Los 25 mejores discos del siglo XXI

En el siglo XXI, la música se volvió más universal, inmediata y accesible que nunca. El 1 de enero de 2000, el precio medio de un CD rondaba los 18 dólares, lo que significaba que, si querías poseer legalmente 250 discos, te costaría unos 4.500 dólares. Napster ya existía, y era bastante obvio incluso entonces que la era del CD de 18 dólares había terminado, pero ni el más optimista defensor de las descargas podría haber imaginado un mundo en el que todos los discos jamás grabados pudieran caber en un pequeño ordenador de bolsillo.

Un cambio tan drástico en el consumo cultural estaba destinado a ser un arma de doble filo. Sin embargo, en medio de todos los cambios tecnológicos que hemos visto en los últimos 25 años (grabación de CD, el iPod, el intercambio de archivos, el streaming), la experiencia de escucha prolongada y centrada en el álbum ha seguido en el corazón de la música. A principios de este siglo se decía que el álbum estaba muriendo a manos de la descarga de canciones sueltas. Hoy en día, un nuevo LP de un artista querido debe ser significativo y lo bastante bueno como para inaugurar una nueva Era, de lo contrario se lo considera un fracaso; las fechas de lanzamiento de los discos se esperan con relojes de cuenta regresiva, y la gente paga gustosa 40 dólares por nuevos “vinilos” de discos que ya tiene gratis.

Los artistas más grandes han sido, a menudo, los innovadores más radicales. Consideremos los caminos de dos superestrellas con cuatro álbumes en esta lista (la lista completa de Rolling Stone es de 250 discos y la podés chequear acá): Beyoncé y Taylor Swift. A mediados de la década de 2000, ellas pertenecían a los mundos dominados por los éxitos radiales del R&B comercial y el country, respectivamente. Para la década de 2010, Swift estaba renovando el Top 40 con el synth-pop emotivo de 1989, y Beyoncé había inventado su propio universo musical, personal y político con Lemonade. Para los años 2020, ambas habían pasado a declaraciones aún más singulares, como el clásico folk boscoso de la pandemia Folklore de Swift y las obras maestras de estudio de géneros Renaissance y Cowboy Carter de Beyoncé.

Historias similares de ambición genial se repiten a lo largo de nuestra lista: desde Radiohead disolviendo el rock alternativo con Kid A, hasta SZA reinventando el R&B relajado como un espacio confesional propio con CTRL y SOS; desde Lady Gaga convirtiendo el mega-pop en una galería warholiana con The Fame Monster, hasta Bad Bunny llevando el reguetón del club al plano astral con YHLQMDLG y Un Verano Sin Ti; y hasta Kendrick Lamar emergiendo de Compton con good kid, m.A.A.d city, un disco de rap tan rico como cualquier novela. Y esos son solo algunos de los ejemplos más destacados.

Al elaborar nuestra lista de los mejores discos del último cuarto de siglo, quisimos mostrar la mayor amplitud posible de esta historia. Así que, cuando tuvimos que elegir entre incluir varios álbumes de un mismo artista o dar espacio a un disco que aportara algo importante o interesante, casi siempre elegimos la segunda opción. Aun así, esta es una lista de discos, no de artistas, y algunos pesos pesados publicaron demasiados LP brillantes como para dejarlos fuera. Tenemos la suerte de contar con toda esta música que nos mantiene motivados, desafiados y cuerdos. Puede que en 2025 no haya mucho por lo que ser optimistas, pero la montaña de buenos discos seguirá creciendo siempre.

25. Lorde, Melodrama
2017
En su segundo álbum, aún mejor que su debut ya rompedor, Lorde invitó a los oyentes a la fiesta que marcó el final de su adolescencia, y hasta les dejó quedarse hasta el amanecer revelador. El resultado fue un disco palpitante, cargado de la angustia y la euforia de entrar en la adultez, que salta de viajes en taxi empapados en lágrimas a pistas de baile llenas de drogas. Pero cuando Lorde finalmente se enfrenta a sí misma a la luz de la mañana siguiente y acepta a la poeta del pop que es, conecta con la magia perdurable de Melodrama. Incluso con todas las emociones vertiginosas, el álbum resuena con una producción pop lo suficientemente potente como para sostener su peso —y hacerte querer bailar mientras lloras. —M.G.

