Jamaica-Argentina: la historia del disco que logró conectar el tango con el reggae
Para algunos, son dos mundos que jamás se tocan, pero para Feda Soto Roland las coincidencias entre el tango y el reggae son evidentes: “Los dos nacen en los barrios más pobres y tienen una raíz africana, ¿no?, y se convierten en íconos mundiales. Después, los rude boys jamaiquinos son todos machos, andan con armas, faloperos, misóginos hasta que la mina los deja y entonces se quedan llorando; y la mamá es lo más grande que hay. En el tango pasa igual, el guapo siempre está llorando porque una mina lo dejó”.
A partir de esa visión, Feda, productor, líder de la backing band de reggae porteña Guardianes de Gregory [que el viernes 19 se septiembre acompañará al jamaiquino Linval Thompson en Buenos Aires], exvoz de la banda marplatense Mombasa, se lanzó a una aventura de riesgo: experimentar con la fusión del ritmo jamaiquino y el compás criollo en un LP que uniera a músicos de los dos países.
Jamaica-Argentina. A Tango-Reggae Soundclash hoy es una realidad con diez tracks, en vinilo (formato gatefold, en una edición notable) y plataformas digitales. Un proyecto así jamás hubiera tenido éxito sin un profundo amor por el reggae, pulsión ostensible en Feda: “Mi pasión siempre fue Jamaica. Desde los 14, 15 años. Mi mujer me dice: ‘En alguna vida pasada fuiste jamaiquino o por lo menos viviste ahí’. Yo creo que algo de eso hay porque no tiene explicación racional”.
¿Y el tango? “El año pasado fallecieron mi viejo y mi vieja, Jorge y Enriqueta, los dos a los 93 años. Casi 70 de casados. Ya tenía previsto un viaje a Jamaica para grabar algo que aún no sabía qué era, y ahí se me prendió la lamparita: mi viejo había nacido en San Telmo en 1932, se peinaba a la gomina y le decían Gardelito. En casa se escuchaba mucho tango. Pero, a la vez, mis viejos se fueron educando en el reggae conmigo. Jamaica-Argentina es la unión de un país que quiero y una música que adoro, el reggae; y la unión mía con mis viejos”.
Desde que alguien decidió que cualquier cosa cabe dentro de los cánones de la bossa nova (incluídos los Rolling Stones), quedó claro que no toda aleación musical es igual de feliz. Pero el experimento de Feda partió con ventaja: dirigido por un conocedor del reggae fogueado por casi cuatro décadas, contó con la impronta infalible tanto de tangueros porteños como de un puñado de jamaiquinos que no podrían tocar mal reggae ni aunque lo intentaran.
Registrado en estudios de Kingston (Tuff Gong de los Marley, y Anchor) y Buenos Aires, el disco arranca con el demoledor riddim de “World of Reggae”, de Ini Kamoze, pero que el cantante Mykal Rose (Black Uhuru) convierte en “Kingston Hot” mientras Fernando Taborda fantasea con cómo sonaría el bandoneón si hubiera sido popular entre los locksmen de Trenchtown en los 70.
De ahí en más, Horsemouth Wallace (¡el mismo de la película Rockers!) puede tocar la bata mientras Cucuza Castiello canta “Yira Yira”; y el increíble Lloyd Parks da cátedra en el bajo para que Guillermo Bonetto, de Los Cafres, reimagine “Como dos extraños”.
Hay aciertos rotundos e intentos, como mínimo, dignos. Pero si un track termina de validar todo el concepto es el “Mano a mano” cantado por Chelo, de La Zimbabwe: es el momento de vibra más arrabalera y, a la vez, extrañamente, más rude boy, por cortesía de Horsemouth y Michael Fletcher (bajo y batería filo-ragga), la percusión del legendario Bongo Herman, el piano tanguero de Matías Fumagalli y más bandoneones de Taborda. Durante tres minutos, las distancias se acortan y todo tiene un nuevo y atractivo sentido.
