Cinco días en la Tierra de promesas

“Eran las seis de la mañana. Estábamos bailando y de pronto el cielo se llenó de drones. Al principio pensamos que eran parte de la producción del festival, así que saludábamos con la mano y sonreíamos creyendo que nos estaban filmando. Enseguida vimos chispas en el cielo y, una vez más, ingenuamente, creíamos que eran fuegos artificiales. Todos estábamos tan emocionados. ¡Fuegos artificiales en un festival en Israel! ¡Wow! Pero unos minutos después se cortó la música y recuerdo que fue como un torbellino de luces en el cielo. Estábamos en shock, sin saber cómo reaccionar. De ahí en más, todo fue una pesadilla”.

Día Uno: La masacre de Re’im

Chen Malca tiene 26 años y cuenta con total naturalidad sus recuerdos del drama que vivió dos años atrás, una película de horror, sangre, barbarie y muerte que marcaría un antes y un después para ella y para otros miles de personas aquí en Israel. La peor pesadilla jamás imaginada, que se convirtió en el kilómetro cero de un nuevo conflicto bélico entre israelíes y palestinos que, veinticuatro meses después, aún no llega a su fin.

Chen es una de las sobrevivientes del ataque terrorista sufrido en Israel el 7 de octubre de 2023. Una de los 3.000 jóvenes que asistieron al festival de música electrónica Nova, que se llevó a cabo en un bosque cercano al kibutz Re’im, al suroeste de Israel, a una hora y media de Tel Aviv y a escasos tres kilómetros de la frontera con Gaza. Aquella mañana, se calcula que aproximadamente 7.000 terroristas ingresaron por tierra a territorio israelí, en vans, motos y a pie, por una docena de diferentes puntos de la frontera, asesinaron a 1.200 personas y tomaron de rehenes a otras 250.

El ataque comenzó a las 6.15, con el lanzamiento de al menos 2.000 cohetes desde Gaza hacia la frontera de Israel, en lo que resultaría una eficaz maniobra distractiva por parte del grupo fundamentalista palestino Hamás, al frente del gobierno en la Franja de Gaza desde 2007. Esas fueron las explosiones que Chen y tantos otros imaginaron ingenuamente como el preludio de lo que sería el momento cúlmine del festival. Pero esas luces lejos estaban de anunciar el inicio de una fiesta. Grupos comandos de Hamás y gazatíes se infiltraron por donde nadie esperaba, atacaron a los kibutz más cercanos a la frontera, tomaron la autopista que comunica el suroeste israelí con el resto del país y armaron una trampa mortal para quienes bailaban despreocupados en el festival.

FOTO: Gentileza Eclipse Media

La música se cortó unos minutos después de las primeras explosiones y los pocos uniformados que había en el festival comenzaron a dar órdenes para que los jóvenes se volvieran a sus casas o se refugiasen donde pudieran. Los cohetes lanzados, muy probablemente, serían interceptados por lo que todos aquí conocen como el “Domo de Hierro”, uno de los sistemas de defensa aérea más sofisticados del mundo. A estas alturas, con la experiencia de décadas de conflicto, nadie en Israel pensaba que sería posible un ataque terrestre y mucho menos de tal magnitud.

Cuando el público desconcertado inició su peregrinación hacia la salida, se encontró con grupos de terroristas que esperaban armados en la ruta para aniquilar todo a su paso. En su intento desesperado por escapar, Chen asegura haber recorrido kilómetros de ruta repletos de autos chocados y cuerpos ensangrentados, chicos y chicas que iban y venían buscando salvarse de alguna forma, refugios en llamas, gritos, disparos y kibutz copados por grupos de extremistas palestinos, tomando rehenes, disparando sobre sus cabezas. “Vimos muchos cuerpos acribillados, con agujeros de bala por todos lados, partes humanas tiradas por el piso, imágenes muy gráficas que ojalá nunca hubiera visto”.