Tonny Visconti y David Bowie,

24. David Bowie, Blackstar
2016
David Bowie sabía que estaba muriendo de cáncer de hígado cuando comenzó a grabar Blackstar a principios de 2015 junto a su productor de siempre, Tony Visconti. Trabajando con un grupo de músicos de jazz de Nueva York liderados por el saxofonista Donny McCaslin, creó lo que Visconti llamó un “regalo de despedida” para los fans. La inquietante “Lazarus” (“Look up here, I’m in Heaven / I’ve got scars that can’t be healed”) es el punto más emotivo, mientras que la pista homónima de 10 minutos es una fusión asombrosa de rock progresivo y jazz vanguardista que se sostiene junto a lo mejor del Bowie de los años setenta. Los fans apenas tuvieron un fin de semana para procesar el álbum antes de que llegara la noticia aquel lunes de que Bowie había muerto. Fue uno de los actos finales más grandiosos de la historia del rock. —A. Greene

23. Drake, Take Care
2011
Drake se expuso sin filtros hasta alcanzar la cima del panteón pop con su segundo álbum, difuminando la línea entre la arrogancia del rap y la sensibilidad del R&B, entre la fanfarronería y la melancolía, llevando a un nuevo nivel de autoindulgencia dorada al hip-hop. Drizzy se une a su compatriota y compañero de melancolías de Toronto, The Weeknd, y colabora con Rihanna en la hipnóticamente dulce canción que da título al disco, dejando además una llamada de borrachera con el corazón roto para la posteridad en “Marvin’s Room”. El sonido lujoso y cavernoso del álbum (moldeado junto al productor ejecutivo 40 y un elenco de estrellas invitadas) y la capacidad de Drake de condensar múltiples estados de ánimo —arrogancia, tristeza, ternura y autocompasión— en una masa oceánica de emoción difusa lo colocaron en un carril único. A medida que avanzaron los 2010, ese carril se convirtió en una autopista. —J.D.

22. Rosalía, El Mal Querer
2018
Rosalía era solo una estudiante universitaria, dedicada a la interpretación vocal del flamenco en Barcelona, cuando comenzó a trabajar en su revolucionario álbum El Mal Querer. Inspirada en la novela occitana del siglo XIII Flamenca, Rosalía dio forma al proyecto como el viaje de una mujer desde un amor tóxico y retorcido hacia la independencia, entrelazando sonidos modernos con tradiciones flamencas. Bulería y palmas chocan con beats de hip-hop e incluso una interpolación de Justin Timberlake, forjando en el proceso un sonido asombroso y único. Presentó el disco como su tesis de graduación —y luego lo compartió con el mundo, impulsando el flamenco hacia el futuro y consolidándose como una autora pop inventiva y sin concesiones. —J.L.

21. Rihanna, Anti
2016
Para 2016, Rihanna era prácticamente insuperable en su consistencia como creadora de éxitos. Pero fue Anti lo que le permitió brillar como una verdadera artista de álbumes, con mayúscula. Alcanzó esa cumbre sin renunciar a las señas que definían su grandeza. La visión amplia y abarcadora de géneros que Rihanna esboza en “Consideration”, con SZA, toma forma como rock en “Desperado” y “Woo”, y se tiñe de blues en “Higher”. “Work” y “Needed Me” cambiaron sin duda el eje de la música pop, mientras que “Kiss It Better” y “Love on the Brain” marcaron una evolución crucial para la artista como vocalista. Si Rihanna nunca volviera a publicar otro álbum, al menos habría cerrado su discografía con uno de los discos más magistrales y seguros de sí mismos de la música moderna. —L.P.