Feda Soto Roland compartió en una charla con Rolling Stone el detrás de escena de su producción más ambiciosa.
¿Cuándo descubriste el reggae?
Vivía en Mar del Plata, donde pasé toda mi infancia. Un día me regalaron el cassette Rebel Music, de Bob Marley, y ahí algo me hizo click. Debe haber sido en 1985. Por otra parte, en una FM pirata de Mar del Plata estaba el primer programa de reggae en la Argentina. Se llamaba Radio Jamaica. Lo hacía un pibe que se llamaba Fabio. Había que hacer la parabólica humana para sintonizarlo, pero ahí conocí las primeras cosas que no eran lo que se conseguía en casete en la disquería de la ciudad. Burning Spear, Black Uhuru… Empecé a tener los primeros cassettes grabados. Me acuerdo que escuchamos Burning Spear varios meses sin saber qué era, porque el cassette no decía nada… Era el álbum Social Living, todavía lo tengo.
Me hice oyente del programa, llamaba por teléfono, iba al estudio. Y así, como a los dos años, el conductor me dice: “Vení a conducir conmigo”. Más tarde se fue a vivir a España y yo seguí con el programa, hasta que vine a Buenos Aires, alrededor de 1998. Por entonces empezaron a surgir las primeras banditas… Creo que una de las primeras se llamó Brigadier Sabari y yo empezaba a intentar tocar el bajo. Después armamos una banda que sonó un poco más en Mar del Plata, Madina do Boe, con un pibe que se llamaba Dante y era tartamudo, pero que cantaba cantaba rebien…
Otra banda, incluso anterior a nosotros, fue Nelson Lima y los Frutos Tropicales. Nelson era un brasilero que vivía en Mar del Plata. La primera vez que escuché un tema de Marley en vivo fue cantado por él. Tocaba con unos tipos que venían medio del punk, pero hacían reggae lindo. Y después, sí, surge Mombasa.
¿Cuándo viajaste por primera vez a Jamaica?
En 1996, y me flasheó mal. Fue un viaje cultural. Era la época del dancehall y el reggae estaba muy olvidado. Me acuerdo de que en vez de marihuana, en las calles te ofrecían cocaína; era el auge de la triangulación Colombia-Jamaica-Estados Unidos. Una época complicada, con mucha más violencia que ahora. Tengo mil historias. Cuando viene por primera vez Julian Marley a la Argentina, tenía 15 años. Fue en 1995. 14 o 15 años, era rependejito. Con un amigo de Mar del Plata, Maco McIntosh, lo perseguimos a todos lados en una motito, como unos pesados, tipo groupies. Así conocimos a dos coristas de Julian y les dijimos que al año siguiente iríamos a Jamaica, y nos dieron su teléfono. Y efectivamente al año siguiente fuimos a Kingston y las llamamos. Me acuerdo de que les dijimos: “Queremos ir a Trenchtown, donde empezó todo”. La cara de las minas… Nos dijeron: “Ustedes están locos. Nos van a matar a tiros”. Eran nacidas en Kingston y jamás habían ido a Trenchtown.
Nosotros éramos del reggae idealista, ¿viste? Pensábamos que todos los rastas eran amantes de la vida ascética y peace and love. Y cuando llegamos, había merca por todos lados, armas, un ambiente pesado. Entonces entendí que el reggae tiene lo mismo que cualquier otra cosa, sus luces, sus sombras, y que la filosofía no es tan dogmática. Hay un dogma, pero en definitiva es muy laxo. Tenés el que fuma marihuana, el que no, el que toma alcohol, el que no, el que come carne, el que anda en 4×4. No todos viven en la montaña, como quizás en nuestro idealismo de pibe de 20 años teníamos en la cabeza. Pero fue un viaje hermoso.
¿En qué consiste una backing band como Guardianes de Gregory?
