francisco Tenório Jr., algo similar a una sensación flotando en el aire: no como una aparición ni el rastro de un sueño sino como una mezcla de paz, de dolor y de tristeza, todo junto y de forma caótica; cierta ráfaga de esa saudade que conoció de cerca, cuando fue la pareja de Vinicius de Moraes durante cuatro años, de los 22 a los 26.
–Si hay una imagen que se me vino es la de Tenório y su sonrisa, su mirada pícara. Ese caminar despreocupado, de vida bohemia. Lo viví como una tragedia personal y perduró en el tiempo. Y ahora que la Justicia trajo un alivio para la memoria, ese fantasma volvió a soltarse. Ahora sabemos cómo lo mataron y dónde lo enterraron.
Marta Rodríguez Santamaría, argentina, poeta, periodista y abogada, conoció a Tenório Jr. cuando, acompañando las giras de su novio, Vinicius, compartieron una especie de “convivencia a lo brasileño” a mediados de los 70, una comunidad musical entre Brasil, Punta del Este y Argentina. Era muy jovencita, por entonces: tenía 23 años, y Vinicius 61. Se convirtió en su octava esposa.
Tenório era el pianista de la banda de Vinicius, en la que también estaban Toquinho en guitarra, “Azeitona” en el bajo y “Mutinho” en la batería. Al pianista, Vinicius le decía “Tenorinho”. Era la manera cariñosa con que el compositor brasileño más famoso de la época, autor del himno de la bossa nova “Garota de Ipanema”, llamaba a Francisco Tenório Cerqueira Junior. Venían de tocar en Europa con un éxito descomunal y planearon una gira en el verano de 1976 por Montevideo, Punta del Este y Buenos Aires. En pocos días, las entradas de sus recitales consecutivos en el teatro Gran Rex se agotaron. Vinicius de Moraes, “Vini”, aún lo desconocía, pero el concierto del 17 de marzo de 1976 iba a ser la despedida definitiva de los grandes escenarios porteños.
Poco después, en 1980 y a sus 66 años, Vini moriría en su amada Río de Janeiro de un edema pulmonar. Sus conocidos dicen que, lentamente, se había opacado por la desaparición de Tenorinho en Argentina. Al pianista lo dejaron de ver horas después de uno de los conciertos en el Gran Rex, por circunstancias entonces desconocidas. Vini nunca pudo salir de un íntimo retraimiento, absorto en la impotencia de no haber sabido qué pasó con su compañero ni haber podido hacer nada.
“Movió cielo y tierra para buscarlo. Estaba desconsolado, se fue apagando de a poco”, le cuenta Marta a Rolling Stone para esta nota. “Martita”, como le decía su novio brasileño, recuerda aquellos días agónicos que ahora volvieron como una sensación espectral. El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), a comienzos de septiembre pasado, identificó por un cotejo de huellas dactilares a Francisco Tenório Junior, a 49 años de su desaparición física. “Si bien su cuerpo no fue recuperado, se sabe que fue enterrado en el cementerio de Benavidez, provincia de Buenos Aires, sin identidad”, expresó el organismo en un comunicado.
Hoy, a sus 73 años, Marta Rodríguez Santamaría (hermana del actor Carlos Santamaría) transporta su mente a aquel sábado 18 de marzo de 1976, cuando sonó el teléfono de la habitación del hotel donde estaba alojada con Vinicius. Su amiga, la artista plástica Renata Schussheim, la había ido a visitar y trazaba las últimas líneas de un retrato a mano para un nuevo libro de poemas de Marta. Vinicius dormía plácidamente. Del otro lado de la línea, Marta escuchó una voz desesperada. Era Toquinho: el tono presagiaba una mala noticia. Marta corrió a despertar a Vini. Se habían conocido en febrero de 1975 después de un concierto en Punta del Este: el músico quedó embelesado por los sutiles rasgos de la joven morocha y de piel aceitunada. Pocas cosas irritaban más al artista brasileño como que le interrumpieran el descanso. Se levantó torpemente, pasándose la mano por la cabeza para alisar el pelo blanco, y agarró el tubo. Primero lanzó un alarido: “Oi, Toquinho”. Después, un susurro que estalló en una onomatopeya: “¡Merda!”.