Chen es una joven diminuta, de cejas pobladas y mirada franca, y cuenta su tragedia personal sin atisbos de desmoronarse. Lo hace incluso de una manera cándida y muy segura de por qué está esta tarde de casi cuarenta grados contando con detalles su horror personal ante un grupo de periodistas. En el momento de la masacre, Chen trabajaba para el Ministerio de Cooperación Regional, una oficina gubernamental con el objetivo de fortalecer el vínculo entre Israel y los países de la región, especialmente con Gaza. “Una semana antes del 7 de octubre, habíamos organizado un torneo de fútbol entre niños israelíes y niños de Gaza”, asegura.

Dice que vivió en shock varios meses después de la masacre, que le costó volver a dormir bien y que nunca regresó a su trabajo. Ahora, se dedica a narrar una y otra vez lo sucedido aquel día, como parte del staff del Nova Festival Victims Memorial, construido en el mismo lugar donde se realizó la fiesta electrónica.

El Memorial construido en Re’im, donde se llevó a cabo el festival Nova el día de la masacre.

Allí se puede conocer la historia de cientos de jóvenes que murieron ese día, como la de los hermanos Osher y Michael Vaknin, productores de parte del evento que se escondieron junto a otras quince personas debajo de una de las barras de expendio de bebidas hasta que fueron descubiertos y acribillados; o la de las mellizas Amit y Shany Levy, que se metieron en un container de basura para ocultarse de los terroristas, que finalmente descubrieron que allí se habían escondido varios jóvenes y les dispararon a mansalva. Amit murió y Shany sobrevivió haciéndose la muerta, debajo de una decena de cuerpos.

Los carteles con los retratos de los chicos y chicas asesinados, omnipresentes en todo Israel, ocupan el área central del Memorial, rodeados por reproducciones en metal rojo de la flor oficial del país, la anémona roja. Los caminos que se adentran al bosque también están cubiertos de homenajes a las víctimas, incluyendo monumentos o monolitos como el que recuerda a DJ Kido, una leyenda de la escena trance israelí que tocó en el Nova y murió a manos de los terroristas luego de salvar a una decena de chicos y chicas. En total, aquí asesinaron a 380 jóvenes y secuestraron a otros 40.

Cientos de personas deambulan hoy por el predio, rezan y lloran en silencio. Un silencio que se rompe cada tanto con algún estruendo que llega desde el cielo. No son respuestas a sus plegarias. Son las bombas que continúan cayendo del otro lado de la frontera, ahí nomás, en Gaza, como ocurre constantemente desde el día siguiente a la masacre, en el marco de una contraofensiva del poderoso ejército israelí que está desolando el territorio palestino desde hace 730 noches y sus horrorosos días.

Día Dos: Volver a bailar en Tel Aviv

“Bring them home now”. Los rostros de los rehenes miran de frente a los ojos de quienes se atrevan a llegar hasta cualquier ciudad de Israel en estos tiempos complejos. Que no son muchos, por cierto, ya que el turismo en este país, y en la zona, se ha reducido drásticamente durante los últimos dos años de conflicto con el mundo árabe. Los afiches con la fotografía y los nombres de los secuestrados el 7 de octubre de 2023, acompañados por la frase “Tráiganlos a casa ya”, empapelan las paredes y las plazas de Tel Aviv, las tiendas y los mercados de Jerusalén, el puerto de Haifa y los refugios públicos de todas las rutas que interconectan a Israel, de norte a sur y de este a oeste. También hay en todas partes pintadas y grafitis y cintas y banderas amarillas, el color que recuerda a los rehenes y que para sus familiares simboliza la reivindicación de la paz, el pedido de entendimiento con Hamás y el fin de la guerra en la Franja de Gaza.

En las calles de Tel Aviv, no hay quien no tenga una posición tomada al respecto. Muchos ni quieren escuchar a estas alturas sobre la posibilidad de negociar la paz con Hamás. Están en modo “tres monos sabios”: no ven, no escuchan y no dicen nada acerca de lo que ocurre del otro lado de la frontera. Para ellos, la prensa internacional miente, por complicidad o por temor, cuando acusa al ejército israelí de estar masacrando no solo a los extremistas sino a todo el pueblo palestino. Pero una buena parte de la sociedad, especialmente en esta ciudad a orillas del Mediterráneo, la capital cultural y más cosmopolita del país, milita fuertemente por la paz, aunque para ello haya que negociar con los vecinos terroristas. Los primeros dicen que perdieron “la batalla mediática” y de ahí el boicot internacional. Los segundos sostienen que Benjamin Netanyahu abandonó a los rehenes a su suerte y que su gobierno de extrema derecha está llevando a Israel a un callejón sin salida.

