1915, la banda argentina que teloneó a Imagine Dragons, narra su década de búsqueda sonora
Es mediodía en el Polo Cultural Saldías. El sol pega fuerte y en esta incipiente primavera todo parece verano. En los pasillos laberínticos hay movimiento constante: técnicos que cargan equipos, músicos que entran y salen de otras salas, gente que trabaja en silencio. Afuera, los camiones inundan el lugar con el sonido de los motores, pero adentro hay una cierta paz y ganas de comerse el mundo.
Cruz (Hunkeler), guitarra y voz, deja el instrumento a un costado. Penzo (teclados) acomoda algunos cables. Alejo (Freixas), en el bajo, se sirve un mate, y Jeremías (Alegre), en batería, revisa el celular. Ensayan varias veces por semana, ajustando cada detalle antes de la gira. “Tocar es lo que más nos gusta”, dice Hunkeler.
1915 corta el ensayo. Se miran, comentan algo sobre la lista de temas y se ríen. Afuera sigue el ruido, pero adentro todo está en orden. Hay trabajo, energía y un entusiasmo que no se disimula.
Se conocieron hace más de diez años en el Nacional de San Isidro, un colegio con fama de bohemio y artístico, donde los actos escolares podían convertirse en pequeños festivales. “Nos cruzábamos ahí, cada uno con su banda”, recuerda Cruz (Hunkeler). “Yo tocaba temas de Charly, después él con otra banda, y así hasta que terminamos juntándonos”.
En 2013 empezaron a tocar juntos y a ensayar en la casa de Cruz. “Teníamos ganas de hacer algo en serio —dice Penzo—, armar un proyecto y ver hasta dónde llegaba.” Las influencias eran claras: el rock progresivo argentino de los 70 —Charly García, La Máquina de Hacer Pájaros, Crucis— y, de afuera, Yes, Genesis y Herbie Hancock. “Tocábamos Chameleon, de Hancock, y sonaba horrible —admite Penzo entre risas—. Yo recién me había comprado mi primer sintetizador, lo conectaba al ampli de Cruz y con eso tirábamos”.
“Mi viejo estaba feliz —cuenta Alejo, también entre risas—, no podía creer que tan chicos tocáramos rock progresivo de los setenta. Éramos unos enfermos del progre —agrega Cruz—. Hacíamos temas de ocho o nueve minutos, con dos solos de viola seguidos y uno de sintetizador. El verso llegaba después de cuatro minutos. Sonaba espantoso, pero nos encantaba.”
Durante un par de años, 1915 se movió en auto de acá para allá, tratando de tocar en cualquier festival o centro cultural que los recibiera. En zona norte no era fácil: los bares cerraban rápido o directamente no podían programar bandas. “Era complicado tocar en San Isidro —dice Cruz—. Lo único que quedaba eran los teatros o el centro cultural de enfrente a la catedral, pero los intendentes nunca la hicieron fácil para las bandas de la zona”.
El nombre también nació en esa época. Uno de los integrantes solía llegar tarde a los ensayos, que empezaban a las siete de la tarde, y cada vez caía quince minutos después. De la broma interna surgió 1915 (diecinueve y quince). Les gustó cómo sonaba y decidieron dejarlo. “Pero lo decimos como un año, no como horario”, aclara Cruz.
Grababan ensayos, los copiaban en CDs, les ponían nombre con marcador y salían a repartirlos. “Teníamos dos EPs grabados así, muy precarios, pero con ganas de mostrarnos —recuerda Penzo—. Los dejábamos en los lugares y decíamos: ‘Che, tenemos un demo, contrátennos o hagamos una fecha’”. Un día tocaron en Warhol, un bar de Olivos que en esa época era parada obligada para las bandas nuevas. Ahí los vio Seba Morel, un productor con base en la zona que venía trabajando con varios grupos locales. “Nos conocía de esa etapa más progresiva —cuenta Cruz— y nos propuso grabar un disco. Fue la primera vez que entendimos lo que era recortar partes, buscar la canción, pensar estructuras”.