20. Lady Gaga, The Fame Monster
2009
Con The Fame, Lady Gaga manifestó su estrellato. Con The Fame Monster, comenzó a vivirlo. Publicado como un LP de ocho canciones que acompañaba a su debut, Gaga entregó un análisis oscuro en clave dance-pop sobre el amor y la vida como celebridad. The Fame Monster fue también un proyecto visual que ofreció imágenes extravagantes, definitorias de toda una era, a la altura de sus letras desbordadas: se tumbó junto a un cadáver en “Bad Romance”, conspiró y mató junto a Beyoncé en “Telephone”, y provocó que la Iglesia católica gritara “¡blasfemia!” con “Alejandro”. (¿Recuerdas cuando se tragó un rosario?). Si The Fame presentó a Gaga como una estrella, The Fame Monster la consolidó como una de las artistas pop más destacadas de toda su generación. —T.M.

19. Bob Dylan, Love and Theft
2001
Bob Dylan ha sido un hombre de muchas sorpresas, pero realmente dejó a todos boquiabiertos con Love and Theft, la obra maestra desgarbada que lanzó el 11 de septiembre de 2001. A los 60 años, Dylan gruñía con la voz de un vagabundo curtido que había visitado cada rincón de Estados Unidos y había sido expulsado de todos ellos. Pero nunca había sonado tan ominoso, ni tan empapado en las tradiciones del folk estadounidense, con blues del Delta, ragtime, country, rockabilly y chistes de vodevil anticuados. Dylan lo hizo sonar como si, esta vez, realmente no hubiera “camino a casa”, gruñendo: “Estos recuerdos que tengo, pueden estrangular a un hombre”. Es uno de sus grandes discos, desde el romance condenado de “Mississippi” hasta la despedida inquieta de “Sugar Baby”. —R.S.

18. Missy Elliott, Under Construction
2002
El cuarto álbum de Missy Elliott es una explosión avant-freak, incluso para sus propios estándares, mientras la reina de Virginia acelera hacia los rincones más salvajes de su imaginación. “Work It” enciende la fiesta con beats absurdistas de Timbaland y un sample de synth-pop de Blondie. Elliott canta “I put my thing down, flip it, and reverse it”, antes de reproducir su voz al revés para el estribillo. En todo Under Construction, busca el espíritu juguetón del rap de la vieja escuela, como en “Back in the Day” con Jay-Z. Elliott presume junto a sus amigos (Beyoncé, Method Man, TLC), habla sin tapujos, llora a su amiga Aaliyah, canta una balada R&B lenta que dice “Pussy don’t fail me now”, y termina con el álbum más completo de su increíble carrera. —R.S.

17. Adele, 21
2011
En una era de pop brillante y rap, el poder soul vintage del segundo álbum de Adele tocó una fibra muy profunda, llegando a vender más de 30 millones de copias en todo el mundo y ganar seis premios Grammy. El trueno oscuro de su voz y la potencia emocional de haber sido traicionada en canciones como “Rolling in the Deep”, “Set Fire to the Rain” y “Rumour Has It” no han perdido ni un ápice de fuerza. Las deslumbrantes interpretaciones vocales de Adele mezclaban la compostura regia con la fuerza bruta, ya fuera jugando con un groove lujoso en “I’ll Be Waiting” o cerrando con la balada al piano “Someone Like You”. Junto a coautores y productores como Greg Kurstin, Ryan Tedder y Rick Rubin, creó un sonido de R&B pulido que remite al soul de los sesenta y al jazz de mediados del siglo XX, pero que se sentía absolutamente presente en nuestro propio momento. —J.D.

16. Beyoncé, Beyoncé
2013
¿Dónde estabas a medianoche del 13 de diciembre de 2013, cuando Beyoncé publicó “¡Sorpresa!” en Instagram y lanzó su obra maestra homónima, sexy, de 14 canciones y 17 vídeos directamente en iTunes sin previo aviso? El álbum presentaba un enfoque musical más vanguardista y un reparto estelar de colaboradores —incluyendo a su esposo Jay-Z, Timbaland, Sia, Pharrell, Justin Timberlake y la autora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie— todos con algo en común: la capacidad de guardar un secreto enorme. Beyoncé no solo fue aclamado por la crítica, sino que fue un éxito comercial masivo, cambiando la industria musical y mostrando la creatividad aventurera y genialidad de Bey. En una palabra, impecable. —L.T.