“Nadie acá volvió a ser completamente feliz desde el 7 de octubre”, dice Sebastián, el guía argentino de 48 años que desde hace un cuarto de siglo vive en Israel y que acompaña a (mucho) sol y (poca) sombra a Rolling Stone en este viaje, una invitación del Ministerio de Relaciones Exteriores israelí, para ser testigos del concierto conmemorativo por los muertos y los rehenes que aún siguen en poder de Hamás (50 en el momento de escribir este artículo), a dos años de aquella fecha trágica. El Nova Healing Concert se embandera bajo el lema “We will dance again” (Volveremos a bailar) y es la primera convocatoria musical multitudinaria desde que se reactivó el conflicto.

Familiares de las víctimas pidieron en el festival Nova que el gobierno presione para que devuelvan a
los rehenes. FOTO: Gentileza Eclipse Media

“Necesitamos un encuentro como este, para poder bailar libremente y recordar a nuestros muertos. Ellos son nuestros ángeles”, dice Leah, de 33 años, que llegó hasta el Yarkon Park, donde se realiza el concierto, acompañada por un grupo de diez amigas y amigos. Arriba del escenario, el dúo de DJ Infected Mushroom abre la jornada con el sol cayendo detrás suyo. Luego llegarían distintos DJ locales compartiendo escena con artistas de la música popular de este país. Una fiesta para recordar, pero también para olvidar la pena al menos por unas horas.

Tres generaciones de israelíes se cruzan. Adultos mayores de más de 80 años emocionados hasta las lágrimas, niñas y niños que corren felices por el parque y jóvenes que saltan con frenesí mientras extienden sus brazos al cielo. En total son cerca de 30.000 personas las que cubren el parque en esta calurosa noche de verano. Muchos sobrevivientes del festival Nova y una buena cantidad de familiares de jóvenes que estuvieron allí y no regresaron a sus casas. Todos bailan y la palabra resiliencia es la más escuchada.

FOTO: Gentileza Eclipse Media

Para alguien que llega desde lejos, las preguntas se superponen: ¿Se puede bailar en medio de la guerra? ¿Es ético disfrutar de una noche de música al aire libre mientras a unos pocos kilómetros un pueblo vecino muere de hambre? Y al mismo tiempo: ¿Por qué no se podría recordar con alegría a los seres queridos que de un día para el otro ya no están? ¿Se puede ser feliz entre tanto dolor? Las respuestas, más que nunca aquí, en esta tierra de promesas envuelta en sangre, sudor y lágrimas, soplan en la brisa que finalmente llega para aplacar la noche.

Día Tres: Muerte y destrucción en Gaza

“La situación acá es catastrófica. El 70 por ciento de lo que era Gaza está destruido. El colapso es completo, no existe la sociedad ni el orden público y la desesperación de la gente por los alimentos es total”.

Guillherme Botelho es un fotógrafo brasileño que desde hace trece años coordina distintos proyectos de emergencia en la ONG Médicos Sin Fronteras (MSF). Acaba de salir de Gaza después de dos meses de trabajo en la región. “Llegué por primera vez en enero de este año, durante la tregua, y cuando las cosas estaban mejorando un poco, para lo que es la situación aquí. Los palestinos mismos empezaban a soñar otra vez con que podían tener una vida normal y reconstruir lo poco que les quedaba. Pero el 2 de marzo se volvieron a cerrar las fronteras y a los pocos días recomenzó la guerra. Me fui y volví en junio, cuando se volvieron a abrir, pero los camiones llegaban a cuentagotas. Después de dos meses sin comida y sin suministros médicos ni de higiene y sin combustible, la situación empeoró mucho”.