Las mujeres lo miraron desconcertadas. “Vini, ¿qué pasa?”, le preguntó Martita cuando le notó los ojos ausentes. Y entonces el poeta habló por tercera y última vez. La frase se sintió como una ráfaga de aire helado en la calurosa tarde porteña.
–Tenorinho. Tenorinho desapareció.
Marta Rodríguez Santamaría arma las piezas del rompecabezas que familiares e investigadores intentaron juntar durante años. Y que la Justicia argentina, al fin, pudo reconstruir para llegar a gran parte de la verdad.
A la misma hora que los diarios entraban en los kioscos de revistas, y en un rapto solitario, Francisco Tenório salió del hotel Normandie, en Rodríguez Peña 320, a pocos metros de la avenida Corrientes, donde se hospedaba con sus compañeros músicos. Allí también estaba una novia ocasional, llamada Malena, con la que mantenía una relación extramatrimonial a la vista de todos. Eran cerca de las tres de la madrugada del sábado 18 de marzo de 1976, a casi una semana del golpe militar que por esos momentos se alistaba en los últimos detalles dentro de los cuarteles. En la ciudad se respiraba un aire enrarecido y había razias organizadas por las fuerzas de seguridad junto a organizaciones paramilitares como la Triple A. Los Ford Falcon aparecían como los garantes del orden en la lucha “contra la subversión”, que el gobierno de Isabel Perón había oficializado con decretos presidenciales. Si una buena parte de los argentinos no terminaban de entender qué pasaba en los días previos a uno de los golpes militares más sangrientos de la historia, menos un ciudadano brasileño que había llegado para tocar en un concierto. Los visitantes no estaban ajenos a que se vivía en una situación de emergencia, como en una guerra, con los militares metralleta en mano custodiando las calles, con retenes y detenciones a la orden del día. “Había tanques en las esquina”, recordó Toquinho.
El último concierto de la gira de Vinicius de Moraes, aquella noche del viernes 17 de marzo, se dio a sala llena. El público volvió a mostrar su amor por la música brasileña, aunque algunos críticos habían sido duros. El Cronista Comercial, por caso, lo había considerado un show “escasamente imaginativo”. La epifanía, según el diario, había irrumpido en un segundo plano, lejos de las luces principales: “El espectáculo presentó una revelación que sorprendió a muchos espectadores: la excelente labor de Tenório. El pianista, además de acompañar eficazmente, ejecutó una brillante composición que, paradójicamente, se constituyó en la más auténtica expresión de la música contemporánea brasileña”.
Esa noche los músicos estaban felices: la banda fue a cenar y, después de brindar, algunos se acostaron. Otros deambularon y, en las horas del insomnio, alguien creyó escuchar que a Tenório tuvo nuevamente apetito y salió a buscar un sándwich. Otros comentaron que había ido también por cigarrillos y aspirinas. “Vuelvo pronto”, escribió en una nota que dejó en la habitación. Allí había quedado el pasaporte 197.803. Nunca más lo volverían a ver. Francisco Tenório Jr. tenía 34 años, cuatro hijos y su mujer, Carmen, estaba embarazada. El quinto hijo nació un mes después de su desaparición.

No era la primera vez que Tenório pisaba suelo argentino, pero los melómanos sentían que había alcanzado una madurez musical a la altura de los grandes pianistas del jazz, “manos de oro, autor de notable talento y enorme futuro”, según Ruy Castro, escritor de célebres libros sobre la bossa nova y la cultura carioca. El mismo Castro, en otra ocasión, afirmó que la música brasileña podría haber tomado otro rumbo si Tenório no hubiera desaparecido. “Es el eslabón perdido de la modernidad brasileña”, deslizó.