15. Lana Del Rey, Norman Fucking Rockwell!
2019
Norman Fucking Rockwell! presentó al mundo a una nueva Lana Del Rey. Con su sexto álbum, Del Rey se apartó de los sonidos oscuros de pop orquestal y de las letras que idealizaban el amor tóxico, que la habían convertido en favorita de culto. En su lugar, la estrella optó por una narrativa introspectiva (“And if this is it / I had a ball”) y una mirada matizada al sueño americano, dándole la vuelta a la perspectiva artística de Rockwell. Los sonidos fluidos y experimentales del álbum también marcaron el inicio de su asociación sinérgica con Jack Antonoff, que sigue floreciendo hoy. Entre sus muchas cualidades deslumbrantes, el disco tiene tintes setenteros, una versión de Sublime y la línea icónica: “Goddamn, man-child / You fucked me so good that I almost said ‘I love you.’” —T.M.

14. The White Stripes, Elephant
2003
Si “Johnny B. Goode” de Chuck Berry nos dio el riff de guitarra por excelencia del siglo XX, “Seven Nation Army” de The White Stripes hizo lo mismo para este siglo. Grabado con equipo vintage y sin apenas adornos de producción, la apertura de Elephant —esa línea de bajo metronómica y seca que ha sonado en iPods y reverberado en estadios, desde el rey de Inglaterra hasta los sabuesos del infierno— hizo mucho más que recordar al mundo el atractivo eterno de los elementos básicos del rock. El álbum creó una especie de plano para la autenticidad en la era digital. La crudeza minimalista del dúo de Detroit anticipó el éxito de los revivalistas del garage rock, desde The Black Keys hasta Arctic Monkeys, mostrando cómo canalizar el pasado sin caer en la nostalgia. —S.G.

13. Fiona Apple, The Idler Wheel Is Wiser Than the Driver of the Screw and Whipping Cords Will Serve You More Than Ropes Will Ever Do
2012
Tras retrasos y dramas con su anterior álbum, Extraordinary Machine (2005), Fiona Apple comenzó a grabar The Idler Wheel en secreto, años antes de que saliera a la luz. Trabajando con su baterista de gira, Charley Drayton, optó por un estilo de producción minimalista, dando protagonismo a herramientas de percusión poco habituales como timbales, incluso golpeando sus propios muslos y pisoteando el suelo. Lo que emergió fue una especie de cabaret jazz libre, a la vez vorazmente honesto (“I don’t feel anything until I smash it up”, advierte en “Daredevil”) e ingeniosamente abstracto (“I’m amorous but out of reach / A still life drawing of a peach”, canta en “Valentine”). Al desafiar las estructuras tradicionales de las canciones y bucear en lo más profundo de su vida interior, Apple creó una obra maestra audaz que, aun así, resultaba accesible. —A.W.

12. Jay-Z, The Blueprint
2001
“Lo que Off the Wall es para [Michael Jackson], The Blueprint lo es para mí”, dijo Jay-Z a Rap Radar en 2017. Reforzado por ritmos impecables de Kanye West, Just Blaze, Timbaland y otros, The Blueprint contiene tantas frases memorables que debería tener su propia sección en la Biblioteca del Congreso: “I know you love me like cooked food”, “Can’t leave rap alone, the game needs me”, “Smarten up, Nas.” Y dos décadas antes de que Kendrick Lamar incendiara a Drake en su colosal batalla, “The Takeover” convirtió el tema de Jay-Z contra Nas en la conversación de cada barbería y foro de internet, ya que el eterno diss de Jay insufló una emoción renovada al arte. —W.D.

11. D’Angelo, Voodoo
2000
Tras su debut de 1995, Brown Sugar, D’Angelo pasó casi cinco años creando el radicalmente innovador Voodoo. El visionario del soul de Virginia ignoró todas las tendencias pop de la época, apostando por un R&B místico y sensual a cámara lenta que exigía atención plena, con baladas como el ardiente éxito “Untitled (How Does It Feel)”, en el que canaliza a Prince. Como testifica en “Chicken Grease”: “I’m like that old bucket of Crisco sitting on top of the stove.” D’Angelo colaboró con espíritus afines de la escena Soulquarian, incluidos los coproductores DJ Premier y Raphael Saadiq, y Questlove de The Roots como batería y cómplice integral, profundizando en los grooves antiguos de Marvin Gaye y Al Green para crear una declaración de futuro que cada año gana más influencia. —R.S.