El informe de MSF de agosto de este año concluyó que “los datos médicos y testimonios de pacientes aquí documentados ofrecen apenas un atisbo de la magnitud de la violencia. Pero ese atisbo es condenatorio. Niños baleados al intentar conseguir comida. Personas asfixiadas en estampidas. Civiles golpeados, aplastados y traumatizados psicológicamente en el mismo lugar al que acuden buscando alivio. En ninguna otra parte del mundo donde trabaja MSF —incluyendo las zonas de conflicto más volátiles— se toleraría un nivel semejante de violencia en torno a un sitio de ‘distribución de ayuda’”.
Las condenas internacionales hacia el ataque desmedido de Israel luego de la masacre del 7 de octubre se han incrementado este año. Distintas ONG y gobiernos europeos de peso, como los de Gran Bretaña y Francia, le exigieron a Netanyahu el alto el fuego, incluso amenazándolo con reconocer al Estado Palestino si no lo hiciera. Mientras tanto, en Israel, la gente de pie dice que es mentira que los camiones humanitarios no pasen la frontera, sino que el propio Hamás los saquea para revender en el mercado negro, y sigue insistiendo en que lo único que hará negociar al grupo terrorista es primero ocupar su territorio.
Entre tanta desinformación de un lado y del otro (la prensa internacional no tiene acceso a Gaza), Botelho asegura que ya son más de 60.000 los muertos en Gaza y que los bombardeos y los cientos de incursiones militares dejaron un saldo de 140.000 heridos. “Muchos perdieron miembros o han sufrido quemaduras. Hay muchos niños que perdieron toda su familia. En todo este tiempo trabajando para MSF nunca vi algo igual. Ni en Libia ni en Congo ni en Sudán del Sur. Es el momento de que la comunidad internacional deje de opinar y tome las acciones necesarias para lograr la paz”.

Un grupo de palestinos se mueve dentro de un campamento de refugiados en Gaza. FOTO: Gentileza Guillherme Botelho

Entre las voces reconocidas mediáticamente que se alzaron para condenar el accionar del gobierno israelí, por estos días se sumó la de Bono, cantante de U2, intentando hacer equilibrio entre uno y otro lado: “Sabemos que Hamás está utilizando el hambre como arma en la guerra, pero ahora también lo está haciendo Israel, y siento repulsión por este fracaso moral. El gobierno de Israel no es la nación de Israel, pero el gobierno de Israel liderado hoy por Benjamin Netanyahu merece nuestra condena categórica e inequívoca. No hay justificación para la brutalidad que él y su gobierno de extrema derecha han infligido al pueblo palestino… en Gaza… en Cisjordania”.

Una semana después de las declaraciones del músico irlandés, se llevó a cabo una masiva marcha en todo Israel, que tan solo en Tel Aviv, según una estimación del Foro de las Familias de Rehenes, congregó a 350.000 personas para exigirle al gobierno un acuerdo inmediato de alto el fuego con el grupo terrorista Hamás que permita la liberación de los rehenes aún cautivos.

“La normalidad en la región no es algo que se pueda lograr de un día para el otro, pero la solución pacífica no existirá sin que los rehenes sean liberados y que el ejército israelí detenga los ataques”, insiste Botelho. “Es algo complicado que no tiene solo que ver con esta guerra o con la masacre del 7 de octubre, sino que viene de muchos años atrás, desde 1948, con altos y bajos en el conflicto. Pero hoy se necesita con urgencia un acuerdo para que ambos pueblos puedan volver a convivir en paz”.

Día Cuatro: Terminen esta maldita guerra

“End this f * cking war”. Un hombre cruza la Plaza de los Rehenes cubriéndose del implacable sol del mediodía apenas con su gorra roja con la inscripción “Terminen esta maldita guerra”. El termómetro llega otra vez a la frontera de los 40 grados y este espacio tomado por los familiares de los rehenes, ubicado en la zona de rascacielos de Tel Aviv, frente al Museo de Arte Moderno, arde en cada uno de sus rincones.

Desde noviembre de 2023, esta plaza estratégicamente cercana a la sede de las Fuerzas de Defensa de Israel es el epicentro de las manifestaciones convocadas por los familiares de los secuestrados por Hamás, para reclamarle al gobierno de Netanyahu el cese del fuego y el regreso inmediato de sus seres queridos.