Tenía 23 años cuando en 1964 grabó Embalo, su único disco solista, al tiempo que lideraba Os Cobras, banda de jazz y bossa de esa época. El crecimiento del joven pianista era vertiginoso. No es de extrañar que Vinicius de Moraes lo escuchara tocar en los clubes bohemios –y no exentos de prostitución y disturbios– del Beco das Garrafas de Río de Janeiro, como Litte Club y Bottle’s. El nombre del mítico callejón se debía a que, según la leyenda, había vecinos que arrojaban botellas (garrafas) que caían en la penumbra nocturna sobre la estrecha diagonal sin salida, alrededor de los edificios situados entre los números 21 y 37 de la rúa Duvivier de Copacabana. En ese breve espacio lleno de humo, a pocos metros del mar y de los cuerpos sudorosos, los especialistas acuerdan que nació el pulso de la bossa nova, el equivalente de la calle 52 de Nueva York. Y la leyenda también cuenta que Ella Fitzgerald, durante una gira por Brasil, se escapó del hotel para mezclarse como alguien más entre los músicos del callejón. El mundo entero empezó a cantar y bailar al ritmo de la música brasileña: no había ocurrido algo semejante desde el boom del mambo en los 40.
Apenas pasó los 23 años, Tenório había grabado con la cantante Leny Andrade y luego colaboraría con Gal Costa, Elis Regina, Edu Lobo, Caetano Veloso, Milton Nascimento, Joyce, Wanda Sá. Fue el pianista del emblemático disco É samba novo, del baterista Edison Machado. Era un músico cada vez más requerido, pero tanto como su mentor Moacir Santos, se resistía a convertirse en un mero sesionista: Tenório componía, arreglaba, orquestaba. Amante de McCoy Tyner, cultivó un sonido eléctrico, sofisticado en armonía y con arreglos melódicos y rítmicos, en preferencia por lo afrobrasileño, que perfeccionó en trabajos con Hermeto Pascoal y Egberto Gismonti. En 1974, apareció en la televisión brasileña con anteojos, la barba crecida, pantalón de vestir y pullover sobre camisa blanca. Lo presentó un locutor: “Francisco Tenório Junior, carioca, intérprete de su ciudad”. Es una imagen casi espectral, que se recorta como un círculo sobre el escenario. Soberbio, con una sonrisa ligeramente abierta, Tenório mueve el cuerpo delgado hacia el piano con los ojos extasiados. Los dedos improvisan una melodía suave. El pianista como una fuerza poderosamente mística, a la manera de un Bill Evans o Keith Jarrett latino.
Nacido el 4 de julio de 1941, en el barrio residencial carioca de Laranjeiras, perteneció a una familia de clase media-alta. Estimulado en el arte y en el estudio académico, siendo padre desde muy joven, su corta y estrepitosa trayectoria musical acontecía mientras estudiaba otra carrera: también quería ser médico. Acompañado por el saxofonista Paulo Moura, el trombonista Raul de Souza, el baterista Milton Banana y el percusionista Rubens Bassini, su álbum Embalo, con una identidad propia ligada a los sonidos del naciente samba-jazz y la hard bossa nova, causó furor en la prensa especializada. Piezas como “Nebulosa”, “Samadhi”, “Sambinha” y “Fim de semana em Eldorado”, deslumbraron con un swing pegadizo que agitaba los cuerpos en las madrugadas de la bohemia carioca.
En la Facultad de Medicina, donde cursaba el cuarto año –que luego abandonaría por la demanda creciente de shows y la proyección internacional que llegó con Vinicius de Moraes–, pocos sabían que era uno de los mejores pianistas y tecladistas de su generación. Tenório, de perfil bajo y temperamento sobrio, se camuflaba de día con el guardapolvo blanco y por las noches se transformaba en el animador perfecto de los clubes de vanguardia. “Pero él no quería ser el típico pianista que acompañaba al cantante. Era líder de grupos. Quería ser un pianista con su propia banda, sus propias composiciones”, le dice a Rolling Stone el cineasta español Fernando Trueba, director de la película de animación Dispararon al pianista (2023). En ese film reconstruye la historia de Tenório junto al trabajo del diseñador Javier Mariscal, con el que además sacó una novela gráfica del mismo título.
Hace más de veinte años, después de escucharlo por casualidad en una disquería, Trueba quedó fascinado. Se sorprendió aún más cuando lo vio en la lista de desaparecidos en Argentina. Más aún al descubrir que Embalo, su único disco solista, había dejado de editarse. Por internet compró una edición japonesa. Y no pudo sacarse la historia de la cabeza.