Con Dual, editado en 2016, 1915 dio su primer salto. “Ahí entendimos por primera vez cómo se armaba un disco en serio —dice Penzo—. Veníamos de grabar demos caseros y de repente había que elegir tomas, cortar partes, ordenar todo”. El álbum todavía tenía algo del ADN progresivo de los comienzos, pero ya mostraba una búsqueda más pop: estructuras más claras, canciones más cortas y una producción que empezaba a incorporar vientos y algunos pasajes electrónicos.
A partir de ahí, la banda empezó a tocar cada vez más en Capital. “Nos abrimos a cualquier fecha que apareciera —cuenta Cruz—. El Emergente, los centros culturales que existían en esa época, todo lo que nos diera un espacio”. En ese recorrido se cruzaron con otras bandas de la nueva generación —Bandalos Chinos, Valdés, Jean Jaurès y Coral Casino (el dúo que formaban Orodembow y Lara91k)— y empezaron a formar parte de una escena que compartía fechas y públicos. “Nos conocimos en un festival que se llamaba Aruma —dice Penzo—. Tocamos con ellos en Niceto, y fue la primera vez que sentimos que había una movida armada, con gente joven haciendo canciones y buscando un sonido propio”.
Ese impulso derivó en Bandera (2018), el segundo disco del grupo. “Fue más contestatario —cuenta Cruz—. Tiene un tema, El enemigo, que habla de desaparecidos, pero dentro de una canción pop. Nos gustaba esa mezcla: tirar un mensaje fuerte en un formato luminoso”. El audio original que aparece en esa canción fue tomado de una entrevista recuperada por el Archivo Nacional. “La encontramos en YouTube —agrega Penzo—, casi sin vistas, recién subida. Era material restaurado y nos impactó”.
Mientras grababan Bandera, también empezaron a definir cómo querían trabajar las canciones. “Hay discos y discos —dice Cruz—. En estos por ahí yo tuve temas que llevé un poco más pensados, con una estructura y acordes, y después el resto se ve en el estudio”. Penzo asiente: “Sí, hay canciones que trae Cruz casi completas, y otras que están más desarmadas y las terminamos juntos. Pero lo que pasa mucho es que las letras llegan al final”. “Casi todas las letras las escribo yo —retoma Cruz—, y trabajo bien bajo presión. Ahí es donde se empiezan a conectar los conceptos de los discos, a partir de la pluma”.
Bandera fue también el disco en el que la banda aprendió a producir. “Ahí fue donde empezamos a entender cómo hacer un disco por nuestra cuenta —dice Penzo—. Teníamos pocos recursos, pero muchas ganas. Grabamos las baterías, las voces y los sintes en tres días, y después nos pasamos meses editando y mezclando en casa, sin saber realmente cómo se hacía”. El proceso contó con la ayuda de Guille Salort, baterista de Conociendo Rusia, que los acompañó y los conectó con otros músicos y técnicos.
“Guille nos facilitó todo —cuenta Cruz—. Nos hizo conocer a Brian Taylor, que nos ayudó con los audios de guitarra, a Lucas Gómez, que mezcló y masterizó, y a Félix Colina, que grabó los coros”. También se sumó Nico Btesh (productor y músico de Nafta y Conociendo Rusia, entre otros), que se acercó durante las sesiones en Estudio El Mar. “Estuvo bastante presente —recuerda Penzo—. Nos dio buenos consejos y nos ayudó a ordenar el trabajo de mezcla y posproducción, cuando todavía estábamos aprendiendo cómo hacerlo”. Grabado en tres días y terminado a pulmón, Bandera reflejó la transición hacia un sonido más directo, sin perder la ambición conceptual que los acompañaba desde el inicio.
Antes de meterse de lleno en su nuevo disco, la banda vivió su primer gran salto con los singles Prisma y Policía. “Con esos temas nos pusieron en un radar nuevo —dice Cruz—. Después de eso tocamos en el Lolla de 2019 y empezaron a llegar las primeras contrataciones en el interior.” Ese año giraron por distintas provincias argentinas —Rosario, Córdoba, Mendoza y San Juan— y cerraron el calendario con un show en Niceto Club, además de realizar una gira de cinco fechas en México, su primera experiencia fuera del país. “Ese primer año hicimos varias fechas en el interior y se empezó a ver un crecimiento muy rápido —cuenta Penzo—. En Rosario, sobre todo, sentimos que el público crecía show a show, y es como tocar en casa.”