En estos dos años, una serie de obras de arte en conmemoración y distintos homenajes fueron copando distintos puntos de la plaza de cemento. Un auto completamente incendiado, esculturas de mujeres y niños, una mesa de Shabat vacía y un túnel que simula las terribles condiciones en las que vivieron y aún viven los rehenes. En el centro, un joven toca una hermosa melodía en un piano con la frase “You Are Not Alone”, instalado allí por la madre de Alon Ohel, pianista de 24 años secuestrado durante el ataque al festival Nova.

Un joven israelí toca el piano en una de las instalaciones de la Plaza de los Rehenes, en Tel Aviv.

Todos los jueves, los familiares y amigos de Eviatar David, otro músico de 24 años capturado también aquella misma noche, se juntan en la plaza para hacer una jam en su honor y recordarlo de la mejor manera, mientras esperan novedades. “Tocamos música para él y mantenemos su espíritu”, cuenta su primo Jhonattan Guttman. “Él toca la guitarra y quiere estudiar producción musical. La atmósfera en esos días no siempre es muy triste; a veces es un evento alegre, un espacio para que la familia sane a través de la música, para liberar malas energías, para estar juntos. A veces pasa algo más intenso, a veces aparece un recuerdo sobre la mesa y sentimos que él casi está aquí. Son altibajos”.

Eviatar fue noticia a fines de julio pasado por un video difundido por Hamás. El joven aparece allí demacrado, junto a un calendario que marcaba los días que comía y los días que no. “Se lo ve al borde de la muerte. Los terroristas lo usan como una herramienta, como propaganda. Eso es lo que hacen con él. Parece salido de un campo de concentración, como si estuviera en el Holocausto. Es muy duro verlo así. Sólo espero que algo cambie y que haya presión internacional para que se llegue a un acuerdo, sobre todo sobre Hamás. No tiene sentido seguir luchando: lo que se necesita es un final. Todos necesitamos poder respirar, necesitamos ver a los nuestros de vuelta. No tiene sentido seguir peleando mientras los nuestros están allá. Ellos podrían ser liberados hoy mismo, si hubiera voluntad”.

¿Cómo creés que puede llegar a terminar todo esto?

No lo sé, pero tiene que ser por una negociación. O bien una negociación que llegue a algún compromiso, o que Hamás deponga las armas. Esa es la única manera en que esto termine bien.

Día Cinco: Un DJ en una misión imposible en Jerusalén

“Toda mi vida creí que la única solución es la de dos Estados y lo sigo creyendo. Dos Estados viviendo uno al lado del otro, con libertad y todo lo que una persona debería tener en la vida. La guerra debe terminar ya, deberíamos llegar a un acuerdo ahora mismo”. Ramzy Al Spinoza creció en Jerusalén en una casa en la que vivía junto a toda su familia ampliada: abuelos, tíos, primos, padres y hermanos. Su abuela había llegado desde Alepo, Siria. Una familia judía religiosa, pero de cultura árabe. “Mi abuela y mis padres hablaban árabe, la comida era árabe, las películas y la música también”.

Once años atrás, su abuela, con quien mantenía una relación muy cercana, enfermó de cáncer y de camino al hospital para visitarla escuchó en Facebook por primera vez una canción llamada “Wa Nueid”, perteneciente a la banda libanesa Mashrou’ Leila. “Nunca había escuchado ese tipo de música árabe. Yo solo conocía las canciones clásicas de artistas como Oum Kalthoum, Farid Al Atrash, Fairuz. Y de repente escuché este folk indie árabe. Le puse la canción a mi abuela y a ella le encantó. Busqué más canciones para pasarle a mi abuela y me crucé con otros artistas así: Yasmine Hamdan, Maryam Saleh y YouTube me fue llevando por ese agujero de conejo hacia toda esta música nueva. Al poco tiempo, mi abuela falleció y yo me quedé con toda esta música”.