“Me dije que debía hacer un documental. Intentar una reflexión sobre la memoria antes que la historia de un desaparecido. Me interesaba reconsiderarlo como músico. Tenório es una metáfora de la música instrumental brasileña que, a fines de los cincuenta y a mediados de los sesenta, vivió una edad de oro y conquistó el mundo, tan importante como la Nouvelle Vague. De Duke Ellington a Chet Baker, de Stan Getz a Miles Davis, todos se interesaron por esa música conocida por el tridente de João Gilberto, Vinicius y Jobim, o grabaron discos con esas melodías. La de Tenório fue una gran pérdida”, reflexiona el cineasta –ganador de un Óscar por su film Belle Époque (1993)–, que retomó el camino de películas animadas como Chico y Rita (2010). Con Tenório emprendió una investigación salomónica, con casi doscientas horas de grabación entre Brasil, Estados Unidos y Argentina. Entre otras revelaciones Trueba entrevistó a Carmen, la esposa de Tenório que, reacia a los medios, había hablado muy en cuentagotas. En Carmen, convivió un doble drama: que su marido desaparezca en otro país, estando por parir a un quinto hijo, y a la vez descubrir que estaba en una relación extramatrimonial lejos de casa.
Después de casi dos décadas, endeudado y persiguiendo con incansable persistencia a productores, que se escudaban en que Tenório era un completo desconocido, Trueba logró terminar la película. En ella, dio con un testigo, el vendedor de un kiosco que le vendió cigarrillos al pianista, que aseguró que lo vio cuando lo subieron a un Ford Falcon. En los sombríos días de 1976, el aspecto de Tenório Junior –pelo largo, flaco, barba, anteojos cuadrados– respondía al perfil de lo que la extrema derecha consideraba un “subversivo”.
Trueba dio cuenta de un registro polifónico sobre el músico: Tenório como una especie de zen que tocaba imperturbablemente mientras los niños se le subían por la cabeza y por el piano, en un ambiente divertido; músicos que, treinta años después, no pudieron contener las lágrimas cuando lo recordaban; Tenório también como alguien impulsivo y exigente, capaz de abandonar un concierto a medias o dejar un trabajo si musicalmente algo no le cerraba, lo que le causó dificultades económicas a la familia. Su parecido físico con Bill Evans. Su aspecto tímido y aniñado. Alguien que hablaba bajito, entendía inglés, era calmo y a la vez divertido, inteligente, irónico. Dejó una partitura en el hotel, “Viva Donato”, escrita en homenaje al pianista João Donato, a quien admiraba.

Habitué de las meditaciones orientales, Tenório conoció el yoga y la filosofía hindú. En su intimidad, prefería una vida austera, con pocos muebles. Vitória, su hermana, se enteró de su desaparición por la televisión. Su padre no viajó de inmediato a Argentina porque su esposa había tenido una embolia. Ambos murieron en el décimo aniversario de la desaparición de su hijo. “Se dedicaba al piano, no tenía contactos con la política. Tenía una gran serenidad, era incapaz de hacerle daño a nadie. Su desaparición tan misteriosa nos deja en un estado de gran angustia”, declaró Vinicius de Moraes en un programa de televisión por aquella época, a fines de los 70.
Quienes tocaron con él recuerdan “su toque especial muy delicado, sofisticado y movedizo”. El contrabajista argentino Jorge “Negro” González, con el cual compartió algunas sesiones, dijo que Tenório era un músico diferente al que se le cortó un futuro promisorio, de escala internacional. “Con Tenório llegué a estar verdaderamente obsesionado. Era el más jazzista de los pianistas brasileños”, dice Trueba, cuyo film fue nominado como mejor película de animación al premio Goya. Tenório no militaba ni tenía una posición ideológica asumida. Su ambición, de acuerdo con los que lo conocieron, era exclusivamente estética: convertirse en un pianista de avanzada en la moderna música brasileña. Pero al momento de su desaparición el physique du rol podía ser el de un intelectual de izquierda. “No era un hombre de presumir –acota Marta Rodríguez Santamaría– sino alguien bonachón. Era un estilo que estaba de moda, no necesariamente había que ser de izquierda, pero el contexto represivo etiquetaba las conductas. Igualmente, nunca pensamos que había sido un secuestro. Pensamos, más bien, que Tenório había enloquecido y se había ido por ahí”.