Con ese impulso empezaron a preparar su tercer disco, Los años futuros (2020), junto al productor Guille Porro (que venía de trabajar con Beto Cuevas y de producir Sexo con modelos de Marilina Bertoldi). “Nos conocimos por Penzo —cuenta Cruz—, que había compartido proyectos musicales con él. Nos juntamos en su casa y empezaron a salir las primeras maquetas del disco”. Penzo, además, trabajaba como músico sesionista y había tocado con Beto Cuevas, exlíder de La Ley. “Siempre laburé como músico sesionista —dice—. Toqué jazz, y en ese momento también con Beto Cuevas”.
El álbum estaba listo para salir a comienzos de 2020, pero el lanzamiento quedó en suspenso por la pandemia. “Teníamos la gira armada, todo listo, y de repente se frenó el mundo —dice Cruz—. Al principio esperamos unas semanas, después un mes, hasta que dijimos: lo sacamos igual”.
El disco salió de forma digital, sin presentaciones en vivo. “Hicimos un streaming por YouTube antes de que existieran los vivos de Instagram —cuenta Penzo—. Cada uno tocó desde su casa y un amigo nuestro lo stremeaba con OBS, como si estuviéramos juntos. Fue raro, pero estuvo bueno”. Apenas se levantaron las restricciones, la banda volvió a tocar en vivo. “Nos tiramos de cabeza a cualquier fecha que hubiera —dice Cruz—. Teníamos muchas ganas de salir a mostrar el disco. Aunque hubiera cuatro personas por cupo, íbamos igual. Necesitábamos volver al escenario”.

La presentación oficial llegó en 2021, con una gira nacional que marcó el regreso al escenario después del encierro. El regreso trajo también un cambio de mentalidad. “Hubo un crecimiento exponencial de la banda —dice Cruz—. Nos asentó mucho y nos permitió entender la estructura que necesitábamos para poder girar. También aprendimos a delegar y a tener más espacio mental para dedicarnos al arte. Hoy el músico tiene que estar metido en todas las áreas del proyecto, y eso es muy demandante. Lo importante fue no perder la esencia: cuando todo empezó a crecer, tuvimos que aprender a ordenar las cosas sin que eso nos saque el foco de por qué hacemos música. Encontrar gente de confianza, armar equipo, pero seguir disfrutando el proceso creativo”.
Todas las bandas atraviesan momentos de cambio. Y la pospandemia hizo que 1915 volviera a su raíz más rockera, sanguínea y eléctrica. Con Fuera de lugar (2023), el grupo buscó despojarse de la superproducción y volver al instinto. “Queríamos hacer algo más de sala, más sanguíneo, con más pulso —dice Cruz—. Veníamos de un disco con mucha producción, con muchas capas, y esta vez queríamos que se escuche el aire entre los instrumentos”.
La banda viajó a Sonorámica, en Córdoba, y se instaló una semana para grabar todo en vivo. “Nos fuimos ocho días —cuenta Cruz—. Grabamos casi todo en vivo, los cuatro tocando juntos. Fue muy intenso. Nos levantábamos, desayunábamos y ya estábamos tocando. Era estar ahí, vivir el disco”. “Sonorámica tiene algo que te hace tocar distinto —agrega Penzo—. Estás en la montaña, rodeado de silencio. Te obliga a escucharte de otra manera. Creo que por eso el disco tiene esa energía, ese pulso”.
“El concepto fue eso: capturar un momento —sigue Cruz—. Que si había un error, quede. Que se sienta humano. Que tenga respiración. No queríamos un disco perfecto, queríamos un disco con vida.” El disco fue grabado con Johnny Vainberg como ingeniero de sonido y mezclado por Guille Porro, con quien ya habían trabajado antes. “Lo limpió, le dio aire —dice Cruz—. Sonaba muy bien en vivo, pero necesitaba ese toque final. Lo entendió perfecto”.
