Sol Ortega, la DJ argentina que representará al país en la Creamfields este fin de semana
Cuando Sol Ortega tenía 17 años y todavía le faltaban unos meses para terminar la secundaria, tuvo su primer DJ set en un bar de Monte Grande, en Esteban Echeverría, una ciudad a 28 kilómetros de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Esa noche fue junto a su familia —su padre era DJ de boliches de la zona— y empezó a hacer lo suyo: tiró remixes de Depeche Mode, algo de techno minimal, funk y disco. De pronto, la gente que estaba sentada tomando algo comenzó a pararse y a bailar. “Cuando vi que se armó una fiesta en el lugar dije: ‘Uy, soy buenísima’”, recuerda quince años más tarde y consolidada como una de las representantes del techno—house argentino en el mundo. “Al tiempo, mi papá me contó que le empezó a pagar tragos a las personas para que se quedaran y se pusieran a bailar”.
Esa noche arrancó la carrera como DJ de Sol, que este fin de semana será, por segundo año consecutivo, parte del line up de la edición argentina de Creamfields, uno de los eventos de música electrónica tope de gama a nivel mundial, que este sábado volverá a realizarse en el Parque de la Ciudad. En 2024 Sol salió a escena alrededor de las cuatro de la tarde, cuando la cosa empezaba a tomar forma. Este año su presentación está pautada para las 19.30, como previa a los shows centrales. “Me sorprende mucho que me vuelvan a convocar y como parte del line up internacional. No lo puedo creer”, dice a modo de reflexión sobre su lugar en el festival. “Lo siento como una revancha. El año pasado respeté mucho al slot y toqué más tranquilo de lo que me hubiese gustado”.
Sol Ortega, que es una suerte de Florence Welch electrónica —rostro afinado, el pelo lacio cayendo y contextura delgada— con tatuajes en los brazos, es la única argentina en una grilla que encabezan David Guetta, Armin Van Buuren, Argy y Cassian. Ella dice que ganó su lugar porque en 2024 y lo que va de 2025 le fue muy bien. Que es un reconocimiento a eso, que también se refleja en su presencia en sitios emblemáticos de la escena en todo el mundo —Berghain, Watergate, Tresor y Fabric London— y compartiendo cartel con figuras como Richie Hawtin y Kevin Saunderson.
“Sol, en cierta medida, representa al techno argentino afuera”, dice Nicolás Dimbicki, productor y broker de la escena electrónica nacional. “Realmente se armó un camino, está muy bien en el mundo de los vinilos y el circuito internacional”.
Nicolás, de 38 años, empezó su carrera en la industria musical —o del entretenimiento o de la música electrónica— cuando tenía unos 16 años. Oriundo de la ciudad de Rosario, creció en una familia vinculada a la producción de eventos. Eso se tradujo en ser plomo, en levantar pantallas, cargar cables e ir aprendiendo cuestiones técnicas. Así fue escalando en la industria, en la que lleva cerca de dos décadas.
Para él, Argentina es una meca en el universo de la electrónica y la música global. “Todos los DJ y los artistas quieren venir acá por la pasión, tenemos esa pasión que es como del fútbol y que se ve representada en la pista”.
Nicolás, que tiene contacto frecuente con lo que sucede más allá de las fronteras —por ejemplo, es la persona detrás de los shows que dio Fatboy Slim en el país hace algunas semanas—, también se toma el tiempo de dar vuelta la ecuación: “¿Qué somos nosotros como material de exportación en la música electrónica?”, se pregunta. “Creo que somos muy poco, que tenemos cuentas pendientes. Creo que los talentos están, que hay mucha capacidad artística acá”.
Aunque Sol es la única DJ nacional que va formar parte del segmento internacional de Creamfields, hay figuras de la escena local que conforman una suerte de grilla made in Argentina que van desde el dúo E110101 —que trabaja con Sol en sus producciones audiovisuales— hasta DJ Pareja, Martín Huergo, Pampa y Sol Porro, entre otros.
“Me parece que en la música electrónica no hay una camaradería, no hay como eso de circuito colaborativo que sí lo tuvo la cultura urbana”, agrega Nicolás trazando un paralelismo que —ya verán— parece acertado. “Lo que hicieron muy bien los chicos fue juntarse entre ellos: se agitaban, se hypeaban los lanzamientos de canciones, colaboraban con sus comunidades y terminaban ganando todos. Creo que es una carencia estructural”, remata.
Por su lado, Sol, que además de su faceta djing tiene su costado de productora musical y gestora cultural —hace unos años fundó Máquina Latina, un proyecto que busca visibilizar a artistas de la escena desde la producción musical hasta la gestión de eventos— agrega que “no nos deja de costar hacer cosas con la electrónica. Si no tenés la plata, si no tenés todas las habilitaciones, más un montón de trabas que te ponen, cuesta hacer cosas. Y siento que cada uno está en su propio camino y nos cuesta unificarlo todo y darnos cuenta de que podría crecer mucho más así”.

