Dos hombres, una maquina; tensión infinita
Justice no vuelve, aparece como un error en el sistema: de manera elegante, abrupta y sin previo aviso.
Cuatro álbumes en veinte años; sin relleno, sin banalidades, solo una línea recta de impacto, interrumpida por largos periodos de silencio. Mientras otras bandas consiguen sacar 12 álbumes en nueve años, “antes de atragantarse con su propio vómito”, como dice Xavier, Justice optó por la lentitud. El silencio, en su mundo, no es ausencia; es fermentación.
“Somos demasiado viejos para estar perfectamente sincronizados con el presente”, comenta Xavier encogiéndose de hombros, como si describiera una resaca en vez de una filosofía musical. “Quizá cuando tienes entre 20 y 25 años, te adaptas a los tiempos. Después de eso, las cosas se vuelven más pesadas. El deseo se vuelve exigente”.
Hyperdrama, su último álbum de estudio, no irrumpe con fuerza. Parpadea, fracturado, luminoso y lleno de fricción. Justice siempre ha vivido en la contradicción: lo sagrado y lo profano, lo duro y lo suave, el disco y el gabber. No eligen bandos, construyen puentes entre los extremos y luego organizan una fiesta de baile. En Hyperdrama, esa tensión es más explosiva que nunca, la violencia rítmica choca con la ternura melódica.
“Esa tensión está grabada en el ADN de Justice”, dice Gaspard. “En casa, escuchamos lo más sentimental: Beach Boys, baladas glam, yacht rock… Melodía y sentimiento puro”.
Sin embargo, Hyperdrama no se resuelve, hierve. “La llamo música virgen de caballero”, añade Xavier, impasible. “Esa época dorada en la que los chicos finalmente se permiten ser frágiles y cantan sobre el desamor, sobre la chica que no devuelve las llamadas”.
LA PARADOJA DE JUSTICE
Justice siempre ha sido un acto de equilibrio: una melodía prístina envuelta en un golpe sónico a la cara. Pero Hyperdrama redobla la paradoja. En el estudio, la ternura se esfuma, los ritmos golpean con más fuerza, la disonancia es intencional, y la tensión nunca desaparece. “Nos inclinamos por hacer lo contrario: crudeza, disonancia, ruido. Una tensión sin resolver”, expone Xavier. “Esa fricción, entre lo suave y lo salvaje, es lo que nos impulsa”.
El gabber (subgénero del hardcore techno) se convierte en un lienzo inesperado; absurdo, maníaco, brutalmente ingenuo y, de alguna manera, encantador. “Es música absurda: melodías de carnaval, efectos especiales de dibujos animados desquiciados, trompetas de James Brown a toda velocidad, todo ello contra una base dura como el concreto”, explica Xavier. “Nos encanta jugar con eso en las sesiones de DJ. Pero lo que más nos emociona es ralentizarlo, estirarlo, dejar que las capas ocultas respiren”.
En ‘Generator’, cuando bajaron el tempo lo suficiente, ocurrió algo surrealista: “Empezó a sonar como ‘Getaway’, de la Salsoul Orchestra”, recuerda Xavier. “El mismo fraseo, el mismo swing, pero aquí no había cuerdas, solo ruidos de aspiradora”. Esto es lo que mejor sabe hacer Justice: convertir lo grotesco en sublime. Gabber fundido en soul; ruido reconvertido en elegancia. “El gabber tiene una brutalidad ingenua, casi encantadora”, dice Xavier. “Pero cuando lo ralentizas, se derrite, sangra”.
Incluso las pistas más caóticas están construidas como planos. Aquí no hay accidentes felices. Cada ruptura está calculada; cada distorsión, dibujada de antemano. “Desde el primer demo, todo está planificado”, insiste Xavier. “‘After Image’ nació de una idea precisa: empezar con un esqueleto gabber, ralentizarlo, armonizarlo, inundarlo de melancolía. Lo mismo con ‘One Night’: coger ese mismo chasis gabber y doblarlo hasta convertirlo en disco triste”. Entonces entró Kevin Parker y la rompió. “Cuando cantó, le aportó exactamente lo que buscábamos: fragilidad”.
Justice ya había utilizado voces antes, pero nunca así. En Hyperdrama, las voces ya no son texturas anónimas; tienen peso, tienen un rostro. “Justice siempre ha sido un dúo”, explica Xavier. “En el pasado, las voces eran solo otra capa más, destinadas a mezclarse, no a destacar. Esta vez, la voz dio un paso al frente”. Entran Thundercat, que se mueve entre el jazz y el pop, y Kevin Parker, cuyo tono de voz había estado rondando la mente de la banda durante una década. “Llevamos diez años pensando en él”, dice Xavier. “Ese falsete, ese registro de cabeza, esa ternura… encajó. En el momento en que tocamos ‘Neverender’, su nombre era el único que tenía sentido”. Detrás del caos cinético del álbum se esconde una precisión casi matemática, pero nunca es frío. Xavier lo llama diversión maníaca: “Este álbum nunca se queda quieto. Nada descansa. Nada se toma a sí mismo demasiado en serio”.