10. The Strokes, Is This It
2001
Con su estilo de niños ricos desaliñados y sus descaradamente divertidas canciones neo-new wave, The Strokes dieron a la escena rock la dosis de frescura que necesitaba, surfeando una ola de hype enorme en su LP debut. Todos sus movimientos eran prestados —de Lou Reed, Tom Petty, The Cars, Television, The Psychedelic Furs y otros—, pero los mezclaron con una genialidad precoz que sonaba a la vez meticulosa y despreocupada. De “Last Night” a “Soma”, de “Hard to Explain” a “Trying Your Luck”, su Is This It fluía sin una sola canción poco pegadiza, situándolo entre los mejores discos de guitarras hechos en Nueva York. Is This It fue clave para dar inicio a toda una avalancha de “el rock ha vuelto” con bandas cool en los 2000. —J.D.

9. Bad Bunny, Un Verano Sin Ti
2022
Cuando Bad Bunny estaba creando Un Verano Sin Ti, quería capturar sus recuerdos de veranos bañados por el sol en Puerto Rico y transformar esa nostalgia —y su profundo amor por la isla— en canciones. Lo consiguió: hay atardeceres cálidos en la melodía onírica de “Otro Atardecer”, y fiesta post-playa en las líneas de mambo de “Después de la Playa”. Pero ni siquiera él esperaba cuánto cambiaría este arriesgado y políticamente cargado álbum la historia de la música: Un Verano Sin Ti se convirtió en el disco más reproducido del mundo en 2022, y en el primer LP en español nominado a Álbum del Año en los Grammy. Más allá de los premios y los récords, sin embargo, Un Verano Sin Ti fue hecho para Puerto Rico. En su gira, solía cerrar los conciertos con “El Apagón”, donde señala las fuerzas coloniales que contribuyen a las dificultades de la isla mientras celebra cada aspecto de la cultura de su tierra. —J.L.

8. Kanye West, My Beautiful Dark Twisted Fantasy
2010
El álbum de hip-hop más grandioso y gloriosamente indulgente de la historia, la obra maestra de Kanye West probablemente nunca será superada en tamaño, ambición, escala o —sobre todo— presupuesto: ¿qué otro disco puede presumir de tener a Elton John, Charlie Wilson y Alicia Keys en los coros? Desde su provocadora portada del artista George Condo hasta su coproducción sombría pero de dimensiones de estadio, a cargo de Mike Dean y Jeff Bhasker, MBDTF es a partes iguales decadente y reflexivo, y su lista de momentos destacados es casi tan larga como sus créditos: el instante de consagración de la joven Nicki Minaj (“Monster”), la reinterpretación explosiva del sample de King Crimson (“Power”), la transformación de Bon Iver de folkie introspectivo a animador de fiestas celebratorias (“Lost in the World”), y el solo de vocoder más triste de tres minutos que se haya grabado jamás (“Runaway”). —C.W.

7. SZA, SOS
2022
SZA hizo esperar al mundo cinco años por SOS, tras su innovador debut CTRL en 2017. Las expectativas eran altas, pero nadie estaba preparado para el poder musical y emocional de SOS. Solána Rowe se confirmó como una de las artistas más valientemente originales del panorama, explorando el desamor, la soledad y la lucha por la autodeterminación en sus confesiones catárticas de R&B. Desafía todos los clichés de género, mezclando hip-hop y rock con baladas de alma profunda como “Snooze”. Incluso prueba con una murder ballad de estilo country en “Kill Bill”, que se convirtió en uno de los números uno más sorprendentes de la era. Estas canciones están llenas de una emoción poética compleja, desde el dolor íntimo (“I don’t wanna be your girlfriend / I’m just tryna be your person”) hasta declaraciones como “Now that I’ve ruined everything I’m so fucking free.” “I don’t even give a fuck about cohesion,” dijo a Rolling Stone. “If you sound like you, your shit’s going to be cohesive. Period.” Pero SOS es el álbum en el que SZA demostró que puede hacerlo todo. —R.S.