En la búsqueda de su pianista desaparecido, Vinicius de Moraes, que había sido diplomático durante años en el exterior, llamó a hospitales, comisarías, consiguió que la Sociedad de Músicos Brasileños pidiera por él y visitó morgues. Se dormía encima del teléfono esperando una noticia reparadora. Cuando fue a la embajada de Brasil, y pese a que estaba al tanto de la avanzada militar en Latinoamérica, no se imaginó que en esas mismas oficinas funcionaba un acuerdo secreto: la Operación Cóndor, un plan de inteligencia de las dictaduras del Cono Sur que se activó en 1975 para perseguir a opositores políticos.
Pronto comenzaron a circular versiones: que había sido visto en una cárcel de La Plata o preso en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Pero nadie sabía a ciencia cierta qué había ocurrido. Según la periodista Stella Calloni, que investigó el caso, la desaparición del pianista ocupó un capítulo del intercambio diplomático entre Brasil y Argentina. “Los militares brasileños conocían la suerte de Tenório, pero la estaban ocultando –señaló en una entrevista, hace unos años–. Hay documentos encontrados en los archivos de la policía política brasileña, el DOPS (Dirección de Orden Política y Social), que refieren a un mensaje dirigido por la ESMA a la embajada brasileña sobre el fallecimiento del pianista, secuestrado y torturado desde el 18 de marzo”.
La hipótesis de Calloni es la que abonaba la mayoría de los que indagaron en el tema: que a Tenório lo secuestró un comando ¿militar? ¿paramilitar? ¿policial?, que al parecer lo habría confundido con otra persona y lo condujo tiempo después a la ESMA, donde lo torturaron y finalmente lo mataron. “Porque una vez que reconocieron que se habían equivocado de persona, ya no podían dejarlo libre. Habría sido un escándalo”, explicó la periodista.
Las gestiones de los músicos brasileños fueron intensas, pero infructuosas. Más adelante, empezaron a entender que, posiblemente, estaban frente a una de las primeras víctimas del siniestro Plan Cóndor, que conectaba a los servicios de inteligencia de las dictaduras del Cono Sur. Parecía imposible que los diplomáticos brasileños y argentinos de la época hubieran desconocido el hecho.

Pero esa es otra historia. En los días siguientes a la desaparición nada hacía suponer que el destino del pianista había estado en manos de militares argentinos. La primera reacción del entorno fue incierta. Especularon con que, abrumado por su relación extramatrimonial, había escapado con rumbo desconocido, aunque la chica con la que salía en Argentina permaneció en el hotel. A casi cincuenta años del hecho, María Marta Rodríguez Santamaría cuenta que no sabían dónde buscar. Vinicius presentaba hábeas corpus, hablaba con el exyerno, que era cónsul en Buenos Aires, metía presión a políticos y diplomáticos, agitaba contactos en la prensa. Y después se recluía en el silencio. “Todos estábamos en shock. Vini estaba reflexivo y ensimismado, era parte de su personalidad reaccionar así cuando algo lo desbordaba. La tristeza era abismal”.
Un juez les dijo que preguntar por una persona desaparecida en las altas esferas del poder era meterse en problemas. “Y eso que todavía no había empezado lo más duro de la represión”, rememora Rodríguez Santamaría. La sensación de vacío creció hasta tornarse insoportable. Un familiar del pianista, que era policía, viajó desde Brasil para acelerar la pesquisa. En meses de búsqueda no se recolectó ninguna prueba ni apareció un testigo. Marta y Vinicius juntaron todas las fotos de Tenório. Y consultaron a una vidente.
“Nos dijo que estaba en manos de militares, en la Patagonia. Esas fotos eran las únicas que tenía de Tenório y no las recuperé nunca más”, recuerda Marta. Tras la revelación, permanecieron tensos. “Como si nos hubieran dado una trompada”, describe. Minutos después, sin embargo, sintieron alivio.