DISEÑO, NO DECIBELES
Justice no predica; no hay eslóganes ni manifiestos. Su música no es un comentario, es metabolismo. “Nuestra música no pretende comentar el mundo; refleja cómo lo vemos. Algunos pueden oír un pulso, otros, un bote salvavidas a la deriva en el tiempo”, afirma Xavier.
Incluso el título Hyperdrama es un caballo de Troya. “Queríamos crear una palabra que no existiera”, explica. “Melodrama tenía el tono adecuado: teatral, exagerado, lleno de historia. Luego mutó: ‘melo’ se convirtió en ‘ultra’ y luego en ‘hiper’. De repente, encajó: era rápido, de alta presión, innovador”. Pero no hay que confundir la poesía con el caos. Esto no es free jazz, es una película de atracos. “Si fuera una película, sería un éxito de taquilla de Hollywood”, sonríe Xavier. “Spielberg detrás de la cámara, Tom Cruise corriendo por el encuadre. Sin guion, sin letras, solo el espacio suficiente para que escribas tu propia historia. Pero, estructuralmente, cada movimiento está planeado. Engancha al público en diez segundos, dale comodidad. Luego, un giro, algo de caos, no demasiado. Y, finalmente: despegue. Clímax, aplausos, fundido a negro”.
La misma lógica se aplica a sus conciertos en vivo, tan precisos como un juego de manos. “El objetivo de cada noche es sencillo: ofrecer la mejor versión posible de ese espectáculo. Todo está controlado, pero no automatizado. Incluso las luces se activan en vivo. Es como un truco de David Copperfield: los primeros seis meses se dedican a analizar cada detalle. ¿Ahora? Podemos quitarnos las esposas en menos de 30 segundos”.
El espectáculo es mínimo, pero nunca minimalista. Sin efectos visuales, sin utilitaria, ni siquiera la icónica cruz. Bueno… algo así. “No está físicamente ahí, pero brilla con la luz. Nos preguntamos: ¿la eliminamos? Nadie estuvo de acuerdo, así que salió del escenario, pero no de la mente de la gente. Dejarla ahora sería como abandonar el ejército tres días antes de la baja”, comenta Xavier. ¿Los monolitos LED y las torres Marshall? Descartados como armaduras escénicas que ya no necesitan. En su lugar: luz; pura, blanca, convertida en arma. “Esa estética cargada de videos, muy techno, no nos pega”, explica Xavier. “No crecimos en la cultura rave. En el escenario, las imágenes figurativas le quitan protagonismo a la música. La luz, en cambio, nos permite contar historias abstractas”.
Entra en escena Vincent Lérisson (diseñador de iluminación del Théâtre de Chaillot de París, que también trabajó con Philippe Decouflé) y la pregunta que encendió la mecha: “¿Cómo iluminamos un escenario utilizando solo blanco de cien maneras diferentes?”. El resultado es austero, sagrado, quirúrgico. Un escenario despojado de todo, excepto de la presión y las siluetas. “Hay una señal de video entre bastidores, pero solo controla las luces. Son las luces las que traducen la imagen y no al revés”. Un espectáculo de Justice no improvisa, respira.

EL LOOP SE CIERRA Y SE VUELVE A ABRIR
Justice se embarcará en una gira por Norteamérica, y después irá por Australia y México. Pero no es una puesta en marcha, es una peregrinación, un regreso a los lugares que creyeron en ellos desde el principio. “Mucho antes de Coachella, nuestros primeros conciertos fueron en Los Ángeles”, recuerda Xavier. “En aquella época, Nueva York seguía acaparando toda la atención: The Rapture, LCD Soundsystem, todo ese movimiento pospunk. Los Ángeles no tenía una ‘escena’. Así que los chicos reclamaron la nuestra. Quizá solo estaban esperando algo lo suficientemente ruidoso como para reunirse en torno a ello”. Para Gaspard, Estados Unidos siempre fue un sueño en calidad VHS: “Cuando éramos adolescentes, estábamos obsesionados con los EE. UU. de los años 70 y 80. En Francia, los 90 parecían estar 20 años atrasados. Nuestro sueño americano era de segunda mano, una transmisión borrosa desde otro planeta”.
¿La ironía? Ahora su propio sonido les llega a través de la misma máquina. “Una vez me gustó una canción que escuché en el aeropuerto JFK”, comenta Xavier, riéndose. “Pensé: ‘Esto es genial, podríamos usarlo’. Saqué mi grabadora y resultó ser Genesis, en un anuncio de Cadillac [risas]”.