Empezamos en 2017 a producir cosas, siempre de reggae. Hicimos un disco con [el bajista jamaiquino] Flabba Holt, que fue un sueño, y se mezcló en Jamaica. También grabamos como backing band de cantantes argentinos, como el Bahiano y Rodrigo Rey. Y después hicimos una serie de tributos en español, que es una idea que siempre tuve. Yo hablo inglés, pero mucha gente no, entonces creo que hay una parte del reggae que se pierden, ¿no? Como en toda la música, pero en el reggae todavía más, porque tiene letras de protesta, de amor, de introspección, un montón de cosas… Hicimos discos con distintos cantantes y versiones en español de Gregory Isaacs, de Israel Vibration, de Black Uhuru y uno de Peter Tosh, Bunny Wailer y Bob, pero tomando temas de sus carreras solistas, no de los Wailers. Con lo cual veníamos con esa onda de mixturar estas cosas en español y de Jamaica. Y eso es lo que lleva también a Jamaica-Argentina.
Cuando te aparece la idea de esta fusión de reggae y tango, ¿aparecieron también los reparos, por las críticas que podría generar?
A ver, nosotros ya desde el nombre de “Guardianes” apuntamos a defender un reggae roots, no te digo fundamentalista, pero sí muy jamaiquino, reggae original. Pero si te fijás en todos los músicos, de Lloyd Parks hasta Marley, de Bunny Wailer a Peter Tosh, ¿quiénes son sus artistas favoritos? Curtis Mayfield, Impressions, Brook Benton, toda esa música del 50, del 60 que ellos escuchaban y que decodificaron con su propio estilo. Entonces, podés ver que este es un ritmo con algo tan rico que parece que se pudiera mezclar con cualquier cosa. Reggae con electrónica, hay; reggae con música polaca, hay; reggae con samba, hay, reggae con lo que quieras, hay.
Cuando surge esta idea del tango, obviamente yo tenía en mente “Por una cabeza”, el tema que habían hecho Los Pericos. Pero mi idea era hacer un disco de reggae, no de tango, que decididamente fuera a la batea del reggae, porque es lo que nosotros hacemos. Yo no sé tocar ninguna otra música. Pensé que me gustaría hacer un acercamiento de Jamaica a Argentina, no sólo adaptar tangos al reggae, sino también agarrar un tema de reggae y ponerle algo de instrumentación tanguera, y que los músicos de los dos países se crucen. Que músicos argentinos toquen las bases rítmicas de temas jamaiquinos y que los jamaiquinos toquen las bases de los tangos adaptados.
¿Cómo fue grabar en Jamaica con personajes como Horsemouth Wallace?
Increíble. Estábamos en el estudio con él y lo mirábamos y estaba igual a como lo veíamos en la película Rockers, 50 años después. ¡El tipo que grabó en los discos más icónicos de los 60 y los 70! La misma forma de hablar, de moverse. De salud está así, un tanto golpeado, tuvo una vida muy dura. Vive en Spanish Town, un gueto. Y podría estar tocando en cualquier lado, pero no, ahí anda, lo han estafado, hoy depende de la hija. Lo mismo con [el guitarrista] China Smith, que de pronto pide donaciones para arreglar el techo de la casa… Por eso los tipos super valoran que piensen en ellos, que los llamen para hacer cosas. Por supuesto que a personajes como Horsemouth le mandamos las bases y no escuchó un puto tema antes de ir al estudio. Pero se sienta en la batería y, aunque es viejo y ya no le pega tan fuerte, tiene un groove increíble.
¿Y los estudios de grabación?
Están todos muy hechos pelota. Salvo Tough Gong, que es un poco más nuevo. De hecho, habían comprado una consola nueva, pero aún no la habían cambiado. Es así: se graba con lo que hay. Y encima queda buenísimo.
¿Alguno de los jamaiquinos había escuchado tango?
No, no, ninguno. Uno por ahí me dijo “sí, escuché”, pero la verdad es que no lo entendían mucho. Por ejemplo, el típico final de “chan, chan”, hasta eso les costaba. Lloyd Parks, por ejemplo, cuando se sentó a grabar me dijo: “Nunca toqué un tema que pase por tantas notas…”.