El músico brasileño fue uno de los primeros desaparecidos, torturados y asesinados por la dictadura argentina. Desde que identificaron sus huellas dactilares, familiares y amigos salieron del doloroso letargo y lo empezaron a homenajear, como en la celebración del 1° de octubre de 2025 encabezada en Río de Janeiro por Gilberto Gil y Caetano Veloso. El acto contó con la presencia de representantes de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, de la Marcha del Silencio de Uruguay y de víctimas de la última dictadura brasileña (1964-1985), como Vera Paiva, hija del diputado desaparecido Rubens Paiva y miembro destacada de la Comisión por los Muertos y Desaparecidos de Brasil. La historia de Paiva fue el centro de Aún estoy aquí, la película brasileña ganadora del Óscar. Su director, Walter Salles, también estuvo en la ceremonia. “Necesitamos justicia para todas las familias. Finalmente, tendremos un certificado de óbito, un derecho que se nos negó durante casi medio siglo”, dijo Marina, una de las nietas del pianista en el auditorio del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES). Allí se recordó que Carmen, la esposa de Tenório, por décadas, no recibió ninguna indemnización ni pensión como víctima de la dictadura. Los hijos difundieron un comunicado y exigieron que se continuara con la investigación: “Nuestro padre fue un pianista respetado en su medio, padre de cinco hijos, que fueron privados de su convivencia, obligando a nuestra madre a criar sola a cinco niños de 8, 7, 5 y 4 años, además de uno que no llegó a conocer al padre. Durante mucho tiempo, aun sabiendo que era improbable, alimentamos la esperanza de volver a verlo. De que un día la puerta se abriera y él entrara. El Papú, como lo llamábamos”.
Lo primero que supieron los familiares, desde que el EAFF identificó sus huellas dactilares en septiembre, fue conocer cómo había sido el periplo desde el secuestro en la madrugada del 18 de marzo. El cuerpo había aparecido con múltiples impactos de bala en la mañana del 20 de marzo de 1976. Sus captores lo habían arrojado en un terreno baldío en la calle Belgrano y ruta Panamericana, en Tigre, donde agentes policiales lo encontraron e iniciaron un expediente con intervención de la Justicia. Finalmente, fue enterrado como N.N. en el cementerio de Benavidez, en Buenos Aires.
Durante la pesquisa las autoridades policiales le habían tomado las huellas dactilares al cuerpo y, poco después, la autopsia certificó que había muerto por impactos de bala. Tenório fue sepultado como N.N. Sin embargo, su cuerpo no ha podido ser recuperado; se cree que desde octubre de 1982 esa sepultura fue ocupada por los restos de otras personas. “La identificación llega tanto tiempo después por un cotejo de huellas, porque ese cuerpo fue enterrado sin identificación. Hoy estamos limitados a recuperar los restos porque el cadáver, al ser un N.N., pudo ser levantado por procedimientos administrativos del cementerio y llevado a un osario común. Aunque no haya aparecido el cuerpo, esa información brinda respuestas a la familia, que pudo saber cuándo y cómo mataron a Tenório, adónde lo llevaron y dónde fue enterrado. “Pese a que todavía no se pudo recuperar el esqueleto y esté pendiente la restitución, es una noticia reparadora”, especifica Mariella Fumagalli, directora para Argentina del EAAF.
Los represores lo habían asesinado poco después de secuestrarlo en la calle, con al menos cinco disparos en el cuerpo. Es decir: Tenório no fue conducido a ninguna cárcel ni a la ESMA, como se había creído. En septiembre de 2025, la Procuraduría de Crímenes contra la Humanidad (PCCH), a cargo de Ángeles Ramos, despejó el enigma.
¿Por qué Tenório fue identificado ahora, después de años oculto en el misterio? Esencialmente, por un trabajo de archivo. Desde hace un tiempo, y con el objetivo de aportar información para las investigaciones por delitos de lesa humanidad, la Procuraduría avanzó en un proceso de revisión de expedientes tramitados por la Justicia penal entre 1975 y 1983. “Desde octubre de 2023 se acentuó una línea del trabajo que consiste en el análisis de causas iniciadas por el hallazgo de personas muertas, y cuya identidad era desconocida”, explica Natalia Federman, de la PCCH, en una tarea que empezó antes del gobierno de Javier Milei y que, pese a los recortes presupuestarios y el despido de numerosos empleados del sector, sigue avanzando con estoicismo. Con este sistema, se consiguió identificar a más de 140 víctimas del terrorismo de Estado argentino.