Un DJ amigo de Ramzy le propuso armar una noche dedicada a esta música árabe contemporánea y así nació Monolingual, una fiesta que aúna la cultura árabe e israelí que aún hoy sigue siendo la marca del ahora DJ Ramzy. “Aquella primera noche fue un éxito y el local estaba lleno de hipsters judíos. Nos pidieron hacerla otra vez, pero mi amigo viajó a India y entonces me tuve que hacer cargo. Una noche, en medio de mi set, un chico se me acerca y me dice: ‘La canción que estás poniendo ahora es mía’. Así conocí a Mohamed Mugrabi, del campo de refugiados de Shuafat. Le pedí su número y lo invité a tocar en el siguiente evento. Cuando él vino, trajo consigo un público del lado árabe de la ciudad. Y de pronto, vi por primera vez en mi vida a una chica con hiyab —solo con los ojos descubiertos— bailando en un club nocturno en Jerusalén, junto a un religioso judío, junto a un chico LGBT sin camiseta… Así fue que se creó el primer espacio seguro compartido entre árabes y judíos en la vida nocturna de Jerusalén”.

DJ Ramzy jutno al MC libanés Muzi Raps. FOTO: Belén Mingrone

La noticia corrió rápido entre DJ y MC árabes, que pronto se acercaron a Ramzy y poco a poco se fue armando una crew intercultural. El cruce musical llegó al New York Times y Monolingual cruzó las fronteras. “En un momento decidí hacer un álbum con los artistas y de esa manera convertirme también en una especie de sello. Fue algo rarísimo, porque no hay muchos eventos de audiencias mixtas, casi no existen”.

Pero nada fue sencillo. Con el éxito llegaron las cancelaciones de movimientos palestinos como BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones), que acusaban a la movida de lo que ellos llaman “normalización”. “También la derecha organizó manifestaciones contra mis eventos. Nunca fue fácil. Incluso algunos de izquierda me acusaban de apropiación cultural. Siempre fue algo muy sensible y político. Siempre hubo resistencia a todo esto”.

Ramzy dice que durante una década Monolingual fue algo especial en Israel: “No había algo igual. Porque nunca hubo un espacio seguro en la vida nocturna para árabes y judíos. Ni ahora, ni tampoco antes. El impacto fue enorme. Una vez, un chico vino a mí y me pidió perdón. Y yo le respondí: ‘No te conozco, no sé por qué me pedís perdón’. Y él me explicó: ‘Entré al lugar, vi a todos los árabes, escuché la música, y pensé ‘qué carajo es esto’. Pero después recordé que mi padre solía escuchar música árabe… y esta música es buena. Así que tuve un proceso interno, y sentí la necesidad de disculparme con vos’. Otra vez, una coreógrafa ya mayor vino a bailar por primera vez con árabes en mi local y después decidió crear una obra de danza dedicada a esa experiencia. Otros me decían: ‘Estaba intentando levantarme a una chica en la barra, y de repente me contestó en árabe, y me quedé en shock. ¡Y encima era hermosa!’. La distancia es tan grande, que hasta esas situaciones tan banales resultaban sorprendentes”.

La música como motor para romper barreras y cruzar fronteras. “Mi idea era promover ídolos árabes, personas que puedan inspirar a los jóvenes árabes. Algo parecido a lo que ocurrió con los afroamericanos en Estados Unidos, que han tenido mucho éxito en el deporte y en la industria musical, lo que hizo que el racismo bajara un poco. Que hagamos algo juntos no significa que evitemos o ignoremos el sufrimiento de los palestinos. Es simplemente dar un espacio en el escenario a una voz que no se puede escuchar en ningún otro sitio”.

Es Shabat en Jerusalén y mientras miles de familias judías caminan por las laberínticas calles de la ciudad vieja para congregarse frente al Muro de los Lamentos, los altavoces de las mezquitas convocan a uno de los rezos musulmanes diarios. El cruce cultural en esta ciudad es constante y tan natural que es difícil pensar en la desconfianza por el otro que por estos días reina en la región. DJ Ramzy nos invita a soñar con un futuro mejor a través de la música y nos dejamos llevar por los encantadores sonidos israelíes y las voces árabes que se entremezclan en su set, en el bar de una galería subterránea. “La mitad de la población judía israelí tiene raíces árabes. Eso significa que tenemos un terreno común de cultura y que podemos celebrarla juntos”, concluye Ramzy. Amén.

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