Álvaro Morte: El profesor se convierte en espía

Álvaro Morte se ha consolidado como uno de los actores españoles más reconocidos en la escena internacional, en gran parte gracias a su inolvidable interpretación de “El Profesor” en La casa de papel. Su carrera, sin embargo, no se ha limitado a ese fenómeno global. Ha transitado por el teatro, la televisión y el cine con proyectos muy distintos entre sí, evitando encasillarse. Ahora llega con Raqa, la nueva película dirigida por Gerardo Herrero y basada en la novela Vírgenes y verdugos de Tomás Bárbulo. En este thriller de espionaje, Morte encarna a un personaje atrapado en un universo de violencia, tensiones políticas y dilemas morales, que lo obligó a enfrentarse a un reto interpretativo mayor: actuar en una película con gran parte de sus diálogos en árabe. Conversamos con el actor sobre este desafío, el realismo de la cinta y la forma en que busca diversificar su carrera más allá de los papeles que lo hicieron mundialmente conocido.

Cuando recibiste la propuesta de Raqa, ¿qué fue lo que más te atrajo del proyecto?

Fíjate que cuando Gerardo Herrero, el director, me llamó para ofrecerme la película, me planteó dos cosas que me entusiasmaron. La primera era que quería hacer una película de espías, pero realista. Nada de coches deportivos ni cócteles agitados: él quería mostrar la soledad del espía, lo terrible de ese universo en el que transcurre la historia, y hacerlo desde una acción más verosímil, más cercana, no desde el artificio hollywoodense. Eso ya me interesó muchísimo.

Cortesía de Gseven

Y en lo personal, ¿qué te conectó con el personaje?

Había algo intrínseco en él que me parecía muy potente. Yo incluso le pregunté a Gerardo: “¿Por qué me quieres a mí y no a un actor de origen árabe?”. Y él me explicó que, según había hablado con Tomás Bárbulo, autor de la novela en la que se basa la película, este personaje tenía un origen mixto: uno de sus progenitores era español. Por eso su lengua nativa era el castellano, aunque debía hablar un árabe impecable. Eso me pareció fascinante porque me obligaba a enfrentarme a un reto muy exigente: casi un tercio de mis intervenciones en la película están en árabe. Te confieso que muchas veces me eché las manos a la cabeza pensando: “¿Por qué acepté esto?”. Pasé horas y horas intentando aprender frases imposibles, pero también fue muy enriquecedor como actor.

Más allá del idioma, ¿hubo momentos durante el rodaje que te marcaran de forma especial?

Por supuesto. Cualquiera que viva en este mundo y esté un poco abierto sabe lo que está ocurriendo en esos países, pero es distinto leerlo en un periódico a tener que meterte en la piel de un personaje que lo vive. Recuerdo una secuencia de una subasta… no quiero hacer spoilers, pero fue brutal. Estar allí, rodeado de figurantes que trabajaron con una entrega increíble, te hacía sentir que estabas dentro de un contexto de violencia extrema.

¿Cómo fue experimentar esa violencia aunque supieras que se trataba de ficción?

Era impactante. Sabías que en cualquier momento alguien iba a decir “¡Corten!” y todo se desvanecía, pero mientras estabas allí dentro, la sensación era sobrecogedora. Me invadía una emoción difícil de explicar: una mezcla de impotencia, miedo y rabia. Fue verdaderamente duro, aunque también revelador, porque como actor me obligó a conectar con una verdad muy incómoda.

Muchos se preguntan si hay algún vínculo entre Raqa y La casa de papel. ¿Encuentras puntos de contacto entre estos proyectos?

La verdad es que no. Raqa no tiene nada que ver con La casa de papel ni en narrativa, ni en personajes, ni en género. Son universos completamente distintos. Yo intento que mi carrera vaya por caminos variados, que me sorprendan. No me interesa repetir lo que ya he hecho.

Entonces, ¿no piensas en personajes soñados o en un plan de carrera predefinido?

No, para nada. A mí me gusta dejarme sorprender por las propuestas, como me pasó con Gerardo Herrero cuando me llamó. No pienso en un personaje para encajar en una estrategia de trayectoria. La única estrategia que sigo es no repetirme. Me interesa ir hacia lugares nuevos, hacia retos distintos.

Sin embargo, algunos temas pueden repetirse. ¿Te ha pasado?

Claro, todos tenemos pasiones que pueden coincidir en varios personajes. Por ejemplo, en la miniserie Dos tumbas, mi personaje Rafael Salazar se mueve por la venganza, igual que “El Profesor”. Pero la construcción es distinta, la forma de enfrentarse a esa venganza no tiene nada que ver. Es como el amor: todos nos enamoramos, pero cada persona lo hace de manera diferente. Con los personajes pasa lo mismo: pueden compartir motores emocionales, pero cada uno reacciona y actúa de forma única.

La película se rodó en Marruecos. ¿Cómo fue esa experiencia de trabajar en otro continente, con otro equipo y otra cultura?

Fue maravilloso. Trabajar con un equipo marroquí fue una auténtica delicia. Estar juntos, personas de diferentes culturas y religiones, remando en el mismo barco para sacar adelante una producción de este tamaño, fue enriquecedor y emocionante. Rodar una película es siempre un trabajo titánico, pero hacerlo allí me permitió descubrir otras formas de trabajar, otros ritmos y otras miradas.

Cortesía de Gseven

¿Te quedó algo personal de esa experiencia?

Muchísimo. Me llevé amigos para toda la vida. Gente a la que quiero mucho y que guardo en el corazón. Eso es lo más bonito que te puede dejar un rodaje: las personas. Yo repetiría sin dudarlo, pero eso habrá que preguntárselo a Gerardo Herrero. Yo, desde luego, me volvería a embarcar en una experiencia así.

Más allá de Raqa, ¿qué otros proyectos tienes en marcha?

Ahora mismo acabo de estrenar en Netflix Dos tumbas, una miniserie de tres capítulos que se lanzó el viernes pasado y que ya está funcionando muy bien. También estoy a punto de presentar en el Festival de San Sebastián Anatomía de un instante, dirigida por Alberto Rodríguez y basada en el libro de Javier Cercas. Ahí interpreto a Adolfo Suárez, el primer presidente democrático que tuvimos en España tras la dictadura de Franco. La serie aborda todo ese proceso de transición y, en particular, el golpe de Estado del 23 de febrero.

Suena como un papel cargado de responsabilidad histórica.

Sin duda. Ponerme en la piel de Suárez ha sido un desafío enorme, porque hablamos de una figura clave para entender la España contemporánea. Me lo tomé con toda la seriedad y el respeto que exige un personaje así.

¿Y fuera de la ficción?

Acabo de poner voz a La voz quebrada, un documental sobre el último amor de Federico García Lorca. Ha sido un privilegio prestarle mi voz a Lorca, con toda la humildad y el cariño que le tengo. Además, te cuento que soy la voz de Hernán Cortés en la película animada Batman Azteca y estoy en conversaciones avanzadas para un proyecto internacional con la BBC, todavía sin firma definitiva, pero que pinta muy bien. Así que ocupado estoy, y feliz de que sean proyectos tan diversos.

Tráiler:

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