Las causas judiciales de aquella época de plomo, a pesar del deseo de borramiento que impulsaron los militares, concentran aún mucha información: lugar en el que fue encontrada la víctima, dónde fue inhumada, huellas dactilares, autopsias, peritajes y, en acasos extraordinarios, sobres que resguardan material biológico que hoy puede ser estudiado para intentar la extracción de ADN. En el caso de Tenório, a partir del expediente recuperado por la Procuraduría y el trabajo del EAAF, habilitados por una orden de la Cámara Federal de Apelaciones en lo Criminal y Correccional de la Capital Federal, se cotejaron las huellas del expediente judicial de 1976 con otras archivadas del pianista en Brasil. Fue entonces que, de ese modo, pudo ser confirmada la identidad del músico. Lo que sigue vigente es la hipótesis de que Tenório pudo haber sido secuestrado por error, porque lo confundieron con otra persona o por tener el aspecto exterior de un militante o un intelectual de izquierda, según los parámetros militares. La investigación por encontrar a los responsables del crimen, sin embargo, sigue abierta, aunque se cree que encontrar los restos de Tenório entre las fosas comunes del cementerio es improbable.
La pesquisa por la desaparición y muerte de Tenório había dormido por décadas en los archivos judiciales. Nunca llegó a juicio. Hasta 1997, el Estado argentino no había reconocido su responsabilidad en el tema. Recién en 2006 un juez brasileño dictó una sentencia favorable para indemnizar a la familia por daños morales y materiales. Cinco años después se colocó una placa en memoria de Tenório Jr. en la fachada del hotel Normandie en Buenos Aires.
Con la identificación de las huellas dactilares, se desenterró la versión que había circulado por años a través de los dichos de un represor. Diez años después de su desaparición, Claudio Vallejos, excabo y miembro del Servicio de Información Naval, el servicio secreto de la Armada Argentina, reveló a la extinta revista brasileña Senhor (n° 270, mayo de 1986), en Río de Janeiro, que el pianista había sido abordado en la calle y arrestado por una patrulla militar. Habiendo formado parte orgánica de la ESMA, Vallejos escapó a Brasil. Detenido por estafas, hizo una larga confesión de su pasado y declaró que las autoridades brasileñas habían sido informadas del secuestro y muerte de Tenório como prisionero de la ESMA y sugirió que el mismo Alfredo Astiz lo habría rematado de un tiro. Con el correr del tiempo se descubrió que el represor vendía por el mundo información sobre desaparecidos políticos y cobraba por sus entrevistas, aunque muchos creyeron en aquella versión. Vallejos, ahora, quedó aplastado como un farsante, un arrepentido trucho.
La familia del pianista aún desea conocer la cara de los verdugos. “Queremos y necesitamos respuestas. ¿Quién mató a Tenório? ¿Por qué? ¿Por qué matar a un hombre sin ningún involucramiento político, que sólo vivía para la música? Durante años escuchamos historias que ahora se revelan falsas. Agradecemos al EAAF por este hallazgo, después de casi medio siglo. Es necesario que se realice una nueva investigación, en nombre de la memoria. El dolor nunca se irá, pero la justicia puede traer consuelo”, expresaron los hijos en el comunicado.
“Era un hombre muy talentoso y afable, fue una pérdida notable”, lo calificó Caetano Veloso, que tenía el proyecto de grabar un disco con él, y reveló una anécdota íntima: “Mi hermana Maria Bethânia tiene una conexión personal con las religiones afrobrasileñas, y fuimos a consultar a la sacerdotisa más importante de Bahía. Nos dijo que él ya no vivía”.
Para Marta Rodríguez Santamaría el pasado, que nunca se había superado, retorna con el ímpetu de una cascada. “Es tremendamente movilizante, es cerrar una historia. En un rincón del corazón, dan ganas de volver a verlo y por eso la sensación que se me arma del fantasma. Y eso se relaciona con la condición de un desaparecido, y esa ilusión de que un día podía aparecer de vuelta, sentarse con nosotros en la mesa y ver la agenda de la próxima gira. Soy de las que creen que la vida sigue después de la muerte y, más allá de esto, en este plano seguimos en contacto con nuestros seres queridos. Una conexión espiritual que ahora vibra con Tenório”.