Después del grito primal —“con bronca”, según Cruz— de Fuera de lugar, 1915 buscó otra clase de conexión. Y con apenas 28 minutos, lo logró en Ceremonia (2025), su álbum más breve y atmosférico hasta ahora. “Teníamos ganas de volver a grabar con la figura de un productor fuerte —dice Cruz—. Después de haber hecho un disco tan crudo que producimos nosotros, queríamos alguien que nos guíe un poco más”. Ese rol lo ocupó Evlay (Wos, Milo J, Nicki Nicole, Catriel y Paco Amoroso, Louta), con quien el grupo encontró un nuevo sonido: más sintético, más cinematográfico y con guiños a la electrónica analógica de los setenta.
“Suena urbano, es nocturno —explica Cruz—. Lo escuchás caminando o manejando el auto. Queríamos que tenga esa atmósfera, ese pulso de ciudad”. A Alejo le gusta la referencia visual: “Es que se entiende —dice—. Tiene mucho que ver, esa cosa de pasar la noche o verla venir y vivirla”. No es casual: el germen de la relación con Evlay nació a partir de un encuentro fortuito entre Penzo y él en Berlín, la capital de la noche. “El concepto es el reencuentro —agrega Penzo—. Salir del aislacionismo y volver a conectar con el otro. Eso para nosotros es Ceremonia”.
Luego de abrir el show de Imagine Dragons en Buenos Aires, la presentación de Ceremonia, el 14 de noviembre de 2025 en C Art Media, marcará un nuevo punto de partida para la banda. “Queremos que la música no sea lo único —dice Cruz—. Que haya algo que te atraviese, que te meta adentro del disco. Por eso lo llamamos Ceremonia”. La idea es que el show funcione como una experiencia total, un happening electrónico con visuales y performances que amplíen el concepto del álbum.
El desafío fue trasladar al vivo un disco tan atmosférico y electrónico. “Viene saliendo bien —explica Penzo—. Usamos triggers en la batería que disparan samples, y también laburamos con pistas divididas, para que cada arpegiador o secuencia tenga su propio volumen. Eso hace que el show suene más grande, más parecido al disco.” En paralelo, el grupo pensó Ceremonia como un objeto físico, diseñado especialmente para su edición en vinilo. “Lo imaginamos todo el tiempo como un vinilo —cuenta Cruz—. Desde la tapa hasta el orden de los temas. Queríamos que se sintiera como esos discos que ponés y sabés cuándo termina el lado A.” Penzo completa: “Nos costó mucho llegar a esa tapa. Cuando esté el vinilo físico, ahí sí vamos a sentir que el disco está completo”. Después del show en Buenos Aires, 1915 viajará por primera vez a Europa para presentar el álbum. “Se viene nuestro primer tour por Europa —dice Cruz—. Mallorca, Madrid, Barcelona, Berlín y París”.
Como una banda que crece, vive y muta junta, 1915 llega a un punto de madurez poco habitual. “Yo creo que es una época que nos toca vivir un montón de cosas que fuimos haciendo crecer con el tiempo —dice Cruz— y que por suerte nos toca vivirlo en una etapa un poco más madura. Hubo momentos de caos y de vértigo, sobre todo habiendo arrancado tan de chicos. Los primeros discos los hicimos cuando teníamos 18 o 20 años, y hoy son otras las cosas que aprendimos. Todo eso potencia la música y nos permite vivir con tranquilidad lo que viene. Creo que hicimos probablemente nuestro mejor disco. Nos encuentra más conscientes, más enfocados. Y sobre todo, disfrutando el camino”.
En la sala del Polo Cultural Saldías, el ensayo vuelve a empezar. Afuera, el ruido de los camiones se mezcla con el sol del mediodía. Adentro, los cuatro se miran, ajustan el tempo y arrancan otra vez. No hay poses ni discursos: solo una banda sonando en su mejor momento, dejando que la música hable por ellos.