En 2018 Sol Ortega tuvo su primer viral. La invitaron a ser parte del Boiler Room, un streaming de música electrónica de alcance global del que fueron parte figuras como Richie Hawtin, Carl Cox, y Charli XCX y del que también formarían parte más tarde los argentinos Peces Raros y Pampa, por ejemplo. Pero ahí, bajó ese atardecer al lado del río y entre un selecto grupo de público que se movía entre sus bandejas, Sol desplegó la faceta más chill de su repertorio —que se construye con un mezcla de techno classic con house, que dentro del linaje del género responde a la estética sonora de Detroit, con una base de soul, funk y hip hop—. La visibilidad que la plataforma tiene a nivel internacional fue su check in al mercado mundial. Su free pass al mundo.
Así, un par de años antes de la pandemia y la explosión de TikTok, el universo digital impulsó a Sol. Pero fue en 2020 que una nueva escena y un público joven renovaron la música electrónica argentina a partir de escuchar y hacer música —y bailar— en sus casas, vía redes sociales.
“A través de TikTok un montón de gente empezó a acceder a la música electrónica y empezó a gestar sus propios proyectos”, dice Sol. “Y de repente, hubo nuevas oportunidades para el techno en toda Argentina”, sigue haciendo zoom in en el subgénero del que se siente más parte. Y luego, vuelve sobre lo macro: “Pero siempre fue y sigue siendo una escena muy dividida”.
“La pandemia nos aceleró”, dice Nicolás. “Y nos dio una camada de nuevas generaciones de artistas nacionales que empezaron a meterse muy fuerte dentro de la industria”.
Desde el presente, Nicolás traza una breve línea de tiempo en la historia reciente de la música electrónica argentina. Comienza a finales de los años noventa y principios de los2000 con lo que él llama “presidencia fundadora” y que remonta a la aparición de la disco Pachá, a los festivales como Energy Radio o Moonpark. Que luego continuó su ascenso y tuvo su pico mainstream y radial —Metro— y cayó sin escalas con las muertes en la Time Warp de 2016. De ahí al exilio de la industria y la clandestinidad. Hasta que llegó la pandemia y esos chicos que cuando nació TikTok asomaban a la mayoría de edad entraron en el mundo de la electrónica y hoy, 2025, son el gran motor de la escena. En especial en el nicho del techno más oscuro. Como pasó, unos años antes, cuando un grupo de pibes que rimaba en plazas y subía videos a YouTube y después a Instagram, creó la escena del trap en Argentina.
Por estos días Netflix estrenó Rockstar, el documental que repasa —con un tono de narrativa oficial— la carrera de Duki, y, casi como consecuencia directa, la formación de la escena urbana. Ahí se puede ver la unión de artistas de la que habla Nicolás. Incluso, el clímax de la historia —de Duki y del trap— son sus dos shows en River y el otro en el Santiago Bernabeú de Madrid. Ahí se puede ver a otros referentes de la escena: Neo Pistea, Ysy A, Nicki Nicole, Bizzarap. Todos celebran ese logro como algo colectivo. Ese empuje fue el que puso al trap local en escenarios como los del Lollapalooza y el Cosquín Rock. Incluso, tuvo su propio festival con el Buenos Aires Trap.
Algo de eso está empezando a suceder con la música electrónica. El Cosquín Rock 2026 tiene entre sus highlights a The Chemical Brothers. Pero antes, por ejemplo, el Festival Bandera de Rosario va a tener a Deep Dish y el Wine Rock de Mendoza cerró con el francés Sebastian Leger después del show de El Kuelgue.
“Creo que a este tipo de festivales le podemos sumar artistas electrónicos en el closing”. dice Nicolás. “Si la curaduría entre el artista o banda que está antes y el que sigue tiene una lógica dentro del sonido, no algo totalmente dispar, hay una oportunidad linda”.
La unión entre el rock y la música electrónica no es algo novedoso, pero sí está encontrando su forma actual en la nueva escena. Dentro de esa búsqueda, Creamfields 2024 no solo representó el regreso del festival al país, sino que también fue un banco de prueba con los shows de Peces Raros —quizás la banda contemporánea argentina que mejor entendió eso de fusionar el rock con la electrónica— y el de Babasónicos en mix techno.
Ese anclaje local estará corrido del rock este año y estará a cargo de Sol, que cuenta que hoy suele ir más a recitales que a fiestas en clubs. Ahora, por ejemplo, está fanatizada con el chileno Álex Anwandter, a quien vio en vivo hace unos días. Pero también se nutre mucho de la escena local. “Tengo discos de Mercedes Sosa hasta Moderato. Los Babasónicos me gustan mucho acá, desde chica”, dice. “Y actuales: Marilina Bertoldi, Luca Bocci, Usted Señalemelo, Bandalos Chinos”.
Mientras habla de la música argentina actual, enfocada en sus gustos y su experiencia tanto como público como performer, retoma un eje que parece central en la base que sostiene la industria nacional: “Argentina es especial, la gente es especial, y siempre es una fiesta. En mi caso, a través de la gente empecé a sentir que soy local y que tengo mi comunidad, como que la gente es pasional y es fiel a lo que les gusta y bancan a los artistas nacionales, y está bueno eso. Somos orgullosos también de lo nuestro”.