6. Kendrick Lamar, good kid, m.A.A.d city
2012
Más de una década después de su lanzamiento en 2012, el debut en un gran sello de Kendrick Lamar es ampliamente considerado como uno de los mejores álbumes de hip-hop de todos los tiempos. Es una obra conceptual magistral en la que el protagonista, dolorosamente consciente de su vulnerabilidad, navega entre las amenazas de pandillas del barrio, la policía e incluso de sí mismo. “Kendrick a.k.a. el sacrificio humano de Compton”, clama. Se imagina a sí mismo como un hijo descarriado de la ciudad decidido a sobrevivir, relatando sus devaneos juveniles con el alcohol y los opiáceos en versos densamente líricos y metafóricos, así como en armonías cantadas. Una falange de invitados, desde raperos como Pharrell Williams y MC Eiht hasta coristas como Anna Wise, ayuda a Lamar a crear un complejo y operático relato de maduración que invita a escuchas repetidas. No importa cuánto haya cambiado desde entonces, la reputación de Lamar siempre dependerá de si está a la altura de la ambición de aquel “good kid” que navegaba una ciudad en caos. —M.R.

5. Taylor Swift, Folklore
2020

“All I do is try, try, try”, canta Taylor Swift en la inesperadamente parecida a Mazzy Star “Mirrorball”, uno de los muchos puntos álgidos de su mejor álbum. Pero Folklore no suena en absoluto forzado, es el trabajo de una artista que ya no busca complacer a nadie más que a sí misma. Con ayuda de Aaron Dessner de The National y su colaborador habitual Jack Antonoff, Swift se concentró durante el confinamiento, narrando sus historias más ingeniosas y fantasmales, creando miniaturas cristalinas que a veces se elevan hacia el cielo. En conjunto, el álbum señala el camino hacia el siguiente capítulo de una carrera ya extensa, mientras explora los registros graves y sensuales de su voz y se aleja de la autobiografía para adentrarse en la ficción pura, en particular en la narración entrelazada de “Cardigan”, “August” (con su sublime estribillo “meet me behind the mall”) y “Betty”. La colaboración con Bon Iver, “Exile”, fue, con diferencia, su mejor dúo, mientras que la exquisitamente melancólica “The 1” es una apertura de álbum para la historia. —B.H.

4. OutKast, Stankonia
2000

OutKast pasó los noventa superando sus propios récords creativos, cada álbum más profundo y arriesgado que el anterior. Al comenzar el nuevo milenio, lograron su acto más asombroso de liberación con Stankonia, el blockbuster de hip-hop más salvaje y radical jamás hecho. “B.O.B.” conecta drum-and-bass, góspel y un solo de guitarra al estilo Jimi Hendrix; “Ms. Jackson” es un soul de clásico instantáneo con vocación de eternidad; incluso los momentos más burdos, como “We Luv Deez Hoez”, mantienen toda esa genialidad elevada firmemente con los pies en la tierra. La audaz evolución de André 3000 alejándose de cualquier concepto de estilo o género fue una gran parte de lo que hizo que Stankonia resultara tan vital. Años después, las visiones de Big Boi y André divergirían demasiado como para coexistir; este es el último disco en el que sus perspectivas realmente conectaron en un mismo CD, dando como resultado una obra maestra que pocos han igualado desde entonces. —S.V.L.

3. Frank Ocean, Blonde
2016

Frank Ocean pasó cuatro años creando su audaz y personal declaración de soul vanguardista Blonde. Tras su deslumbrante debut Channel Orange, le debía a Def Jam un disco más, así que cumplió el contrato con el proyecto visual Endless —pero luego lanzó Blonde por sorpresa apenas unas horas más tarde. Es más que una continuación radicalmente experimental: es una ventana a su alma. Ocean medita sobre recuerdos dolorosos en viajes de R&B futurista como “Ivy” y “Nikes”. Blonde tiene un pulso electro de combustión lenta, lleno de guitarras oníricas, conectando con el espíritu psicodélico de Marvin Gaye y Brian Wilson. Samplea a algunos de sus héroes —Stevie Wonder, Elliott Smith, The Beatles— mientras colabora con otros como André 3000 y Beyoncé, que canta en “Pink + White”. “Los chicos sí lloran”, dijo Ocean entonces, “pero creo que no derramé una lágrima en buena parte de mi adolescencia”. Blonde convoca toda esa emoción perdida: un artista introspectivo que llora el pasado, pero que se encuentra a sí mismo en la música. —R.S.