Incluso sus déjà vus tienen banda sonora. En ese sentido, Hyperdrama cierra el círculo. Es un regreso, una llamada, el cierre del bucle, al país que una vez los adoptó y a la fantasía que han estado remezclando durante dos décadas.
Y sí, los Grammy siguen teniendo importancia. “Hay algo emotivo en ellos”, afirma Xavier. “Cuando nos nominaron por ‘Neverender’, yo estaba trabajando en Suecia. Nuestros representantes nos llamaron y fue como un nacimiento. Vale, estoy exagerando… pero no mucho. Los Grammy no son objetivos, y la música tampoco lo es. No coronan a ‘los mejores’; te dicen: ‘Este es tu momento’. Es un foco de atención, ya sea para alguien haciendo su debut o alguien con un largo recorrido”.
Para Gaspard, sigue siendo pura mitología: “Michael Jackson con ocho trofeos y esas gafas de sol de policía… Los Grammy forman parte del sueño americano. Ganar uno es como un guiño a esa fantasía”.
Luego está el fantasma recurrente en todos los perfiles: el French Touch. Todo el mundo intenta definirlo, Justice prefiere esquivarlo. “Musicalmente, no tiene una definición real”, afirma Xavier encogiéndose de hombros. “Daft Punk, Air, Phoenix, Cassius… Ninguno de nosotros suena igual. No es un género, es una vibra, una especie de romanticismo francés. Amigos que reinterpretan las influencias anglosajonas a través de una lente local”. Y nos dibuja un árbol genealógico: “¿Air? Elegancia flotante al estilo francés. ¿Phoenix? Rock californiano hecho en Versalles. ¿Daft Punk? Chicago house filtrado a través de los suburbios de París. ¿Y Justice? Un turista japonés que sueña con París: se baja del tren, le insulta un tipo en una moto, le caga una paloma encima, y le roban la billetera en cinco minutos. El síndrome de París”. Xavier echa a reír. Entonces, ¿quién lleva ahora la antorcha? “Si el French Touch se midiera en métricas, seguro que David Guetta y DJ Snake serían probablemente sus mayores abanderados. Pero ¿el espíritu? Eso es más difícil de definir”.
Aun así, si Hyperdrama representa algo, es esto: reconstruir a partir de lo mínimo. Carne, luz, fe… y distorsión. E incluso eso se rediseña. Ya no incluyen samples, es un proceso demasiado lento, demasiado desordenado, demasiado aleatorio. Ahora construyen su propia biblioteca de sonidos, esculpiendo fragmentos desde cero: más ligeros, más limpios, más flexibles. “El sampling es romántico, pero lleva mucho tiempo”, admite Xavier. “De esta manera, ganamos control y dejamos a un lado los accidentes. Lo cual es un poco triste, porque los accidentes solían ser oro. Daft Punk eran los reyes de eso. Podían convertir medio segundo de groove en un himno global”.
Entonces, ¿dónde encaja la IA en todo esto? Asienten con la cabeza, pero no se inmutan. “La IA es intrigante, por ahora”, dice Xavier. “Pero, como cualquier herramienta, todo depende de cómo se utilice. Si la indicación es mala, el resultado es malo. Puede ser impresionante, pero no necesariamente bueno. Sin una idea sólida, es solo un truco”.
Dicho esto, está democratizando las cosas. “Ya no se necesita un estudio de 40 pistas ni una orquesta completa. Solo ideas. Eso es emocionante”. Pero el acceso conlleva una sobrecarga. “También inunda el mundo con miles de millones de canciones mediocres”, añade Xavier. “La escasez ha desaparecido. Y no hay vuelta atrás”.
Gaspard se suma: “Los seres humanos eligen la comodidad. No habrá un despertar masivo tipo: ‘¡Espera! ¿Lo ha hecho la IA? Me niego a escucharlo’. Esa línea ya se ha cruzado. Algunas bandas de k-pop son completamente generadas por IA —cara, voz, video— y están arrasando. Solo espero que todo esto provoque una reacción punk; un verdadero retorno al ‘hazlo tu mismo’”.
Xavier sonríe. “Así es cómo suele suceder. Primero, nos precipitamos hacia el futuro. La IA me recuerda a los alimentos congelados de los años 80, todo el mundo estaba asombrado. ‘Solo hay que añadir agua y voilà, ¡boloñesa en polvo!’. Entonces, llegó la comprensión: ‘Un momento… ¿y si volvemos a cocinar algo de verdad?’”.
Y ahí, en algún lugar entre la pasta en polvo y la luz sinfónica, es donde vive Justice. Sin resistirse al futuro, sin rendirse ante él, sino remezclándolo en una luz blanca cegadora.