2. Radiohead, Kid A
2000

Cuando Kid A salió en octubre del 2000, Bill Clinton era presidente, las Torres Gemelas seguían en pie, Donald Trump era un promotor inmobiliario en decadencia y el internet todavía prometía educar mentes jóvenes y unir a la humanidad. Pero las 11 canciones que Radiohead reunió para su cuarto álbum —utilizando secuenciadores, cajas de ritmos, sintetizadores vintage, cuerdas y metales— anticipaban un siglo XXI más oscuro, marcado por el miedo, la soledad, el desarraigo y los avances tecnológicos que solo nos dividen más. (En otras palabras, sabían exactamente hacia dónde íbamos.) Al principio, los fans quedaron desconcertados por canciones densas y abstractas como “Everything in Its Right Place”, “Idioteque” y “The National Anthem”. Unos años después, muchos las llamaban sus favoritas de Radiohead. Y 25 años después, existe un consenso casi universal de que Kid A no solo es una hazaña monumental de la mejor banda de su época, sino también una llamada de advertencia que fue completamente ignorada. —A. Greene

1. Beyoncé, Lemonade
2016

Desde la publicación de su quinto álbum homónimo en 2013, cada proyecto de Beyoncé ha supuesto un salto de nivel de alguna manera —pero Lemonade supera a todos en narrativa, revelación y resonancia cultural. En todo lo que ha logrado, nunca se había mostrado al mundo tan vulnerable como aquí, exponiendo el trauma de la infidelidad de su muy famoso marido en su matrimonio y en el imperio que construyeron juntos. Aun así, el impacto inicial de esa revelación queda en segundo plano frente al ethos definitorio que Beyoncé construye a partir de su desesperación.
Comienza con canciones intrincadas que abarcan tiempo y género, desde el reggae azucarado con sample de Soulja Boy en “Hold Up”, al hard rock de “Don’t Hurt Yourself” con Jack White, hasta la narración country de “Daddy Lessons”. A partir de ahí, Lemonade se convierte en cimiento del arco amplio de genialidad estudiada que hemos llegado a esperar de Beyoncé en años posteriores: por ejemplo, la falta de respeto que ella y The Chicks recibieron al interpretar “Daddy Lessons” en los Country Music Awards de 2016 influyó en su giro decisivo hacia el sur ocho años después con Cowboy Carter. Quizás Lemonade incentivó la excelencia absoluta de cada obra posterior debido a sus sorprendentes derrotas en los Grammy de 2017 —su tercera vez perdiendo Álbum del Año, con otra derrota aún por llegar. Para muchos, aquella noche cristalizó la idea de que ser la mejor como mujer negra quizás nunca sería suficiente. Sin embargo, ella siguió siéndolo.
Lemonade siempre ha sido más que un álbum. Es un film musical tan complejo, hermoso y conmovedor como un drama canónico, una matriz de dolor generacional, una celebración del legado y un mapa dibujado a mano de las intersecciones de la vida política e interpersonal de muchas mujeres negras. Ese último aspecto se hizo especialmente palpable cuando “Freedom” se convirtió en el tema de la campaña presidencial de Kamala Harris en 2024. En 2016, la estética desafiante y radicalmente negra del sencillo “Formation” fue tan audaz que algunos sindicatos de policía llamaron rencorosamente a boicotear a Beyoncé —Lemonade fue la banda sonora de un mundo en transformación, y lo sacudió también. Aunque existen dudas legítimas sobre si realmente vive los valores de la iconografía social que encarna o si los contradice en lo fundamental, los méritos del arte de Beyoncé son innegables. Dicho claramente: Lemonade consolidó su estatus entre los mejores músicos de todos los tiempos. —M.C.

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